Juan Vicente Rugeros, también conocido como Palillos, nació en 1785 en Almagro y sus primeros años de vida no hacían presagiar el carácter guerrero e indómito que demostró durante la Primera Guerra Carlista[1]. A diferencia de Adame, sus orígenes no fueron humildes, ya que sus padres tenían una fábrica de palillos para la realización de encajes, de ahí el apodo por el que era conocido, y tampoco participó en la Guerra de la Independencia. Fui a partir del Trienio Liberal (1820-1823) cuando unió su suerte a la de Adame. Las primeras noticias que se tienen sobre su participación en política es en 1820, cuando se enfrentó a las autoridades liberales de Almagro, y al año siguiente, cuando formó parte de un motín a consecuencia del cierre del convento de San Francisco de esta localidad. Tras ser detenido en varias ocasiones por su militancia absolutista, en febrero de 1823 se unió a la partida de Adame durante la Guerra Realista. En este conflicto destacó en varias acciones bélicas por lo que fue condecorado y alcanzó el grado de oficial. Finalizada la Guerra Realista se integró en el ejército regular, siendo nombrado teniente. Al igual que Adame, participó en las conspiraciones ultras contra Fernando VII lideradas por el general Jorge Bessiéres en 1825. Aunque fue absuelto por falta de pruebas, su participación en estos hechos provocó que fuera licenciado del ejército. El sentimiento absolutista de Juan Vicente era compartido por su familia, por su hermano Francisco y por su hijo Zacarías que le acompañarán en sus correrías durante la guerra. De hecho, su hermano Francisco era teniente de los Voluntarios Realistas. Con estos antecedentes, más las sospechas de su participación en nuevas conspiraciones[2], la familia estaba en el punto de mira de las autoridades. En las ya comentadas detenciones de octubre de 1833 Francisco se encontraba entre los detenidos que debían ser deportados a Ceuta[3]. Sin embargo, Juan Vicente pudo eludir su apresamiento y a los pocos días, a principios de noviembre, se sumó a la rebelión carlista, liderando en Alcolea de Calatrava la primera guerrilla de la que tenemos noticia en la provincia de Ciudad Real.
La partida de Juan Vicente Rugeros actuó de forma independiente muy pocos días ya que el activo coronel Yarto, al mando de los húsares de la Princesa, la derrotó de forma expeditiva en dos ocasiones. El primer combate sucedió a unos 15 kilómetros de Alcolea de Calatrava, en las cercanías del castillo de Calabazas. Las tropas de Yarto sorprendieron a los carlistas al amanecer del día 9 de noviembre y éstos huyeron de forma precipitada hacia el valle de Alcudia[4]. Los fugitivos fueron perseguidos por una veintena de húsares que les volvieron a dar alcance el día 11 a las cuatro de la tarde ya en la zona de Alcudia. Este segundo combate se saldó con seis guerrilleros muertos y la dispersión de los supervivientes[5]. Esta es la primera ocasión en la que se tiene constancia de fallecidos en combate en la provincia de Ciudad Real durante la Primera Guerra Carlista. Estos seis muertos serán los primeros de una larga lista que llenará de desolación la provincia durante los siguientes siete años. Después de estos combates, Juan Vicente Rugeros se incorporó a la partida de Manuel Adame y pasará a un segundo plano hasta el año 1835, en el que se convertirá en el principal líder guerrillero en la provincia, protagonismo que conservará hasta el final de la guerra.
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Estandarte de la partida de Palillos. Colección Baleztana |
La partida de Eugenio Barba.
Otro importante líder guerrillero en estos primeros
meses fue Eugenio Barba, que al igual que Juan Vicente Rugeros también fue
oficial de Manuel Adame durante la Guerra Realista. La prensa liberal de la
época publicó una detallada biografía de Eugenio Barba que nos traslada la
típica imagen del guerrillero carlista, que lejos de tener altos ideales
políticos, parece más un delincuente oportunista que busca en la guerra una
forma de ganar fortuna y notoriedad.
Eugenio Barba nació en 1787 en Aldea del Rey en el seno de una familia de
labradores, que con no pocos esfuerzos intentaron dar educación a su hijo en la
escuela de latinidad
de Granátula de Calatrava. Después de tres años abandonó los estudios sin
alcanzar grandes progresos para ingresar en el ejército como cadete en el
regimiento de caballería de Calatrava. Tampoco duró mucho en el ejército y al
tiempo regresó a Aldea del Rey donde abrió una taberna. Su carácter altanero le
llevó a participar en una reyerta donde recibió una puñalada que le dejó
convaleciente durante varios meses y le obligó a cerrar la taberna dejando una
cuantiosa deuda. La vertiginosa caída de Eugenio Barba, de honorable estudiante
y militar a tabernero pendenciero y arruinado, se aceleró de forma definitiva
en el siguiente capítulo de su vida ya que, privado de ingresos y patrimonio,
se convirtió en salteador de caminos. Tras unos años en los que se le perdió la
pista, reapareció en 1823 como capitán de un escuadrón de caballería de las
fuerzas realistas de Manuel Adame, unidad que según la crónica periodística
estaba formado por ladrones y forajidos de la zona. No tardó en aprovechar su
nueva posición como oficial en beneficio propio, robando y vejando a sus
antiguos vecinos de Aldea de Rey y ensañándose especialmente con sus propios
hermanos y con un sacerdote que le había denunciado en sus tiempos de salteador
de caminos. También sacó gran provecho del botín obtenido en el robo de las
iglesias de Toledo cuando las tropas de Adame tomaron la ciudad, ya que se
dedicó a vender con total impunidad todo tipo de objetos religiosos como
casullas, sacras, vinajeras, etc. Tras la restauración del poder absoluto por
parte de Fernando VII en 1823, que supuso el final del Trienio Liberal, Eugenio
Barba ingresó en el ejército con el grado de capitán. Su primer destino fue un
regimiento de caballería con base en Badajoz, pero el coronel al mando de la
unidad, deseando librarse de tan peculiar oficial, maniobró para que se le
concediese el retiro del ejército. Estando ya asignado al depósito de Jaén, fue
nombrado fiscal de la comisión militar de Granada, a pesar que según el
periódico apenas sabía leer y escribir. Tampoco duró mucho como fiscal, ya que
las tropelías cometidas por Barba en el cargo provocaron que fuera cesado. En
el momento de la muerte de Fernando VII vivía en Almagro del sueldo que cobraba
como fiscal cesante.
Este negativo retrato de Eugenio Barba que nos
proporciona el periódico El Universal hay
que tomarlo con cierta cautela. La prensa de la época estaba fuertemente alineada
con las opciones políticas liberales y es posible que este tipo de información
se utilizase como un instrumento más de guerra, para ridiculizar o denostar a
los carlistas, quizá de forma exagerada o sensacionalista. En este sentido, la
Primera Guerra Carlista tiene características de las guerras modernas, en las
que ya no sólo se combate en los tradicionales escenarios de la guerra, la
tierra o el mar, sino que también se lucha en el ámbito de las ideas a través
de los numerosos periódicos surgidos al calor de las libertades que progresivamente
instaurará el nuevo régimen liberal.
Volviendo al año 1833, Eugenio Barba se unió a los
carlistas el 14 de noviembre levantando una partida en su población natal de
Aldea del Rey, siguiendo la estela ya descrita de Juan Vicente Rugeros, que
días antes se había pronunciado en Alcolea de Calatrava. Fiel a su trayectoria
criminal, esta primera partida comandada por Barba estaba formado por nueves presos
escapados de la cárcel que iniciaron su aventura robando caballos en Aldea del
Rey.
De nuevo, los omnipresentes húsares de la Princesa salieron en persecución de
la partida de Barba desde Almagro alcanzándola el día 16 en las cercanías de
Calzada de Calatrava, en un cortijo a los pies de la sierra. Los soldados consiguieron
abatir al segundo de Barba, el alférez retirado Miguel Valiente, recuperando la
mayor parte de los caballos robados. El resto de integrantes de la partida se
dispersaron a pie y Barba consiguió escapar gracias a la velocidad de su
caballo. Tras esta primera derrota, Barba se refugió en la zona de sierras al
suroeste de la provincia, en las cercanías de Calzada de Calatrava, que por lo
accidentado del relieve era un terreno ideal para las guerrillas carlistas. Según
las noticias de prensa Barba continuó rodeándose de bandoleros y
contrabandistas.
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Recreación de un guerrillero carlista de la zona de La Mancha[10].
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La partida de Manuel Adame el Locho.
Aunque la partida de Eugenio Barba fue relevante en
estos primeros meses de guerra, la más importante y la que más atención
recibió por parte de la prensa fue sin duda la liderada por Manuel Adame el
Locho. Tras escapar de su arresto en el mes de octubre organizó una partida
integrada por una veintena de hombres que actuó en la misma zona que la guerrilla de Eugenio Barba, en las sierras del suroeste de la provincia, sin atreverse a operar en áreas de llanura o más pobladas por lo reducido de sus fuerzas.
De nuevo, los húsares de la Princesa del coronel Yarto,
en esta ocasión apoyados por los granaderos de la Guardia Real Provincial, fueron
los responsables de derrotar y disolver esta primera partida de Adame. Una columna móvil de húsares y granaderos se
internó en el valle de Alcudia y atacó el 20 de diciembre en lo alto de un
collado a los guerrilleros carlistas. Aunque el combate se saldó con un
solo fallecido, se consiguió dispersar a los carlistas. En los días siguientes,
la acción combinada de las tropas de Yarto y de las autoridades municipales de
Almodóvar, Brazatortas, Almadén, Alamillo y el administrador de Alcudia, que
enviaron milicianos para cerrar todas las salidas del valle, consiguieron acabar
definitivamente con este primer grupo liderado por Adame.
En los días siguientes hay numerosas noticias que hablan de la captura de los
miembros de la partida de Adame o que aquellos que consiguieron escapar se
presentaban en sus poblaciones para entregarse y acogerse a los indultos que
ofrecía el Gobierno a los carlistas arrepentidos.
Las autoridades tomaron dos importantes medidas para incentivar estas
deserciones. En primer lugar, el 27 de diciembre ofrecieron una recompensa de
6.000 reales por la captura de Adame y de Juan Vicente Rugeros,
que como ya hemos comentado se había integrado en la partida del primero, y de
5.000 reales en caso de capturar a solo uno de los dos cabecillas. En segundo
lugar, prorrogaron los indultos a los carlistas arrepentidos durante 20 días
más a partir del 5 de enero.
Sin embargo, el escurridizo Adame no fue capturado y durante semanas se perdió
su pista completamente. A finales de enero se especulaba con que Adame intentaba
refugiarse en Portugal y que Juan Vicente Rugero seguía vagando en solitario
por los montes.
Estos éxitos contra las guerrillas durante los primeros
meses de la guerra se debieron sin duda a la acción decidida del coronel Tomás
Yarto. En reconocimiento a sus méritos, fue nombrado comandante general interino
de la provincia de Ciudad Real.
El cargo lo ocupó hasta el 14 de diciembre, fecha en la que asumió la
comandancia militar de la provincia el mariscal de campo Francisco Ramonet.
El coronel Yarto aún permaneció en la provincia hasta el día 25 de diciembre,
siendo su último gran servicio la derrota de Adame. El nuevo comandante Francisco
Ramonet dividió la provincia en cuatro zonas y en cada una de ellas desplegó
una columna móvil con tropas del ejército de infantería y caballería que, con
el apoyo de las milicias urbanas, tenían como misión perseguir a bandoleros y
carlistas en su área de responsabilidad.
La aparente tranquilidad lograda con las victorias del
mes de noviembre y diciembre de 1833 sobre Manuel Adame, Vicente Rugeros,
Eugenio Barba y otros cabecillas de menor entidad como el bandolero Colorado
se vio de nuevo truncada con la llegada de la primavera. En el mes de marzo de
1834 se publicó una inquietante noticia sobre la marcha de 50 hombres de Ciudad
Real, Miguelturra y otros pueblos para unirse a una nueva partida que estaba
organizando Manuel Adame.
Al contrario de lo que se había publicado, Adame no sólo no había huido a
Portugal, sino que había aprovechado los meses de enero y febrero para
organizar la mayor partida carlista desde el inicio de la guerra compuesta en
un principio por unos 120 hombres, de los cuales 30 iban a caballo.
La partida de Adame fue localizada a los pocos días desplazándose
en dirección hacia Alcolea de Calatrava. La columna móvil de poniente, liderada
por el capitán del regimiento provincial de Córdoba Luis Clavería, se desplazó
rápidamente hacia Alcolea batiendo a los rebeldes el 11 de marzo. El encuentro
no fue concluyente ya que las fuerzas de Adame huyeron aprovechando la llegada
de la noche, dejando sobre el terreno cuatro guerrilleros muertos y dos
caballos que fueron capturados por los militares.
En los siguientes días reinó la confusión sobre el
paradero de Adame ya que se publicaron noticias que le ubicaban en sitios tan
distantes como los montes de Toledo, Fontanarejos, Baeza, Andújar o huyendo
hacia Extremadura.
Además, algunas de estas noticias elevaban hasta 500 el número de efectivos
rebeldes con lo que la sensación de alarma debió cundir por todos los pueblos
de la provincia.
Los acontecimientos se precipitaron a partir de mediados
de abril. El día 13 de este mes la partida de Adame apareció para sorpresa de todos en
Villarrubia de los Ojos, con intención de aprovisionarse de suministros, pero
la milicia urbana de la localidad se fortificó en la casa del pósito, en la
plaza principal, y consiguió rechazar a los carlistas sufriendo cinco bajas
mortales entre sus filas. Sin embargo, no pudieron evitar que las tropas de Adame
secuestraran a dos vecinos.
Esta práctica del secuestro de personas acomodadas fue habitual en la provincia de Ciudad Real durante la guerra ya que con las recompensas pagadas por las familias se
financiaban las partidas carlistas.
La batalla de Ruidera (abril de 1834). La importante contribución de Manzanares en la derrota de Manuel Adame el Locho.
La noticia del ataque a Villarrubia de los Ojos se
extendió rápidamente por los pueblos vecinos. En el caso de Manzanares, situada
a 33 kilómetros de Villarrubia, la noticia llegó a las 7 de la tarde del mismo
día 13, gracias a un oficio enviado por alcalde de Puerto LápiceAfortunadamente, en esos momentos
Manzanares no estaba indefensa ya que la localidad era un punto estratégico
para el ejército en el que se había establecido un depósito de los quintos reclutados en la provincia que
debían incorporarse a realizar el servicio militar. En esas fechas, además de
los miembros de la milicia urbana, había en Manzanares más de 500 mozos y casi
un centenar de militares de diferentes unidades que se habían desplazado hasta
la localidad para recoger a los reclutas.
Ante las alarmantes noticias de la proximidad de
las fuerzas de Adame, las autoridades locales civiles y militares se reunieron
para organizar la defensa. En este punto hay controversia entre los diferentes
relatos que nos han llegado de los hechos. El acalde mayor de Manzanares se atribuyó
todo el mérito de las disposiciones tomadas junto con el comandante de armas de
la localidad, Bernardo Ferrón. Sin embargo, en días posteriores, el subdelegado
de Fomento, máxima autoridad provincial, acusó al alcalde mayor de atribuirse
decisiones que en realidad habían tomado el comandante del depósito de quintos
de Manzanares el teniente coronel graduado Andrés Bonet, el comandante de armas
Bernardo Ferrón y el responsable de Hacienda Ramón Moreno.
Independientemente del rol jugado por cada uno de
estos personajes, se tomó la decisión de que las fuerzas militares que se
encontraban en Manzanares saliesen de forma inmediata en dirección hacia
Villarrubia de los Ojos, quedando la defensa de la localidad y la custodia de
los quintos en manos de la milicia urbana. Los quintos podían ser un
sustancioso botín para Adame ya que en caso de tomar Manzanares podía engrosar
sus propias filas con muchos de los reclutas. De hecho, era común que muchos
desertores del ejército se unieran a las partidas carlistas ya que preferían
combatir en las guerrillas que operaban cerca de sus poblaciones antes que ser
enviados como soldados a frentes lejanos.
De nuevo, hay algunas divergencias entre las
fuentes en cuanto al número de efectivos, pero podemos concluir que la columna
militar que salió de Manzanares en dirección hacia Villarrubia estaba formada
por unos 90 militares de tres unidades diferentes: el regimiento de infantería
de la Princesa nº4, el regimiento Extremadura nº3 de caballería ligera y la
Guardia Real Provincial. El mando de esta heterogénea columna le correspondió
al oficial de mayor rango, Sebastián Urribarrena, teniente graduado de capitán
del regimiento de infantería de la Princesa.
Por su parte, los urbanos de Manzanares se quedaron
toda la noche del 13 al 14 de abril patrullando por el interior de la población
y sus alrededores. A las 6 de la mañana del día 14, cuando los urbanos se
disponían a volver a su domicilio tras una larga y tensa noche de vigila, se
recibió en el Ayuntamiento un oficio enviado por el acalde mayor de Daimiel en
el que se comunicaba que las tropas de Adame, tras dejar Villarrubia, se
dirigían hacia Manzanares. La noticia no podía ser más desalentadora porque
recordemos que las fuerzas militares habían salido de la localidad, por lo que
defensa debía recaer exclusivamente sobre los vecinos.
Ante el peligro inminente que acechaba Manzanares,
el Ayuntamiento publicó un bando en el que se pedía a todos los manzanareños
que colaborasen en la defensa de la localidad. Según la narración del alcalde
mayor, el pueblo de Manzanares acudió mayoritariamente al llamamiento. Hombres,
mujeres y niños abandonaron sus labores cotidianas para sumarse a las fuerzas
de defensa. La perspectiva de que centenares de guerrilleros carlistas entrasen
en Manzanares, liderados por un caudillo como Manuel Adame, con un amplio
historial a sus espaldas de rapiñas y asesinatos, tenía que ser un incentivo suficiente
para que los vecinos estuviesen dispuestos a tomar las armas para defender sus
vidas y su patrimonio.
Las autoridades municipales tomaron numerosas
disposiciones para mejorar las defensas de Manzanares. Se repartieron todas las
armas disponibles entre los voluntarios, se prepararon municiones y se recogió
toda la pólvora disponible en la administración de Rentas. Las mujeres también
contribuyeron preparando, como si de un asedio medieval se tratase, calderas de
agua caliente, reuniendo piedras y otros utensilios adecuados para el combate. Los
quintos fueron organizados en compañías por el teniente coronel Andrés Bonet
con el objetivo de que también contribuyeran en la defensa de la localidad. Con
todas estas fuerzas disponibles, se guarnecieron los principales puntos
estratégicos de la localidad. Para empezar, se guarnecieron las puertas de
entrada a Manzanares que se habían habilitado en días anteriores cuando se
habían construido tapias para formar una especie de muralla que rodease la
población. Otro punto importante que se protegió fueron los depósitos de
caudales con los que contaban la administración de Correos, de la Encomienda y
del Ayuntamiento. También se dispusieron vigías en lo alto de la torre de la
iglesia con el objetivo de examinar desde este punto privilegiado los
alrededores de la población. Se organizaron también patrullas que recorrían de
forma permanente las calles de Manzanares. Por último, en la plaza se
estableció una especie de fuerza de reserva para acudir rápidamente a cualquier
punto en el que se necesitasen refuerzos.
Para coordinar todo este dispositivo se estableció
una junta permanente en el Ayuntamiento con los miembros de la corporación y
“personas de categoría”. Las autoridades municipales decidieron enviar partes a
las poblaciones cercanas (Membrilla, Valdepeñas, La Solana, Argamasilla de
Alba, Tomelloso, Infantes, Santa Cruz de Mudela y Almagro) para avisarles de la
llegada de las fuerzas de Adame. Otra importante decisión tomada por las
autoridades, quizá para fidelizar a las capas más populares que podían ser más
propensas a tomar partido por los carlistas, fue organizar una suscripción para
obtener fondos con los que pagar a los jornaleros y necesitados que colaborasen
en las tareas de defensa.
Por último, para intentar detectar lo antes
posible la llegada de los guerrilleros, se dispuso que once urbanos a caballo explorasen
el término municipal por el camino de Villarrubia. Nos ha llegado el nombre de
estos valientes manzanareños, que como veremos, jugaron un papel muy importante
en los siguientes días.
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Jinetes del regimiento de caballería Castilla nº 1 de ligeros. Unidad del comandante José Bessieres Pintado por Augusto Ferrer-Dalmau |
Durante los días 14 y 15 de abril, la columna de Bessieres estuvo tras la pista de Adame. Éste finalmente no se dirigió a Manzanares, como parecían sus primeras intenciones, sino que desde Villarrubia se encaminó hacia Argamasilla de Alba, para terminar finalmente en Ruidera sobre la 1 del mediodía del día 15. En esta población aprovecharon para aprovisionarse de pólvora asaltando la fábrica que existía en la localidad y que producía este explosivo aprovechando la fuerza del agua de las lagunas con molinos hidráulicos.
Las tropas de Bessieres les seguían muy de cerca ya que finalmente les alcanzaron tres horas después, sobre las cuatro de la tarde, localizando a los carlistas en lo alto de una loma a unos pocos kilómetros de la población de Ruidera, en la cañada de los Carros junto a la actual carretera nacional 430. La situación no era muy favorable para los militares ya que eran superados en número. Bessieres estimó que las fuerzas de Adame se componían de 200 hombres a pie y 60 a caballo. Frente a este contingente sólo contaba con 92 militares y 32 urbanos (12 de Manzanares) y de todos ellos sólo 60 iban a caballo. Además, la situación elevada en la que se encontraban los carlistas jugaba a su favor, ya que una carga de caballería de las tropas de Bessieres perdería efectividad y velocidad por tener que ascender por un terreno empinado.
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Cañada de los Carros en las cercanías de Ruidera Ruta por la que escapaba la partida de Adame antes de ser alcanzada |
El impetuoso Bessieres no se dejó arredrar por estas dificultades y ordenó a sus tropas cargar contra los carlistas en lo alto de la loma. Hasta dos cargas tuvieron que realizar, recibiendo continuos disparos de fusilería de los carlistas a corta distancia. Contra todo pronóstico, los hombres de Bessieres consiguieron ascender hasta lo alto de loma provocando la huida desorganizada de los carlistas. Muchos de los combates que se dieron en esta guerra terminaban habitualmente cuando los guerrilleros optaban por dispersarse, sin embargo, en esta ocasión las tropas de Bessieres persiguieron a los carlistas durante legua y media (más de 8 kilómetros) acuchillándoles sin piedad en su huida. Una vez más, el escurridizo Adame consiguió escaparse a toda velocidad con la mayor parte de su caballería, unos 40 jinetes, dejando a merced de las tropas de Bessieres a toda su infantería. El número de muertos y prisioneros denota que fue un combate sin cuartel en el que las tropas de Bessieres no tuvieron piedad con los vencidos, posiblemente ejecutándolos aunque se rindieran: 60 muertos y 10 prisioneros entre los carlistas. En este sentido, este combate fue el más sangriento en la provincia en los primeros años de guerra ya que, como hemos visto hasta ahora, los enfrentamientos solían terminar rápidamente con pocas bajas en cuanto los guerrilleros optaban por dispersarse. El carácter brutal del combate quedó de manifiesto en el hecho de que la loma en la que se libró la batalla paso a conocerse a partir de entonces como la loma de los Muertos. Las tropas de Bessieres no sólo infligieron una rotunda derrota a Adame, sino que también liberaron a nueve urbanos de Carrizosa que eran prisioneros de los carlistas, recuperaron buena parte de la pólvora robada, unos 46 kilogramos, e incautaron un gran número de armas.
Frente a las elevadas bajas de los carlistas, los isabelinos sólo tuvieron que lamentar un herido de bala y la captura por parte del enemigo del alférez Félix Cordero, del regimiento de Extremadura nº3. Éste fue liberado al poco tiempo por Adame con la esperanza de que este gesto sirviese para que se dispensase un mejor trato a los prisioneros carlistas.
El comandante Bessieres destacó especialmente el comportamiento heroico de los alféreces Antonio Lechuga y Félix Cordero, del cabo Félix Blanco, del soldado Felipe Quile y del urbano de Manzanares el abogado José Izquierdo. En el momento culminante de la persecución, a punto de alcanzar a Adame, el comandante Bessieres recibió una descarga a tan sólo diez pasos, de la que milagrosamente salió ileso a pesar de que algunas balas atravesaron su ropa. En ese momento sólo quedaban a su lado el alférez Antonio Lechuga y el manzanareño José Izquierdo por lo que los carlistas se revolvieron e intentaron capturarlos. En esas circunstancias, Bessieres tuvo que retroceder e intentar reagrupar a sus tropas, momento que aprovechó Adame para escapar definitivamente de la batalla.
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Grabado con la recreación de la batalla de Ruidera |
En la noche del mismo día 15, en Manzanares, desconocedores aún del resultado de la batalla, se organizó un pequeño convoy de suministros con un carro lleno de pan, queso, vino y cebada para los caballos que fue escoltado por cuatro urbanos de la localidad. Este convoy pudo localizar a los hambrientos y cansados hombres de Bessieres y aprovisionarlos en la casa Grande, en el límite entre los términos municipales de Manzanares y Argamasilla de Alba. La noticia de la victoria no llegó a Manzanares hasta el día siguiente, el 16 a las seis y media de la tarde, y se celebró por todo lo alto. Las campanas de las iglesias empezaron a repicar mientras los manzanareños se echaban a las calles con vivas a Isabel II. A la llegada de la noche, la fiesta continuó hasta medianoche con iluminación general, con banda de música en la plaza tocando canciones patrióticas y con la declamación de improvisadas poesías, mientras en los balcones del Ayuntamiento se exponían los retratos de la reina regente María Cristina y su hija Isabel II. A pesar de las celebraciones, las patrullas se mantuvieron esa noche ante el riesgo que los restos de la partida de Adame pudieran llegar hasta Manzanares. Al día siguiente, el día 17, la fiesta continuó cuando la columna de Bessieres, con 18 prisioneros, llegó a Manzanares y fue recibida por toda la población que se echó a la calle para saludar y vitorear a los vencedores de Ruidera.
En cuanto a Adame, completamente derrotado, escarmentado y acosado por los urbanos y las fuerzas militares de las poblaciones que atravesaba en su huida[28], decidió refugiarse en Portugal al que llegó tras muchas penalidades el día 26 de abril con tan solo 22 hombres[29]. A partir de este momento, Adame desapareció de la primera página de la historia y poco más se conoce sobre su vida excepto que murió años más tarde en Inglaterra en el exilio. El resto de supervivientes de la batalla de Ruidera fueron capturados en los días siguientes o se presentaron voluntariamente a las autoridades[30]. Podemos concluir, que tras una combativa vida a favor del absolutismo y habiendo participado hasta en tres guerras, la batalla de Ruidera supuso el fin para el hasta entonces indestructible Manuel Adame el Locho, también denominado en la prensa liberal en algunas ocasiones como el Viriato manchego.
La muerte de Eugenio Barba y el fin de las primeras
guerrillas.
El mes de abril fue muy fructífero para las fuerzas isabelinas ya que, después de la derrota de Adame, la partida de Eugenio Barba fue completamente aniquilada. La suerte que había acompañado a Barba durante tantos años de correrías le abandonó definitivamente. A mediados de ese mes, el alcalde mayor de Calzada de Calatrava tuvo noticia de que la partida de Barba, compuesta por 23 jinetes y 8 infantes, se encontraba en Ballesteros con intención de pasar el puerto de Calatrava. El alcalde mayor salió con 33 urbanos de la localidad en persecución de los rebeldes que huyeron hacia Mestanza. A la persecución y acoso de Barba se unieron más fuerzas: la columna militar del capitán Lorenzo Benítez, los provinciales de Sevilla y los urbanos de Mestanza, Puertollano, Fuencaliente y de la aldea de San Lorenzo. Ante la presión de tan numerosas fuerzas la partida de Barba empezó a encontrarse en serias dificultades. El 23 de abril los urbanos de Fuencaliente consiguieron sorprender a los rebeldes abatiendo a uno, hiriendo en el muslo a Barba y capturando todos sus caballos. Sin la movilidad que proporcionaban la caballería la partida de Barba estaba condenada a ser destruida. El 26 de abril fue un día clave en el que entre los urbanos de Mestanza y Puertollano capturaron a seis guerrilleros y terminaron por dispersar completamente la partida. En esos momentos la situación de Barba era crítica ya que se encontraba solo, desfallecido, herido y rodeado por los mestanceños, que incluso emplearon perros caza para intentar localizarle como si de una alimaña se tratase. El día 27 el apresado fue Juan Díaz Rodero, el segundo de Barba, también por los milicianos de Mestanza. En estas difíciles circunstancias el líder guerrillero aguantó un día más, con desesperados intentos nocturnos de evadir el cerco al que estaba sometido. Finalmente, el 28 de abril a las 11 de la mañana tres urbanos de Mestanza localizaron y abatieron al escurridizo Barba poniendo fin a su vida a los 47 años de edad[31]. En todos estos combates desempeñó un papel clave el alcalde mayor de Mestanza, Joaquín de Palma y Vinuesa, que, desde el 18 de abril, junto con los urbanos de la localidad, estuvo persiguiendo sin descanso por toda la sierra a la partida de Barba.
El carácter cada vez más feroz de la guerra se puso de manifiesto con la suerte que corrieron muchos de los prisioneros procedentes de las disueltas partidas de Adame y Barba. En el mes de mayo hay muchas noticias de fusilamientos[32]. Algunos son fusilados por el papel relevante que jugaron en las guerrillas, como es el caso de Juan Díaz Rodero, segundo de Barba. En otros casos, la condena muerte se aplica a los reincidentes, por ejemplo, a Pedro Sánchez Barba, alias Manteca. Éste último se había incorporado a las filas carlistas al principio de la guerra y en enero de 1834 se había acogido a un indulto ofrecido por las autoridades. No tardó en volver a incorporarse a las guerrillas y eso le acabaría costando la vida. Es posible que su posible parentesco con Eugenio Barba, con el que compartía el segundo apellido, jugase en su contra e hiciera que las autoridades juzgasen con mayor rigor su reincidencia en el bando carlista.
Los prisioneros que evitaron la pena de muerte se enfrentaron a duras penas. Muchos fueron condenados a servir durante seis años como militares en las compañías fijas de Filipinas. Otros fueron condenados a penas de seis o diez años en los presidios africanos, como el peñón de Vélez de la Gomera. Las difíciles condiciones de vida en los pequeños presidios del norte de África provocaban la necesidad de importar población forzosa desde la península, en este caso guerrilleros carlistas, para realizar trabajos de todo tipo para las guarniciones militares e incluso para integrase en ellas como soldados. Las condiciones de vida debían ser aún más penosas para los deportados a Filipinas ya que los prisioneros mayores de 50 años, en atención a su edad, eran enviados preferentemente a los presidios africanos.
En los meses de mayo y junio la tranquilidad de la provincia de Ciudad Real sólo fue turbada por una guerrilla que actuó principalmente en los montes de Toledo liderada por Benito Cuerva, alias Lobito. Finalmente, Lobito fue capturado el 15 de junio en Madridejos y fusilado el día 26 de ese mismo mes por la espalda tras ser degradado, pues ostentaba el grado de capitán[32]. Con la muerte de Lobito se cierra este primer episodio de la guerra en la provincia de Ciudad Real marcado por la aparición de guerrillas vinculadas a Manual Adame y a sus antiguos oficiales. En este periodo, militares y milicianos mantuvieron la iniciativa en la guerra pudiendo desmantelar con cierta rapidez a las partidas carlistas. Durante el verano de 1834 la preocupación de los manchegos pasó de la guerra contra las guerrillas a otro enemigo aún más mortífero, el cólera.
Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, septiembre de 2022
(ASENSIO RUBIO, 2011: 77-83).
- La Gaceta de Madrid del 24 y 29 de abril de 1834.
- Boletín Oficial de La Mancha 22 y 28 de abril de 1834.
- (MOYA GARCÍA y FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL: 2020).
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