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miércoles, 28 de septiembre de 2022

Vídeo y texto íntegro de la conferencia "LA TORRE, EL CASTILLO Y EL LUGAR DE MANZANARES EN EL CAMPO DE CALATRAVA"

En esta entrada publicamos el vídeo y el texto íntegro de la conferencia "LA TORRE, EL CASTILLO Y EL LUGAR DE MANZANARES EN EL CAMPO DE CALATRAVA", impartida por el historiador Juan de Ávila Gijón Granados, en el ámbito de las IX Jornadas Medievales el 24 de septiembre de 2022. El acto fue organizado por la Asociación Cultural El Zaque y presentado por Francisco Contreras González

En la conferencia se hace un interesante recorrido por la historia de Manzanares, desde su fundación en el siglo XIII hasta principios del siglo XVI.

Vídeo


Texto íntegro


Se puede descargar el texto de la conferencia en formato pdf en el siguiente enlace.


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martes, 13 de septiembre de 2022

MANZANARES Y LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL DURANTE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833 - 1840): Capítulo 3. Las primeras guerrillas carlistas (noviembre 1833 - junio 1834)

El ya comentado fallido intento de arresto de Manuel Adame el Locho en el mes de octubre tuvo fatales consecuencias para el mantenimiento del orden público, ya que alrededor de su figura se organizó la resistencia carlista en la provincia de Ciudad Real. Las primeras guerrillas carlistas que empezaran a operar en la zona estuvieron lideradas por el propio Adame y por hombres de su confianza, muchos de ellos antiguos oficiales que habían servido bajo su mando durante la Guerra Realista (1822-1823). Estos grupos guerrilleros recibían en la época curiosos nombres como gavillas, facciones o partidas, términos que también utilizaremos en este libro. A continuación, describiremos la trayectoria de las principales partidas en estos primeros meses de guerra.


La partida de Juan Vicente Rugeros, alias Palillos.

Juan Vicente Rugeros, también conocido como Palillos, nació en 1785 en Almagro y sus primeros años de vida no hacían presagiar el carácter guerrero e indómito que demostró durante la Primera Guerra Carlista[1]. A diferencia de Adame, sus orígenes no fueron humildes, ya que sus padres tenían una fábrica de palillos para la realización de encajes, de ahí el apodo por el que era conocido, y tampoco participó en la Guerra de la Independencia. Fui a partir del Trienio Liberal (1820-1823) cuando unió su suerte a la de Adame. Las primeras noticias que se tienen sobre su participación en política es en 1820, cuando se enfrentó a las autoridades liberales de Almagro, y al año siguiente, cuando formó parte de un motín a consecuencia del cierre del convento de San Francisco de esta localidad. Tras ser detenido en varias ocasiones por su militancia absolutista, en febrero de 1823 se unió a la partida de Adame durante la Guerra Realista. En este conflicto destacó en varias acciones bélicas por lo que fue condecorado y alcanzó el grado de oficial. Finalizada la Guerra Realista se integró en el ejército regular, siendo nombrado teniente. Al igual que Adame, participó en las conspiraciones ultras contra Fernando VII lideradas por el general Jorge Bessiéres en 1825. Aunque fue absuelto por falta de pruebas, su participación en estos hechos provocó que fuera licenciado del ejército. El sentimiento absolutista de Juan Vicente era compartido por su familia, por su hermano Francisco y por su hijo Zacarías que le acompañarán en sus correrías durante la guerra. De hecho, su hermano Francisco era teniente de los Voluntarios Realistas. Con estos antecedentes, más las sospechas de su participación en nuevas conspiraciones[2], la familia estaba en el punto de mira de las autoridades. En las ya comentadas detenciones de octubre de 1833 Francisco se encontraba entre los detenidos que debían ser deportados a Ceuta[3]. Sin embargo, Juan Vicente pudo eludir su apresamiento y a los pocos días, a principios de noviembre, se sumó a la rebelión carlista, liderando en Alcolea de Calatrava la primera guerrilla de la que tenemos noticia en la provincia de Ciudad Real.

La partida de Juan Vicente Rugeros actuó de forma independiente muy pocos días ya que el activo coronel Yarto, al mando de los húsares de la Princesa, la derrotó de forma expeditiva en dos ocasiones. El primer combate sucedió a unos 15 kilómetros de Alcolea de Calatrava, en las cercanías del castillo de Calabazas. Las tropas de Yarto sorprendieron a los carlistas al amanecer del día 9 de noviembre y éstos huyeron de forma precipitada hacia el valle de Alcudia[4]. Los fugitivos fueron perseguidos por una veintena de húsares que les volvieron a dar alcance el día 11 a las cuatro de la tarde ya en la zona de Alcudia. Este segundo combate se saldó con seis guerrilleros muertos y la dispersión de los supervivientes[5]. Esta es la primera ocasión en la que se tiene constancia de fallecidos en combate en la provincia de Ciudad Real durante la Primera Guerra Carlista. Estos seis muertos serán los primeros de una larga lista que llenará de desolación la provincia durante los siguientes siete años. Después de estos combates, Juan Vicente Rugeros se incorporó a la partida de Manuel Adame y pasará a un segundo plano hasta el año 1835, en el que se convertirá en el principal líder guerrillero en la provincia, protagonismo que conservará hasta el final de la guerra.

Estandarte de la partida de Palillos. Colección Baleztana


La partida de Eugenio Barba.

Otro importante líder guerrillero en estos primeros meses fue Eugenio Barba, que al igual que Juan Vicente Rugeros también fue oficial de Manuel Adame durante la Guerra Realista. La prensa liberal de la época publicó una detallada biografía de Eugenio Barba que nos traslada la típica imagen del guerrillero carlista, que lejos de tener altos ideales políticos, parece más un delincuente oportunista que busca en la guerra una forma de ganar fortuna y notoriedad[6]. Eugenio Barba nació en 1787 en Aldea del Rey en el seno de una familia de labradores, que con no pocos esfuerzos intentaron dar educación a su hijo en la escuela de latinidad[7] de Granátula de Calatrava. Después de tres años abandonó los estudios sin alcanzar grandes progresos para ingresar en el ejército como cadete en el regimiento de caballería de Calatrava. Tampoco duró mucho en el ejército y al tiempo regresó a Aldea del Rey donde abrió una taberna. Su carácter altanero le llevó a participar en una reyerta donde recibió una puñalada que le dejó convaleciente durante varios meses y le obligó a cerrar la taberna dejando una cuantiosa deuda. La vertiginosa caída de Eugenio Barba, de honorable estudiante y militar a tabernero pendenciero y arruinado, se aceleró de forma definitiva en el siguiente capítulo de su vida ya que, privado de ingresos y patrimonio, se convirtió en salteador de caminos. Tras unos años en los que se le perdió la pista, reapareció en 1823 como capitán de un escuadrón de caballería de las fuerzas realistas de Manuel Adame, unidad que según la crónica periodística estaba formado por ladrones y forajidos de la zona. No tardó en aprovechar su nueva posición como oficial en beneficio propio, robando y vejando a sus antiguos vecinos de Aldea de Rey y ensañándose especialmente con sus propios hermanos y con un sacerdote que le había denunciado en sus tiempos de salteador de caminos. También sacó gran provecho del botín obtenido en el robo de las iglesias de Toledo cuando las tropas de Adame tomaron la ciudad, ya que se dedicó a vender con total impunidad todo tipo de objetos religiosos como casullas, sacras, vinajeras, etc. Tras la restauración del poder absoluto por parte de Fernando VII en 1823, que supuso el final del Trienio Liberal, Eugenio Barba ingresó en el ejército con el grado de capitán. Su primer destino fue un regimiento de caballería con base en Badajoz, pero el coronel al mando de la unidad, deseando librarse de tan peculiar oficial, maniobró para que se le concediese el retiro del ejército. Estando ya asignado al depósito de Jaén, fue nombrado fiscal de la comisión militar de Granada, a pesar que según el periódico apenas sabía leer y escribir. Tampoco duró mucho como fiscal, ya que las tropelías cometidas por Barba en el cargo provocaron que fuera cesado. En el momento de la muerte de Fernando VII vivía en Almagro del sueldo que cobraba como fiscal cesante.

Este negativo retrato de Eugenio Barba que nos proporciona el periódico El Universal hay que tomarlo con cierta cautela. La prensa de la época estaba fuertemente alineada con las opciones políticas liberales y es posible que este tipo de información se utilizase como un instrumento más de guerra, para ridiculizar o denostar a los carlistas, quizá de forma exagerada o sensacionalista. En este sentido, la Primera Guerra Carlista tiene características de las guerras modernas, en las que ya no sólo se combate en los tradicionales escenarios de la guerra, la tierra o el mar, sino que también se lucha en el ámbito de las ideas a través de los numerosos periódicos surgidos al calor de las libertades que progresivamente instaurará el nuevo régimen liberal.

Volviendo al año 1833, Eugenio Barba se unió a los carlistas el 14 de noviembre levantando una partida en su población natal de Aldea del Rey, siguiendo la estela ya descrita de Juan Vicente Rugeros, que días antes se había pronunciado en Alcolea de Calatrava. Fiel a su trayectoria criminal, esta primera partida comandada por Barba estaba formado por nueves presos escapados de la cárcel que iniciaron su aventura robando caballos en Aldea del Rey[8]. De nuevo, los omnipresentes húsares de la Princesa salieron en persecución de la partida de Barba desde Almagro alcanzándola el día 16 en las cercanías de Calzada de Calatrava, en un cortijo a los pies de la sierra. Los soldados consiguieron abatir al segundo de Barba, el alférez retirado Miguel Valiente, recuperando la mayor parte de los caballos robados. El resto de integrantes de la partida se dispersaron a pie y Barba consiguió escapar gracias a la velocidad de su caballo. Tras esta primera derrota, Barba se refugió en la zona de sierras al suroeste de la provincia, en las cercanías de Calzada de Calatrava, que por lo accidentado del relieve era un terreno ideal para las guerrillas carlistas. Según las noticias de prensa Barba continuó rodeándose de bandoleros y contrabandistas[9].

Recreación de un guerrillero carlista de la zona de La Mancha[10].


La partida de Manuel Adame el Locho.

Aunque la partida de Eugenio Barba fue relevante en estos primeros meses de guerra, la más importante y la que más atención recibió por parte de la prensa fue sin duda la liderada por Manuel Adame el Locho. Tras escapar de su arresto en el mes de octubre organizó una partida integrada por una veintena de hombres que actuó en la misma zona que la guerrilla de Eugenio Barba, en las sierras del suroeste de la provincia, sin atreverse a operar en áreas de llanura o más pobladas por lo reducido de sus fuerzas[11].

De nuevo, los húsares de la Princesa del coronel Yarto, en esta ocasión apoyados por los granaderos de la Guardia Real Provincial, fueron los responsables de derrotar y disolver esta primera partida de Adame. Una columna móvil de húsares y granaderos se internó en el valle de Alcudia y atacó el 20 de diciembre en lo alto de un collado a los guerrilleros carlistas. Aunque el combate se saldó con un solo fallecido, se consiguió dispersar a los carlistas. En los días siguientes, la acción combinada de las tropas de Yarto y de las autoridades municipales de Almodóvar, Brazatortas, Almadén, Alamillo y el administrador de Alcudia, que enviaron milicianos para cerrar todas las salidas del valle, consiguieron acabar definitivamente con este primer grupo liderado por Adame[12]. En los días siguientes hay numerosas noticias que hablan de la captura de los miembros de la partida de Adame o que aquellos que consiguieron escapar se presentaban en sus poblaciones para entregarse y acogerse a los indultos que ofrecía el Gobierno a los carlistas arrepentidos[13]. Las autoridades tomaron dos importantes medidas para incentivar estas deserciones. En primer lugar, el 27 de diciembre ofrecieron una recompensa de 6.000 reales por la captura de Adame y de Juan Vicente Rugeros[14], que como ya hemos comentado se había integrado en la partida del primero, y de 5.000 reales en caso de capturar a solo uno de los dos cabecillas. En segundo lugar, prorrogaron los indultos a los carlistas arrepentidos durante 20 días más a partir del 5 de enero[15]. Sin embargo, el escurridizo Adame no fue capturado y durante semanas se perdió su pista completamente. A finales de enero se especulaba con que Adame intentaba refugiarse en Portugal y que Juan Vicente Rugero seguía vagando en solitario por los montes[16].

Estos éxitos contra las guerrillas durante los primeros meses de la guerra se debieron sin duda a la acción decidida del coronel Tomás Yarto. En reconocimiento a sus méritos, fue nombrado comandante general interino de la provincia de Ciudad Real[17]. El cargo lo ocupó hasta el 14 de diciembre, fecha en la que asumió la comandancia militar de la provincia el mariscal de campo Francisco Ramonet[18]. El coronel Yarto aún permaneció en la provincia hasta el día 25 de diciembre, siendo su último gran servicio la derrota de Adame. El nuevo comandante Francisco Ramonet dividió la provincia en cuatro zonas y en cada una de ellas desplegó una columna móvil con tropas del ejército de infantería y caballería que, con el apoyo de las milicias urbanas, tenían como misión perseguir a bandoleros y carlistas en su área de responsabilidad[19].

La aparente tranquilidad lograda con las victorias del mes de noviembre y diciembre de 1833 sobre Manuel Adame, Vicente Rugeros, Eugenio Barba y otros cabecillas de menor entidad como el bandolero Colorado[20] se vio de nuevo truncada con la llegada de la primavera. En el mes de marzo de 1834 se publicó una inquietante noticia sobre la marcha de 50 hombres de Ciudad Real, Miguelturra y otros pueblos para unirse a una nueva partida que estaba organizando Manuel Adame[21]. Al contrario de lo que se había publicado, Adame no sólo no había huido a Portugal, sino que había aprovechado los meses de enero y febrero para organizar la mayor partida carlista desde el inicio de la guerra compuesta en un principio por unos 120 hombres, de los cuales 30 iban a caballo.

La partida de Adame fue localizada a los pocos días desplazándose en dirección hacia Alcolea de Calatrava. La columna móvil de poniente, liderada por el capitán del regimiento provincial de Córdoba Luis Clavería, se desplazó rápidamente hacia Alcolea batiendo a los rebeldes el 11 de marzo. El encuentro no fue concluyente ya que las fuerzas de Adame huyeron aprovechando la llegada de la noche, dejando sobre el terreno cuatro guerrilleros muertos y dos caballos que fueron capturados por los militares[22].

En los siguientes días reinó la confusión sobre el paradero de Adame ya que se publicaron noticias que le ubicaban en sitios tan distantes como los montes de Toledo, Fontanarejos, Baeza, Andújar o huyendo hacia Extremadura[23]. Además, algunas de estas noticias elevaban hasta 500 el número de efectivos rebeldes con lo que la sensación de alarma debió cundir por todos los pueblos de la provincia.

Los acontecimientos se precipitaron a partir de mediados de abril. El día 13 de este mes la partida de Adame apareció para sorpresa de todos en Villarrubia de los Ojos, con intención de aprovisionarse de suministros, pero la milicia urbana de la localidad se fortificó en la casa del pósito, en la plaza principal, y consiguió rechazar a los carlistas sufriendo cinco bajas mortales entre sus filas. Sin embargo, no pudieron evitar que las tropas de Adame secuestraran a dos vecinos[24]. Esta práctica del secuestro de personas acomodadas fue habitual en la provincia de Ciudad Real durante la guerra ya que con las recompensas pagadas por las familias se financiaban las partidas carlistas.


La batalla de Ruidera (abril de 1834). La importante contribución de Manzanares en la derrota de Manuel Adame el Locho.

La noticia del ataque a Villarrubia de los Ojos se extendió rápidamente por los pueblos vecinos. En el caso de Manzanares, situada a 33 kilómetros de Villarrubia, la noticia llegó a las 7 de la tarde del mismo día 13, gracias a un oficio enviado por alcalde de Puerto Lápice[25]. Afortunadamente, en esos momentos Manzanares no estaba indefensa ya que la localidad era un punto estratégico para el ejército en el que se había establecido un depósito de los quintos reclutados en la provincia que debían incorporarse a realizar el servicio militar. En esas fechas, además de los miembros de la milicia urbana, había en Manzanares más de 500 mozos y casi un centenar de militares de diferentes unidades que se habían desplazado hasta la localidad para recoger a los reclutas.

Ante las alarmantes noticias de la proximidad de las fuerzas de Adame, las autoridades locales civiles y militares se reunieron para organizar la defensa. En este punto hay controversia entre los diferentes relatos que nos han llegado de los hechos. El acalde mayor de Manzanares se atribuyó todo el mérito de las disposiciones tomadas junto con el comandante de armas de la localidad, Bernardo Ferrón. Sin embargo, en días posteriores, el subdelegado de Fomento, máxima autoridad provincial, acusó al alcalde mayor de atribuirse decisiones que en realidad habían tomado el comandante del depósito de quintos de Manzanares el teniente coronel graduado Andrés Bonet, el comandante de armas Bernardo Ferrón y el responsable de Hacienda Ramón Moreno.

Independientemente del rol jugado por cada uno de estos personajes, se tomó la decisión de que las fuerzas militares que se encontraban en Manzanares saliesen de forma inmediata en dirección hacia Villarrubia de los Ojos, quedando la defensa de la localidad y la custodia de los quintos en manos de la milicia urbana. Los quintos podían ser un sustancioso botín para Adame ya que en caso de tomar Manzanares podía engrosar sus propias filas con muchos de los reclutas. De hecho, era común que muchos desertores del ejército se unieran a las partidas carlistas ya que preferían combatir en las guerrillas que operaban cerca de sus poblaciones antes que ser enviados como soldados a frentes lejanos.

De nuevo, hay algunas divergencias entre las fuentes en cuanto al número de efectivos, pero podemos concluir que la columna militar que salió de Manzanares en dirección hacia Villarrubia estaba formada por unos 90 militares de tres unidades diferentes: el regimiento de infantería de la Princesa nº4, el regimiento Extremadura nº3 de caballería ligera y la Guardia Real Provincial. El mando de esta heterogénea columna le correspondió al oficial de mayor rango, Sebastián Urribarrena, teniente graduado de capitán del regimiento de infantería de la Princesa.

Por su parte, los urbanos de Manzanares se quedaron toda la noche del 13 al 14 de abril patrullando por el interior de la población y sus alrededores. A las 6 de la mañana del día 14, cuando los urbanos se disponían a volver a su domicilio tras una larga y tensa noche de vigila, se recibió en el Ayuntamiento un oficio enviado por el acalde mayor de Daimiel en el que se comunicaba que las tropas de Adame, tras dejar Villarrubia, se dirigían hacia Manzanares. La noticia no podía ser más desalentadora porque recordemos que las fuerzas militares habían salido de la localidad, por lo que defensa debía recaer exclusivamente sobre los vecinos.

Ante el peligro inminente que acechaba Manzanares, el Ayuntamiento publicó un bando en el que se pedía a todos los manzanareños que colaborasen en la defensa de la localidad. Según la narración del alcalde mayor, el pueblo de Manzanares acudió mayoritariamente al llamamiento. Hombres, mujeres y niños abandonaron sus labores cotidianas para sumarse a las fuerzas de defensa. La perspectiva de que centenares de guerrilleros carlistas entrasen en Manzanares, liderados por un caudillo como Manuel Adame, con un amplio historial a sus espaldas de rapiñas y asesinatos, tenía que ser un incentivo suficiente para que los vecinos estuviesen dispuestos a tomar las armas para defender sus vidas y su patrimonio.

Las autoridades municipales tomaron numerosas disposiciones para mejorar las defensas de Manzanares. Se repartieron todas las armas disponibles entre los voluntarios, se prepararon municiones y se recogió toda la pólvora disponible en la administración de Rentas. Las mujeres también contribuyeron preparando, como si de un asedio medieval se tratase, calderas de agua caliente, reuniendo piedras y otros utensilios adecuados para el combate. Los quintos fueron organizados en compañías por el teniente coronel Andrés Bonet con el objetivo de que también contribuyeran en la defensa de la localidad. Con todas estas fuerzas disponibles, se guarnecieron los principales puntos estratégicos de la localidad. Para empezar, se guarnecieron las puertas de entrada a Manzanares que se habían habilitado en días anteriores cuando se habían construido tapias para formar una especie de muralla que rodease la población. Otro punto importante que se protegió fueron los depósitos de caudales con los que contaban la administración de Correos, de la Encomienda y del Ayuntamiento. También se dispusieron vigías en lo alto de la torre de la iglesia con el objetivo de examinar desde este punto privilegiado los alrededores de la población. Se organizaron también patrullas que recorrían de forma permanente las calles de Manzanares. Por último, en la plaza se estableció una especie de fuerza de reserva para acudir rápidamente a cualquier punto en el que se necesitasen refuerzos.

Para coordinar todo este dispositivo se estableció una junta permanente en el Ayuntamiento con los miembros de la corporación y “personas de categoría”. Las autoridades municipales decidieron enviar partes a las poblaciones cercanas (Membrilla, Valdepeñas, La Solana, Argamasilla de Alba, Tomelloso, Infantes, Santa Cruz de Mudela y Almagro) para avisarles de la llegada de las fuerzas de Adame. Otra importante decisión tomada por las autoridades, quizá para fidelizar a las capas más populares que podían ser más propensas a tomar partido por los carlistas, fue organizar una suscripción para obtener fondos con los que pagar a los jornaleros y necesitados que colaborasen en las tareas de defensa.

Por último, para intentar detectar lo antes posible la llegada de los guerrilleros, se dispuso que once urbanos a caballo explorasen el término municipal por el camino de Villarrubia. Nos ha llegado el nombre de estos valientes manzanareños, que como veremos, jugaron un papel muy importante en los siguientes días.

Nombre Otros datos
Manuel Sánchez Carrascosa Regidor decano. Al mando del grupo
Sebastián Sánchez-Cantalejo Regidor segundo
José Izquierdo Abogado
José González-Elipe Abogado
José Antonio Sánchez de Ávila
Agustín Burgos Alférez retirado
Luis Díaz PallarésCesante de policía
Francisco Mira
Antonio López Blanco
Pedro Galiana
Francisco Lorente

Los urbanos manzanareños en su misión de exploración no se encontraron con las huestes de Adame, pero en la dehesa de Madara, en las cercanías de Arenas de San Juan, localizaron la columna militar que había salido el día 13 de Manzanares bajo las órdenes de Sebastián Urribarrena. Los urbanos, en lugar de volver a Manzanares, decidieron unirse a la columna militar. No fueros los únicos que se agregaron a la columna ya que procedente de Daimiel apareció otro personaje, junto a 12 urbanos de caballería de aquel pueblo, que tendrá un papel protagonista en esta historia, el comandante José Bessieres. Pertenecía al regimiento de caballería Castilla nº 1 de ligeros. Esa unidad estaba agregada al ejército de observación de Portugal al mando del general José Ramón Rodil, cuya misión era capturar al infante Carlos María Isidro, que como ya hemos explicado estaba refugiado en el país vecino. El día 9 de marzo, José Bessieres, estando en Ledesma (Salamanca), había recibido la orden de recoger en Almagro a los quintos que debían incorporarse al ejército de observación[26]. No sabemos exactamente las circunstancias que llevaron a José Bessieres a unirse a la columna militar que había salido de Manzanares, pero es probable que estando en Daimiel conociese el ataque a Villarrubia y que se dirigiese con las tropas disponibles en busca de Adame, convergiendo con los militares procedentes de Manzanares. Otro refuerzo adicional provino de Membrilla, en este caso 7 urbanos a caballo, que se habían movilizado tras el aviso del Ayuntamiento de Manzanares a los pueblos vecinos. De toda esta heterogénea tropa formada por militares y urbanos de diferentes pueblos asumió el mando el comandante José Bessieres, ya que era el oficial de mayor graduación.

Jinetes del regimiento de caballería Castilla nº 1 de ligeros.
Unidad del comandante José Bessieres
Pintado por Augusto Ferrer-Dalmau

Durante los días 14 y 15 de abril, la columna de Bessieres estuvo tras la pista de Adame. Éste finalmente no se dirigió a Manzanares, como parecían sus primeras intenciones, sino que desde Villarrubia se encaminó hacia Argamasilla de Alba, para terminar finalmente en Ruidera sobre la 1 del mediodía del día 15. En esta población aprovecharon para aprovisionarse de pólvora asaltando la fábrica que existía en la localidad y que producía este explosivo aprovechando la fuerza del agua de las lagunas con molinos hidráulicos.

Las tropas de Bessieres les seguían muy de cerca ya que finalmente les alcanzaron tres horas después, sobre las cuatro de la tarde, localizando a los carlistas en lo alto de una loma a unos pocos kilómetros de la población de Ruidera, en la cañada de los Carros junto a la actual carretera nacional 430. La situación no era muy favorable para los militares ya que eran superados en número. Bessieres estimó que las fuerzas de Adame se componían de 200 hombres a pie y 60 a caballo. Frente a este contingente sólo contaba con 92 militares y 32 urbanos (12 de Manzanares) y de todos ellos sólo 60 iban a caballo. Además, la situación elevada en la que se encontraban los carlistas jugaba a su favor, ya que una carga de caballería de las tropas de Bessieres perdería efectividad y velocidad por tener que ascender por un terreno empinado.

Cañada de los Carros en las cercanías de Ruidera
Ruta por la que escapaba la partida de Adame antes de ser alcanzada 

El impetuoso Bessieres no se dejó arredrar por estas dificultades y ordenó a sus tropas cargar contra los carlistas en lo alto de la loma. Hasta dos cargas tuvieron que realizar, recibiendo continuos disparos de fusilería de los carlistas a corta distancia. Contra todo pronóstico, los hombres de Bessieres consiguieron ascender hasta lo alto de loma provocando la huida desorganizada de los carlistas. Muchos de los combates que se dieron en esta guerra terminaban habitualmente cuando los guerrilleros optaban por dispersarse, sin embargo, en esta ocasión las tropas de Bessieres persiguieron a los carlistas durante legua y media (más de 8 kilómetros) acuchillándoles sin piedad en su huida. Una vez más, el escurridizo Adame consiguió escaparse a toda velocidad con la mayor parte de su caballería, unos 40 jinetes, dejando a merced de las tropas de Bessieres a toda su infantería. El número de muertos y prisioneros denota que fue un combate sin cuartel en el que las tropas de Bessieres no tuvieron piedad con los vencidos, posiblemente ejecutándolos aunque se rindieran: 60 muertos y 10 prisioneros entre los carlistas. En este sentido, este combate fue el más sangriento en la provincia en los primeros años de guerra ya que, como hemos visto hasta ahora, los enfrentamientos solían terminar rápidamente con pocas bajas en cuanto los guerrilleros optaban por dispersarse. El carácter brutal del combate quedó de manifiesto en el hecho de que la loma en la que se libró la batalla paso a conocerse a partir de entonces como la loma de los Muertos. Las tropas de Bessieres no sólo infligieron una rotunda derrota a Adame, sino que también liberaron a nueve urbanos de Carrizosa que eran prisioneros de los carlistas, recuperaron buena parte de la pólvora robada, unos 46 kilogramos, e incautaron un gran número de armas.

Frente a las elevadas bajas de los carlistas, los isabelinos sólo tuvieron que lamentar un herido de bala y la captura por parte del enemigo del alférez Félix Cordero, del regimiento de Extremadura nº3. Éste fue liberado al poco tiempo por Adame con la esperanza de que este gesto sirviese para que se dispensase un mejor trato a los prisioneros carlistas.

El comandante Bessieres destacó especialmente el comportamiento heroico de los alféreces Antonio Lechuga y Félix Cordero, del cabo Félix Blanco, del soldado Felipe Quile y del urbano de Manzanares el abogado José Izquierdo. En el momento culminante de la persecución, a punto de alcanzar a Adame, el comandante Bessieres recibió una descarga a tan sólo diez pasos, de la que milagrosamente salió ileso a pesar de que algunas balas atravesaron su ropa. En ese momento sólo quedaban a su lado el alférez Antonio Lechuga y el manzanareño José Izquierdo por lo que los carlistas se revolvieron e intentaron capturarlos. En esas circunstancias, Bessieres tuvo que retroceder e intentar reagrupar a sus tropas, momento que aprovechó Adame para escapar definitivamente de la batalla.

Grabado con la recreación de la batalla de Ruidera[27]


En la noche del mismo día 15, en Manzanares, desconocedores aún del resultado de la batalla, se organizó un pequeño convoy de suministros con un carro lleno de pan, queso, vino y cebada para los caballos que fue escoltado por cuatro urbanos de la localidad. Este convoy pudo localizar a los hambrientos y cansados hombres de Bessieres y aprovisionarlos en la casa Grande, en el límite entre los términos municipales de Manzanares y Argamasilla de Alba. La noticia de la victoria no llegó a Manzanares hasta el día siguiente, el 16 a las seis y media de la tarde, y se celebró por todo lo alto. Las campanas de las iglesias empezaron a repicar mientras los manzanareños se echaban a las calles con vivas a Isabel II. A la llegada de la noche, la fiesta continuó hasta medianoche con iluminación general, con banda de música en la plaza tocando canciones patrióticas y con la declamación de improvisadas poesías, mientras en los balcones del Ayuntamiento se exponían los retratos de la reina regente María Cristina y su hija Isabel II. A pesar de las celebraciones, las patrullas se mantuvieron esa noche ante el riesgo que los restos de la partida de Adame pudieran llegar hasta Manzanares. Al día siguiente, el día 17, la fiesta continuó cuando la columna de Bessieres, con 18 prisioneros, llegó a Manzanares y fue recibida por toda la población que se echó a la calle para saludar y vitorear a los vencedores de Ruidera.

En cuanto a Adame, completamente derrotado, escarmentado y acosado por los urbanos y las fuerzas militares de las poblaciones que atravesaba en su huida[28], decidió refugiarse en Portugal al que llegó tras muchas penalidades el día 26 de abril con tan solo 22 hombres[29]. A partir de este momento, Adame desapareció de la primera página de la historia y poco más se conoce sobre su vida excepto que murió años más tarde en Inglaterra en el exilio. El resto de supervivientes de la batalla de Ruidera fueron capturados en los días siguientes o se presentaron voluntariamente a las autoridades[30]. Podemos concluir, que tras una combativa vida a favor del absolutismo y habiendo participado hasta en tres guerras, la batalla de Ruidera supuso el fin para el hasta entonces indestructible Manuel Adame el Locho, también denominado en la prensa liberal en algunas ocasiones como el Viriato manchego.


La muerte de Eugenio Barba y el fin de las primeras guerrillas.

El mes de abril fue muy fructífero para las fuerzas isabelinas ya que, después de la derrota de Adame, la partida de Eugenio Barba fue completamente aniquilada. La suerte que había acompañado a Barba durante tantos años de correrías le abandonó definitivamente. A mediados de ese mes, el alcalde mayor de Calzada de Calatrava tuvo noticia de que la partida de Barba, compuesta por 23 jinetes y 8 infantes, se encontraba en Ballesteros con intención de pasar el puerto de Calatrava. El alcalde mayor salió con 33 urbanos de la localidad en persecución de los rebeldes que huyeron hacia Mestanza. A la persecución y acoso de Barba se unieron más fuerzas: la columna militar del capitán Lorenzo Benítez, los provinciales de Sevilla y los urbanos de Mestanza, Puertollano, Fuencaliente y de la aldea de San Lorenzo. Ante la presión de tan numerosas fuerzas la partida de Barba empezó a encontrarse en serias dificultades. El 23 de abril los urbanos de Fuencaliente consiguieron sorprender a los rebeldes abatiendo a uno, hiriendo en el muslo a Barba y capturando todos sus caballos. Sin la movilidad que proporcionaban la caballería la partida de Barba estaba condenada a ser destruida. El 26 de abril fue un día clave en el que entre los urbanos de Mestanza y Puertollano capturaron a seis guerrilleros y terminaron por dispersar completamente la partida. En esos momentos la situación de Barba era crítica ya que se encontraba solo, desfallecido, herido y rodeado por los mestanceños, que incluso emplearon perros caza para intentar localizarle como si de una alimaña se tratase. El día 27 el apresado fue Juan Díaz Rodero, el segundo de Barba, también por los milicianos de Mestanza. En estas difíciles circunstancias el líder guerrillero aguantó un día más, con desesperados intentos nocturnos de evadir el cerco al que estaba sometido. Finalmente, el 28 de abril a las 11 de la mañana tres urbanos de Mestanza localizaron y abatieron al escurridizo Barba poniendo fin a su vida a los 47 años de edad[31]. En todos estos combates desempeñó un papel clave el alcalde mayor de Mestanza, Joaquín de Palma y Vinuesa, que, desde el 18 de abril, junto con los urbanos de la localidad, estuvo persiguiendo sin descanso por toda la sierra a la partida de Barba.

El carácter cada vez más feroz de la guerra se puso de manifiesto con la suerte que corrieron muchos de los prisioneros procedentes de las disueltas partidas de Adame y Barba. En el mes de mayo hay muchas noticias de fusilamientos[32]. Algunos son fusilados por el papel relevante que jugaron en las guerrillas, como es el caso de Juan Díaz Rodero, segundo de Barba. En otros casos, la condena muerte se aplica a los reincidentes, por ejemplo, a Pedro Sánchez Barba, alias Manteca. Éste último se había incorporado a las filas carlistas al principio de la guerra y en enero de 1834 se había acogido a un indulto ofrecido por las autoridades. No tardó en volver a incorporarse a las guerrillas y eso le acabaría costando la vida. Es posible que su posible parentesco con Eugenio Barba, con el que compartía el segundo apellido, jugase en su contra e hiciera que las autoridades juzgasen con mayor rigor su reincidencia en el bando carlista.

Los prisioneros que evitaron la pena de muerte se enfrentaron a duras penas. Muchos fueron condenados a servir durante seis años como militares en las compañías fijas de Filipinas. Otros fueron condenados a penas de seis o diez años en los presidios africanos, como el peñón de Vélez de la Gomera. Las difíciles condiciones de vida en los pequeños presidios del norte de África provocaban la necesidad de importar población forzosa desde la península, en este caso guerrilleros carlistas, para realizar trabajos de todo tipo para las guarniciones militares e incluso para integrase en ellas como soldados. Las condiciones de vida debían ser aún más penosas para los deportados a Filipinas ya que los prisioneros mayores de 50 años, en atención a su edad, eran enviados preferentemente a los presidios africanos.

En los meses de mayo y junio la tranquilidad de la provincia de Ciudad Real sólo fue turbada por una guerrilla que actuó principalmente en los montes de Toledo liderada por Benito Cuerva, alias Lobito. Finalmente, Lobito fue capturado el 15 de junio en Madridejos y fusilado el día 26 de ese mismo mes por la espalda tras ser degradado, pues ostentaba el grado de capitán[32]. Con la muerte de Lobito se cierra este primer episodio de la guerra en la provincia de Ciudad Real marcado por la aparición de guerrillas vinculadas a Manual Adame y a sus antiguos oficiales. En este periodo, militares y milicianos mantuvieron la iniciativa en la guerra pudiendo desmantelar con cierta rapidez a las partidas carlistas. Durante el verano de 1834 la preocupación de los manchegos pasó de la guerra contra las guerrillas a otro enemigo aún más mortífero, el cólera.

 

Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, septiembre de 2022


[1] (ASENSIO RUBIO, 2011: 77-83).

[2] En una noticia publicada en el periódico El Diario del Comercio el 29 de mayo de 1834 se comentaba que los hermanos Rugeros participaron en una conspiración en Aldea del Rey denunciada el 11 de octubre del año anterior por Valentín de Perea, oficial de los húsares de la Princesa. Por su participación en estos hechos, el subdelegado principal de policía de la provincia solicitó al gobernador de Almagro la detención de los dos hermanos Rugeros. Otra fuente (ASENSIO RUBIO 2011: 83) involucra a Juan Vicente Rugeros en una trama junto a Manuel Adame y Francisco Javier Echalecu, otro de los detenidos en octubre de 1833, pero fecha esta conspiración en la primavera y verano de 1834. Por la propia narración del suceso pensamos que hay una errata en las fechas, ya que los hechos se sitúan antes de la batalla de Ruidera de abril de 1834, por lo que la conspiración realmente debió suceder en el año 1833, meses antes del fallecimiento de Fernando VII.

[3] Periódico La Revista Española del 1 de noviembre de 1833.

[4] Periódico La Revista Española del 15 de noviembre de 1833.

[5] Periódico La Revista Española del 19 de noviembre de 1833.

[6] Periódico El Universal del 16 de abril de 1834.

[7] Las escuelas de latinidad eran centros educativos de enseñanza secundaria o preuniversitaria, que impartían estudios de latín y gramática necesarios para acceder a la universidad. ​

[8] Periódico La Revista Española del 19 y 26 de noviembre y del 3 de diciembre de 1833.

[9] Periódico La Revista Española del 13 de diciembre de 1833.

[10] (BARBA PIZARRO y MOLINA, 2021: 141).

[11] Periódico La Revista Española del 13 de diciembre de 1833.

[12] Periódico La Revista Española del 27 de diciembre de 1833.

[13] Periódicos La Revista Española del 31 de diciembre de 1833 y del 5 y 14 de enero de 1834 y Boletín Oficial de La Mancha del 5 y 19 de enero de 1834.

[14] Boletín Oficial de La Mancha del 2 de enero de 1834 y el periódico La Revista Española del 3 de enero de 1834.

[15] Boletín Oficial de La Mancha del 5 de enero de 1834.

[16] Periódicos La Revista Española del 24 de enero de 1834 y Diario Balear del 25 de enero de 1834

[17] Periódico La Revista Española del 3 de diciembre de 1833.

[18] Periódico La Revista Española del 20 de diciembre de 1833.

[19] Boletín Oficial de La Mancha del 20 de febrero de 1834. La orden sobre la organización de las tropas del ejército acuarteladas en la provincia en columnas móviles está fechada el 25 de enero de 1834.

[20] Periódico La Revista Española del 20 de diciembre de 1833. El mencionado Colorado era un violento salteador de caminos que se había sumado a la rebelión carlista liderando una partida de 17 hombres que actuaba en coordinación con Manuel Adame. De nuevo, los húsares de la Princesa en unión con los granaderos provinciales de la Guardia Real fueron los responsables de dispersar esta partida y abatir a su líder en las cercanías de Picón durante el mes de diciembre de 1833. 

[21] Periódico La Revista Española del 11 de marzo de 1834.

[22] Boletín Oficial de La Mancha del 15 de marzo de 1834.

[23] Periódico La Revista Española del 18 de marzo de 1834 y del 1, 7, 9 y 15 de abril de 1834.

[24] Boletín Oficial de La Mancha del 18 de abril de 1834.

[25] La reconstrucción de la batalla de Ruidera se ha realizado sobre las siguientes fuentes:

  • La Gaceta de Madrid del 24 y 29 de abril de 1834.
  • Boletín Oficial de La Mancha 22 y 28 de abril de 1834.
  • (MOYA GARCÍA y FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL: 2020).

[26] (DE SOTTO, 1859: 281).

[27] Panorama español. Crónica contemporánea, tomo II¸ Madrid 1842, página 117.

[28] Periódico La Revista Española del 23 y 30 de abril de 1834, Boletín Oficial de La Mancha del 22 de abril de 1834

[29] Periódico El Universal del 30 de abril de 1834.

[30] Boletín Oficial de La Mancha del 24 y 26 de abril de 1834.

[31] Boletín Oficial de La Mancha del 24 y 30 de abril y periódicos El Eco del Comercio del 2 de mayo de 1834 y La Revista Española del 7 de mayo de 1834. Los tres urbanos de Mestanza que abatieron a Barba fueron Juan Castellanos, Nicolás Larios y Sánchez y Antonio Rodríguez.

[32] Periódicos El Eco del Comercio del 6 y 7 de mayo de 1834, La Revista Española del 7 de mayo de 1834, El Universal del 6 de mayo de 1834 y el Boletín Oficial de la Mancha del 2, 8 y 10 de mayo de 1834.

[32] Periódico El Eco del Comercio del 26 de junio y 2 de julio de 1834.


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lunes, 12 de septiembre de 2022

MANZANARES Y LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL DURANTE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833 - 1840): Capítulo 2. El inicio de la guerra

Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833 y, según había indicado en su testamento, fue nombrada regente su esposa María Cristina, ya que la futura Isabel II tan sólo tenía dos años de edad. Por su parte, el infante Carlos María Isidro, desde Portugal donde estaba exiliado, se autoproclamó rey de España el 1 de octubre de 1833 con el nombre de Carlos V. Dos días después se produjo el primer levantamiento carlista, concretamente en Talavera de la Reina. Rápidamente los pronunciamientos en favor del infante Carlos se fueron extendiendo por toda la geografía española. Se inició de esta forma la Primera Guerra Carlista que asolaría España durante siete largos años hasta 1840.

La primera reacción en Manzanares fue de apoyo pleno a la regente María Cristina. El 11 de octubre “el alcalde mayor, ayuntamiento, cuerpo eclesiástico, militar, civil, facultativo, literario, comercial, propietarios, labradores y artesanos, traficantes y jornaleros” manifestaron públicamente su adhesión a la nueva regente[1]. El apoyo mostrado por Manzanares a las nuevas autoridades no era ni mucho menos unánime en la provincia de Ciudad Real[2]. Desde finales del año 1832 y durante buena parte del 1833 se habían desarticulado varias conspiraciones carlistas en Almagro y Valdepeñas[3]. Estas conspiraciones no fueron hechos aislados ya que en muchas zonas de la provincia el absolutismo tenía una fuerte implantación. Almagro, Miguelturra o la propia Ciudad Real capital serán focos carlistas durante toda la guerra.

El Gobierno, consciente de la situación de peligro en la que se encontraba la provincia de Ciudad Real, tomó rápidas medidas para sofocar cualquier conato de rebelión. En el mismo mes de octubre envió a la zona al regimiento de húsares de la Princesa liderado por el coronel Tomás Yarto[4]. Este regimiento había sido fundado recientemente en marzo de 1833 y nombrado de la Princesa en honor a la futura reina Isabel II. Su acuartelamiento estaba en el Real Sitio de El Pardo y su misión inicial era la de ejercer de escolta de honor de la princesa Isabel. Nada más conocerse el primer levantamiento carlista en Talavera de la Reina, el regimiento comandado por Tomás Yarto fue enviado a la zona para capturar a los rebeldes[5]. El hecho de que fuera precisamente el regimiento de la Princesa uno de los primeros en ser movilizado para acabar con la incipiente insurrección carlista pude que fuera un gesto simbólico por parte del Gobierno. Tras colaborar en la persecución de los carlistas alzados en Talavera, las fuerzas del coronel Yarto se desplazaron el día 24 de octubre a Toledo para asegurar la fidelidad de la ciudad a las nuevas autoridades. Pocos días después el coronel Yarto recibió la orden de trasladarse con sus tropas a la provincia de Ciudad Real[6].

El coronel Yarto y su regimiento de la Princesa jugaron un papel fundamental en provincia durante los primeros meses de la guerra. Su intervención fue decisiva para desarticular la primera intentona carlista. En la noche del 24 de octubre los carlistas almagreños planeaban, con la ayuda de 200 hombres que esperaban procedentes de Valdepeñas, hacerse con el dinero de las tesorerías. Conocedores del peligro, vecinos leales se atrincheraron en diferentes edificios para hacer frente a los sublevados. Finalmente, la llegada de 40 militares del regimiento de húsares de la Princesa consiguió hacer fracasar la sublevación[7].

Además de reforzar la presencia militar en la zona y perseguir a las primeras guerrillas que empezaron a surgir a partir del mes de noviembre, las tropas del coronel Yarto realizaron otras dos importantes misiones que fueron muy efectivas para mantener el orden público y reducir al mínimo la actividad de los sublevados en los primeros meses de la guerra. Estas relevantes misiones consistieron en el descabezamiento del carlismo en la provincia con la detención y deportación a Ceuta de sus principales líderes y en la disolución y desarme de los Voluntarios Realistas y su sustitución por la Milicia Urbana.

Carga de húsares del regimiento de la Princesa
Pintado por Augusto Ferrer-Dalmau


Detenciones y deportación de los líderes carlistas. El manzanareño Donato Quesada entre los detenidos.
 
Uno de los principales objetivos de la ola de detenciones que llevaron a cabo las tropas de Yarto fue sin duda el apresamiento de Manuel Adame de la Pedrada, también conocido por su apodo de El Locho. Manuel Adame era el caudillo militar manchego con mayor capacidad de movilizar a los carlistas. Por este motivo, su neutralización debió ser una prioridad para las autoridades liberales.

Es interesante detenernos en conocer la biografía de este personaje porque es un muy representativa del guerrillero típico de la provincia de Ciudad Real durante la Primera Guerra Carlista. Manuel Adame nació en Ciudad Real en 1780. Sus orígenes eran muy humildes[8]. Su abuelo paterno era ciego y pobre. Su madre se ganaba la vida como saludadora[9], que era un tipo de curandera especializada en sanar la rabia empleando para ello su saliva o el aliento. Con estos humildes orígenes, Adame tuvo que trabajar desde niño como cuidador de cerdos y más tarde como jornalero.

Las descripciones sobre Adame que nos han llegado a través de la prensa de carácter liberal no son muy favorecedoras. Nos lo presentan como un hombre poco agraciado, de baja estatura, sucio, tosco, grosero y analfabeto:

Es un hombre de poco más de cinco pies[11], enjuto pero membrudo, monstruoso por una quebradura singular en su magnitud, tosco y desgarrado en el andar, el semblante cetrino, la nariz bastante ancha, los ojos hundidos, perspicaces y encendidos, las cejas pobladas, su mirar no es muy fiero, sus modales toscos, su producción altamente grosera, pues con dificultad pronuncia una palabra bien dicha: es sucio y descuidado en el traje, no bebe vino, pero es un africano en lo voluptuoso[12].

Manuel Adame de la Pedrada, alias el Locho[10]

La primera gran oportunidad que tuvo Adame para cambiar el triste destino al que parecía abocado fue durante la Guerra de la Independencia. Fue primero soldado; más tarde espía, curiosamente bajo las órdenes de las autoridades manzanareñas; para terminar como guerrillero en la partida de Ventura Jiménez. A la finalización de la guerra se le reconoció el grado de alférez y una pensión acorde a su graduación de 10 reales diarios.

El siguiente episodio que le permitió mejorar su estatus fue otro conflicto bélico durante el Trienio Liberal. En 1822 estalló una sublevación de carácter absolutista, precursora en cierto modo de las guerras carlistas, conocida con el nombre de la Guerra Realista. Este conflicto se desarrolló como una guerra de guerrillas que se extendió por toda España. En julio de 1822 Manuel Adame se alzó en armas en Ciudad Real en defensa de la fe y en contra del régimen liberal, convirtiéndose en el principal líder guerrillero en la provincia. Los primeros meses fueron difíciles para la partida de Adame. Acompañado de unas decenas de partidarios fue perseguido y acosado por las tropas del Gobierno. En numerosas ocasiones la prensa afirmaba que la partida de Adame había sido derrotada y disuelta, pero en pocos días volvía a reaparecer.

La suerte de Adame empezó a cambiar en la primavera de 1823, con la intervención europea en contra del régimen liberal y en favor de la restauración del poder absoluto de Fernando VII. Esta intervención fue protagonizada por las fuerzas francesas conocidas como los Cien Mil Hijos de San Luis, que en abril de 1823 entraron en España por la frontera pirenaica. La confianza en el triunfo de los absolutistas posibilitó que las tropas bajo el mando de Adame crecieran rápidamente. Absolutistas convencidos, pero también oportunistas de todo pelaje pasaron a engrosar las huestes de Adame. Su ascenso fue meteórico. De liderar una pequeña y acosada partida, pasó a dirigir el regimiento de Defensores Voluntarios del Rey. Este regimiento se integraría más tarde en la primera división de infantería y caballería que sería también comandada por Adame ya con la graduación de mariscal de campo y cuyo campo de actuación fue Castilla la Nueva. A primeros de julio, Adame recibió un nombramiento más, el de comandante general de La Mancha.

Todos estos honores y ascensos no deben enmascarar el carácter terrible del conflicto. La prensa liberal acusaría a Adame durante la Guerra Realista de rodearse de criminales y bandoleros y de ser responsable de numerosos asesinatos, violaciones, robos y saqueos. Especialmente violenta fue la entrada de Adame en abril de 1823 en el pueblo toledano de Menasalbas, donde degollaron a ocho vecinos, entre ellos a Claudio de la Escalera, antiguo compañero del propio Adame durante la Guerra de la Independencia en la partida de Ventura Jiménez[13]. En Toledo capital, las tropas de Adame fueron acusadas de saquear las iglesias, hecho todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que su levantamiento contra el régimen liberal se justificaba en la defensa de la religión y el absolutismo.

En octubre de 1823, los restos del régimen liberal refugiados en Cádiz se rindieron a los franceses y Fernando VII gobernó diez años más en un periodo que se ha conocido como la Década Ominosa. Aunque el nuevo Gobierno absolutista derogó rápidamente la Constitución y todas las normas aprobadas durante el Trienio Liberal, no cumplió las expectativas de los sectores más ultras. La falta de fondos obligó a la disolución de las unidades militares organizadas por los líderes guerrilleros durante la Guerra Realista. La presión de las fuerzas de ocupación francesas llevó a Fernando VII a conceder limitadas amnistías a los liberarles. Todas estas medidas hicieron crecer el descontento en los sectores ultras que les llevaron a conspirar contra Fernando VII, con el objetivo de poner en el trono a su hermano Carlos María Isidro. Adame formó parte de estas primeras conspiraciones que surgieron entre 1824 y 1825 lideradas por el general Jorge Bessieres. Las autoridades descubrieron el complot y Adame fue detenido, pero finalmente fue liberado porque no se llegó a probar su participación en la conjura. La falta de confianza en Adame por parte del Gobierno fue seguramente la causa de su licenciamiento. Aun así, le fue concedido el grado de coronel, inferior al que realmente ostentaba como mariscal de campo, pero con una generosa pensión de 12.000 reales anuales. Entre 1825 y 1833 permaneció en un segundo plano ya que no hay noticias en la prensa sobre Adame, ni se ha conservado documentación que le mencione durante este periodo. Se estableció en Ciudad Real donde se compró una casa, dos pares de mulas de labor y una yeguada.

La trayectoria que brevemente hemos descrito de Adame durante el primer tercio del siglo XIX será compartida por otros muchos de los líderes guerrilleros que tuvieron un papel protagonista durante la Primera Guerra Carlista. De orígenes humildes, rayando la marginalidad, intentaron aprovechar el conflicto bélico para enriquecerse y conseguir un ascenso social. Aunque no se pueda negar las convicciones ideológicas de parte de los alzados, en muchos casos serán oportunistas, que actuarán más como bandoleros que como guerrilleros carlistas en busca de un objetivo político. Sin lugar a dudas, quien mejor definió la ambigüedad de estos personajes fue Benito Pérez Galdós, quien afirmó “que sólo un gramo más de moral diferenciaba a un guerrillero de un bandolero”.

Volviendo a 1833, Adame no tuvo en esta ocasión demasiadas opciones ya que las detenciones preventivas realizadas por las autoridades le abocaron a sus 53 años a volverse echar al campo en defensa del infante Carlos María Isidro. Como hemos comentado, su detención sería uno de los principales objetivos del coronel Yarto, cuando entró con sus tropas en la provincia a finales de octubre de 1833. Para hacer efectiva su detención, un teniente coronel del regimiento de Húsares de la Princesa se desplazó hasta Ciudad Real al frente de 100 jinetes y 40 infantes para comunicarle en persona a Adame que debía presentarse para tomarle declaración. Parece ser que llegó a ser detenido y conducido con otros arrestados hacia Ceuta donde debían ser deportados[14], pero consiguió fugarse con otro compañero y a partir de ese momento lideraría, una vez más, las guerrillas en la provincia de Ciudad Real durante los primeros meses del conflicto bélico.

El fracaso que supuso la fuga de Adame se vio paliado por las numerosas detenciones por toda la provincia de relevantes personajes conocidos por sus simpatías carlistas[15]. En Ciudad Real, fueron detenidos el director de Loterías, el director de Correos y dos tíos segundos de Manuel Adame. En Almagro, los detenidos ascendían a nueve. Entre ellos un escribano, un abogado, un capitán y un teniente (Francisco Rugeros) de los Voluntarios Realistas de la localidad y dos antiguos oficiales de Manuel Adame. En Moral de Calatrava, se detuvo a Francisco Javier Echalecu, contador de maestrazgos y coronel del batallón de infantería de Almagro de los Voluntarios Realistas[16]. También Manzanares se vio afectada por esta ola de detenciones: el acalde mayor José Mucho de Quevedo, que era nada menos que responsable de la administración de justicia y máxima autoridad local; el tesorero de la policía Eustaquio Serrano y el rico propietario Donato Quesada Arce.

En el caso de Almagro, la dejadez y puede que hasta la complicidad del gobernador de la localidad permitió que escapasen algunos relevantes carlistas, antiguos oficiales de Adame, que se unirán también a las guerrillas: Eugenio Barba, Joaquín Tercero y Juan Vicente Rugeros[17]. Éste último, junto a su hermano Francisco y su hijo Zacarías, conocidos por el apodo de Palillos, tendrán mucha presencia en esta historia ya que se convertirán con el paso del tiempo en los líderes guerrilleros más importantes y más longevos de la provincia.

La marcha de los detenidos hacia el exilio en Ceuta fue muy penosa. Los apresados en Ciudad Real fueron conducidos inmediatamente hasta Almagro, sin más ropa que la que llevaban puesta y sin ni siquiera tomarles declaración. En Almagro se unieron a los detenidos en esta localidad y marcharon todos juntos a Valdepeñas, donde se les unieron los tres presos de Manzanares y el de Moral de Calatrava. Permanecieron tres días en Valdepeñas y para su sorpresa y desesperación tampoco les tomaron declaración. Sin mayores explicaciones partieron hasta Algeciras montados en carros y burros, pasando muchas penalidades durante el viaje. Finalmente, desde Algeciras fueron conducidos en barco hasta Ceuta donde muchos de ellos, desprovistos de ingresos, tuvieron que sobrevivir de la caridad.

No debe sorprendernos el alto perfil de estos primeros carlistas detenidos ya que la administración durante el reinado de Fernando VII estaba copada en su mayor parte por absolutistas convencidos. Entre los seguidores del infante Carlos convivirán guerrilleros de la más baja condición, con las élites que veían comprometidos sus privilegios con las reformas liberales. Un buen ejemplo de estos últimos es el ya mencionado manzanareño Donato Quesada. Era el vecino más acaudalado de Manzanares[18] y un ejemplo representativo de las clases privilegiadas que temían las consecuencias de las reformas sociales y económicas que los liberales querían llevar a cabo. Posiblemente, el temor a perder la situación de privilegio que su familia había mantenido durante siglos en la localidad puede explicar la afiliación carlista de Donato Quesada.

Donato Quesada Arce[19]

En primer lugar, los Quesada era titulares de un mayorazgo[20]. Esta era una institución del derecho civil que garantizaba a las familias nobles mantener su patrimonio generación tras generación. Los bienes incluidos en el mayorazgo sólo podían ser heredados por el hijo mayor y no podían ser vendidos ni embargados sin el consentimiento del rey. Esta institución chocaba con los planteamientos liberales que defendían la propiedad privada y que querían acabar con todas las limitaciones que impedían la libre compra venta de bienes. Los mayorazgos se abolieron por primera vez con la Constitución de 1812, pero en cuanto Fernando VII recuperó sus poderes absolutos en 1814 derogó el texto constitucional y, por tanto, los mayorazgos volvieron a estar vigentes. Finalmente, hubo que esperar hasta el año 1837 para que los Gobiernos liberales de Isabel II suprimieran los mayorazgos definitivamente.

En segundo lugar, la condición de hidalgos de los Quesada, y por tanto su pertenencia al estado noble, les había garantizado durante siglos privilegios y exenciones fiscales. De nuevo, la Constitución de 1812 había supuesto una grave amenaza para estos privilegios ya que el artículo 8 del texto constitucional obligada a que “todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado” y el artículo 339 establecía que “las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno”.

Por último, los Quesada habían desempeñado importantes cargos en el Ayuntamiento durante siglos como alcaldes y regidores, llegando a comprar el cargo de regidor perpetuo. Esto implicaba que el cargo de regidor, similar en sus funciones a un concejal en la actualidad, se heredaba de padres a hijos como cualquier otro bien. De nuevo, la Constitución de 1812 eliminó la posibilidad de comprar estos cargos y estableció que los regidores debían ser elegidos por votación de los vecinos.

Posiblemente, la relevante posición de la familia Quesada, le permitió a Donato eludir el destierro a Ceuta o, al menos, volver al poco tiempo a la península. En 1835 tenemos constancia de que estaba afincado en Almagro, donde su familia también poseía importantes bienes. Sin embargo, las dificultades de Donato Quesada con las autoridades liberales continuaron ya que en septiembre de ese mismo año también fue desterrado de Almagro, por orden del Ayuntamiento de esta localidad, en represalia por tener familiares cercanos combatiendo con los carlistas[21].

En cualquier caso, estas detenciones puntuales de destacados vecinos no deberían hacernos pensar que Manzanares era un pueblo con fuerte implantación del carlismo. Todo lo contrario, Manzanares destacó durante el siglo XIX por ser un bastión del liberalismo en la provincia. Durante el Trienio Liberal, la prensa calificaba con frecuencia a Manzanares como el pueblo más liberal de La Mancha[22], incluso algún autor denomina a Manzanares como “el Cádiz de La Mancha”[23], ya que fue el último refugio de las autoridades constitucionales en la provincia durante la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis[24]. En este libro veremos también como durante la Primera Guerra Carlista los manzanareños tuvieron una activa participación en la lucha contra las guerrillas absolutistas. Durante el resto del siglo XIX, se mantuvo este fuerte posicionamiento ideológico de Manzanares en favor de los principios liberales. Incluso a partir del Sexenio Revolucionario (1868-1874), una parte importante de los liberales manzanareños evolucionaron hacia posiciones republicanas. Manzanares, junto a Alcázar de San Juan, se convirtió en el centro del movimiento republicano provincial[25].

De hecho, ni siquiera el sentimiento carlista era unánime en la familia Quesada. Martín, hermano menor de Donato, formó parte de los manzanareños que acabaron evolucionando muchos años después hacia el republicanismo, siendo nombrado presidente honorífico del Comité Republicano de Manzanares en 1870[26].

Frente al liberalismo de Manzanares, los carlistas tuvieron sus principales apoyos en Almagro, Miguelturra, la propia capital provincial o en las zonas más montañosas del oeste y sur de la provincia. Como explicaremos más adelante, esta identificación de los manzanareños con los principios liberales frente a la carlista Ciudad Real fue un factor determinante para que Manzanares se convirtiese en firme candidata a ostentar la capitalidad provincial.


Disolución de los Voluntarios Realistas y creación de la Milicia Urbana.

Junto a las detenciones de conocidos simpatizantes carlistas, la disolución de los Voluntarios Realistas fue otra de las más importantes medidas tomadas por las autoridades en estos primeros momentos para limitar la fuerza de los sublevados. Los Voluntarios Realistas era una milicia armada financiada por los ayuntamientos que ejercía funciones de mantenimiento del orden público, pero cuyo principal objetivo era el mantenimiento del régimen absolutista. Fue fundada en junio de 1823, nada más terminar el Trienio Liberal, como contrapeso al ejército ya que Fernando VII dudaba de la lealtad de muchos mandos militares. De hecho, la revolución de 1820 había nacido en el seno del ejército y sin su colaboración no hubiese sido posible el éxito de la revuelta.

En 1833, los Voluntarios Realistas se habían convertido en una gigantesca organización formada por 500 batallones de infantería, 24 compañías de artillería, 51 escuadrones de caballería ligera y 3 compañías de zapadores[27]. Solamente en la provincia, los Voluntarios Realistas contaban con 3.325 soldados de infantería distribuidos en doce batallones ubicados en Almadén, Almodóvar del Campo, Ciudad Real, Almagro, Quintanar, Alcázar de San Juan, Herencia, Membrilla, Infantes, Villanueva de la Fuente, Beas de Segura y Alcaraz y con 330 soldados de caballería organizados en tres escuadrones situados en Ciudad Real, Almagro y Alcázar de San Juan[28].

Esta distribución geográfica de los Voluntarios nos aporta mucha información sobre el sentimiento carlista en la región. Al ser un cuerpo de carácter local formado por voluntarios y financiado por los ayuntamientos se necesitaba un alto compromiso de los vecinos y autoridades locales para llegar a organizar en poblaciones, relativamente pequeñas como era el caso de la provincia de Ciudad Real, un batallón de infantería o un escuadrón de caballería formado por centenares de hombres. También es cierto que no todos los voluntarios tenían motivaciones políticas ya que también se alistaban muchos oportunistas atraídos por las prebendas sociales y económicas que aportaba la pertenencia a la milicia. Por otro lado, el hecho de que en una población no se formase un batallón no significa que en esa localidad no hubiese milicianos ya que podían estar adscritos a una unidad de algún pueblo cercano. Teniendo en cuenta estas consideraciones, es de destacar la ausencia de unidades de Voluntarios Realistas en los grandes pueblos en la zona este de la provincia como Daimiel (10.249 habitantes), Valdepeñas (8.552 habitantes), Manzanares (8.481 habitantes) y Villarrobledo (8.000 habitantes)[29]. Por contraposición, en otras áreas geográficas de la provincia sí que contaban con unidades de Voluntarios Realistas todas las grandes poblaciones. En la zona oeste, Almadén (7.725 habitantes) y Almodóvar (4.960 habitantes). En el centro, Ciudad Real (8.610 habitantes) y Almagro (10.200 habitantes). En el norte, Herencia (7.173 habitantes) y Alcázar de San Juan (6.588 habitantes). En el sur, Infantes (4.320 habitantes). Esta distribución de los Voluntarios Realistas coincide prácticamente con las zonas en las que las guerrillas carlistas tendrán mayor presencia durante la guerra. En el caso concreto de Manzanares, llama la atención que la vecina Membrilla, con menos de la mitad de habitantes, fuese sede de un batallón. Es posible que la ubicación de esta unidad en Membrilla estuviese motivada para que ejerciese de contrapunto al liberal Manzanares.

El Gobierno tenía ante sí un complicado dilema en relación a los Voluntarios Realistas. La decisión más obvia que podía tomar era la disolución de estas milicias que encarnaban los más rancios principios absolutistas, en plena sintonía con el carlismo. Sin embargo, esta decisión también tenía sus riesgos. En primer lugar, privar de sus cargos y privilegios a los Voluntarios Carlistas podría ser un acicate para que pasaran a engrosar las filas carlistas. En segundo lugar, la eliminación de un cuerpo, que también ejercía funciones de mantenimiento del orden público, podría suponer un serio quebranto de la seguridad y el orden. A lo largo de la historia, hay muchos ejemplos que demuestran que, tras una revolución o cambio de régimen, la disolución de las fueras de orden público ha llevado a una situación de caos y anarquía. Quizá el ejemplo más reciente sea la invasión de Irak por EE.UU. en el año 2003, cuando los ocupantes decidieron disolver la policía y el ejército iraquí por su proximidad al depuesto Sadam Hussein. Esta decisión propició que muchos militares y policías, que habían perdido su forma de vida, engrosaran las filas de la resistencia, sumiendo al país en el caos.

Finalmente, el nuevo Gobierno decretó el 25 de octubre la disolución de los Voluntarios Realistas. En la provincia de Ciudad Real este decreto empezó a aplicarse de forma casi inmediata, coincidiendo con la llegada a finales de octubre de las tropas del coronel Yarto. Tras desarticular los húsares del regimiento de la Princesa la ya mencionada intentona carlista de Almagro, fueron desarmados los Voluntarios Realistas de esta localidad y de Ciudad Real[30]. En otras poblaciones, fueron las autoridades locales quienes tomaron la iniciativa. En Valdepeñas, la noche del 29 de octubre, el acalde mayor y el comandante de armas de la localidad acompañado de “algunos paisanos honrados desarmaron a todos los voluntarios realistas de este pueblo, así de infantería como de caballería, sin que haya ocurrido en esta operación ninguna cosa desagradable, sin embargo que hubo alguno que quiso resistirse a entregar las armas”[31].

A pesar de la diligencia mostrada en estos primeros días, la disolución de los Voluntarios Realistas se prolongó durante meses como muestran los reiterados llamamientos del comandante general de La Mancha, publicados en el Boletín Oficial de Provincia, en los que se exigía la entrega del armamento, uniformes, fondos y demás pertrechos de los Voluntarios Realistas[32].

Para mitigar los riesgos que sobre el mantenimiento del orden público suponía esta delicada operación, el Gobierno aprobó la creación de la Milicia Urbana el mismo día 25 de octubre en el que se decretó el fin de los Voluntarios Realistas. Con esta medida se pretendía evitar un quebranto de la autoridad ya que la Milicia Urbana pasaría a desempeñar las mismas funciones que los Voluntarios Realistas en cuanto al mantenimiento del orden público. Sobre el papel, no había grandes novedades sobre las funciones que debía desempeñar el nuevo cuerpo: actuar en casos de sublevación, conmoción, incendio o aparición de ladrones y malhechores[33]. La diferencia radicaba en que los nuevos milicianos serían elegidos entre personas afectas a la causa de Isabel II y los sublevados a los que deberán combatir serán a los carlistas. De hecho, la Milicia Urbana jugará un importante papel durante la guerra en la provincia de Ciudad Real debido, sobre todo, a que el ejército centró su atención principalmente en combatir a los carlistas en sus grandes feudos del norte de España. Ante la falta de fuerzas regulares en la zona, tuvieron que ser los milicianos los que en muchas ocasiones soportaron el peso de la guerra contra las guerrillas carlistas.

La Milicia Urbana era un cuerpo de voluntario, no retribuido y en el que incluso los milicianos debían financiar de su propio bolsillo los uniformes y el equipo. El Gobierno sólo se comprometía a proporcionar el armamento. En estas circunstancias, los voluntarios de la milicia debían tener una fuerte motivación política o el deseo de alcanzar un cargo de prestigio en la localidad, ya que los incentivos económicos eran nulos.

Las condiciones que debían cumplir los aspirantes para formar parte de la Milicia Urbana eran precisamente económicas y de posición social. Para ser miliciano se requería, además de ser adepto al bando isabelino, cumplir alguno de los siguientes requisitos: pagar un mínimo de 100 reales anuales por la contribución directa sobre sus fincas rústicas; pagar esta misma cantidad por subsidio comercial; ser fabricante o artesano y contar con empleados; pertenecer a ciertas profesiones como abogados, catedráticos, médicos, arquitectos, etc[34].

En este aspecto, la Milicia Urbana presentaba notables diferencias con los Voluntarios Realistas, ya que en esta última se había fomentado el reclutamiento entre los jornaleros, garantizándoles preferencia en la contratación por parte de los ayuntamientos para la realización de obras y servicios públicos[35]. Es más, también las guerrillas carlistas a las que combatirán los milicianos estarán formadas en buena parte por jornaleros y desheredados. En este aspecto, la Primera Guerra Carlita tiene matices también de un enfrentamiento social en el que los Gobiernos isabelinos se apoyaron en los propietarios para defender su causa. Comprobamos, por tanto, la complejidad de esta guerra civil en la que se mezclan motivaciones políticas, religiosas, sociales e incluso el oportunismo de muchos que, como en el caso de algunos líderes guerrilleros, ven en el conflicto bélico una oportunidad de enriquecimiento y de progresión social.

Los ayuntamientos también tenían un importante papel en la organización de la milicia urbana. Eran los responsables, junto a los grandes propietarios de cada localidad, de realizar el alistamiento. Debían asegurarse de que los futuros milicianos reunieran todas las condiciones requeridas para formar parte del cuerpo. La organización de Milicia Urbana en los pueblos manchegos avanzó de forma muy desigual. En algunas poblaciones donde los Voluntarios Realistas habían tenido un fuerte arraigo, la formación de la Milicia se encontró con fuertes obstáculos. Un buen ejemplo de ello es Alcázar de San Juan, que había sido sede de un batallón de infantería y un escuadrón de caballería de los Voluntarios Realistas. En el mes de diciembre de 1833 sólo se había presentado voluntario un alcazareño sexagenario[36]. Ante esta situación, Francisco Ramonet, comandante general de La Mancha, amenazaba a Alcázar de San Juan, y en general a todas las poblaciones que seguían sin reclutar a la Milicia, con dejarlas a merced de guerrilleros y forajidos, ya que afirmaba que las fuerzas militares no acudirían en su socorro en caso de peligro. Meses después, en marzo y abril de 1834, aún debían continuar muchas poblaciones en esta misma situación ya que el subdelegado provincial de Fomento[37], Diego Medrano, escribió dos largos escritos en el Boletín Oficial de La Mancha exhortando a los ayuntamientos a cumplir con sus obligaciones y organizar la Milicia Urbana sin más dilación[38]. Para aumentar la presión sobre estos ayuntamientos, Diego Medrano publicó una nueva orden el 19 de abril que exigía la entrega de todo tipo de arma blancas y de fuego que estuviesen en manos de particulares en aquellas poblaciones que continuaran sin haber formado la Milicia[39].

En contraposición a la situación de Alcázar de San Juan, en otras poblaciones como Corral de Calatrava[40], Membrilla[41], Daimiel, Santa Cruz de Mudela, Torrenueva o Manzanares, se consiguió organizar la Milicia Urbana con celeridad y diligencia. En el caso de Santa Cruz de Mudela y Torrenueva, se celebró incluso una gran fiesta de hermanamiento entre las milicias de ambas localidades el 27 de diciembre de 1833[42]. En Daimiel, el número de milicianos alistados ascendía en enero de 1834 a la notable cantidad de 130 hombres elegidos entre “las familias más distinguidas y pudientes”[43]. La Milicia Urbana de Manzanares tendrá también un papel destacado durante toda la guerra.

Más adelante, en 1835, el Gobierno, consciente de las dificultades que se encontraban los ayuntamientos para organizar la Milicia Urbana, aprobó una nueva ley con la que se pretendía facilitar el reclutamiento[44]. Para ello, se relajaron las condiciones de ingreso, rebajándose sustancialmente el nivel de tributación que daba acceso al cuerpo. Adicionalmente, se aumentaron los incentivos al contemplarse la posibilidad de compensar económicamente a los milicianos, sobre todo en el caso de servicios prolongados en el tiempo o en el caso de tener que actuar fuera de su propia localidad. A pesar de hacer accesible la Milicia a capas sociales antes vetadas, la nueva ley mantuvo el carácter clasista al exigir a los criados y jornaleros mayores contribuciones que al resto de ciudadanos[45]. En 1835 la Milicia Urbana pasó a denominarse Guardia Nacional, aunque este cambio de denominación no supuso ninguna modificación adicional en cuanto al funcionamiento y objetivos del cuerpo.


Los milicianos de Manzanares.

Gracias a las crónicas oficiales y periodísticas de diferentes acontecimientos y hechos de armas en los que participaron de forma brillante los milicianos manzanareños hemos podido recopilar información que nos arroja algo de luz sobre la organización y composición de la Milicia Urbana y de la Guardia Nacional de esta localidad.

Tenemos constancia de que en abril de 1834 ya estaba organizada y plenamente operativa la Milicia Urbana de Manzanares, gracias a su importante contribución en la derrota de Manuel Adame en la batalla de Ruidera, de la que hablaremos en detalle más adelante.

En agosto de 1835, en una crónica periodística enviada desde Manzanares, se mencionaba la existencia de un batallón con banda de música y tropas de caballería e infantería[46]. Según el reglamento de la Milicia Urbana de 1834, un batallón de infantería debía estar formado entre 6 y 10 compañías y cada compañía podría tener entre 90 y 140 hombres. Por tanto, el batallón podría tener desde 540 hombres hasta 1.400. Estas cifras parecen excesivas para las posibilidades de un pueblo como Manzanares, que tenía alrededor de 8.500 habitantes. En el propio artículo de prensa se menciona que la Milicia de Manzanares contaba con 100 soldados de infantería y 50 de caballería uniformados. Adicionalmente, es probable que, además de los voluntarios uniformados, hubiese más milicianos que no estuvieran dotados de uniforme por lo que los efectivos reales debían ser superiores.

En 1838, en otra noticia de prensa, el Ayuntamiento de Manzanares comunicaba que, a pesar de la falta de fondos ocasionada por los estragos producidos por tantos años de guerra, se estaban confeccionando 200 uniformes para los milicianos locales, cantidad aún mayor que la mencionada en 1835[47]. Por el contrario, en estas fechas las tropas de caballería habían desaparecido, ya que no había caballos disponibles en toda la provincia. Seguramente las requisas de caballos por parte del ejército y de los guerrilleros habían copado todos los ejemplares disponibles. De hecho, el Ayuntamiento solicitaba que para paliar esta situación y poder formar un escuadrón de caballería, se le vendiese los caballos incautados a los carlistas.

En diferentes noticias también aparecen los nombres de muchos de los milicianos manzanareños, lo que, complementado con otras fuentes, nos proporciona información relevante para conocer el perfil socioeconómico de los voluntarios. Es importante aclarar que en los documentos de la época era habitual utilizar sólo el primer apellido por lo que no tenemos la seguridad de que cuando en diferentes fuentes se repite un nombre y apellido se refieran a la misma persona. Además, en esta época era costumbre casi obligada llamar los hijos con el mismo nombre de pila que abuelos y padres, por lo que hay muchas coincidencias entre diferentes generaciones y es fácil confundir a los miembros de una misma familia. En cualquier caso, hechas estas salvedades, la información recopilada nos proporciona una visión muy homogénea de los voluntarios manzanareños.

Nombre Otros datos
Burgos, Agustín Alférez retirado
Caballero, Francisco Comandante accidental Guardia Nacional en 1836
Camarena, Fernando Alcalde en 1854
Comprador de bienes desamortizados
Camarena, Juan
Carrascosa, Manuel  Teniente de la Guardia Nacional en 1836
Carrascosa, Pedro Antonio Subteniente de la Guardia Nacional en 1836
Carrión de la Vega, José Comprador de bienes desamortizados
Daura, José  Regidor en 1839
Alcalde en 1856
Daura, Pedro 
Díaz Pallarés, Luis Cesante de policía
Comprador de bienes desamortizados
Enríquez de Salamanca, Vicente Subteniente
Diputado entre 1851-1852 y senador vitalicio en 1867
Miembro del Partido Moderado
Nombrado marqués de la Concepción de 1868
Comprador de bienes desamortizados
Galiana, Pedro
Garcia, Lorenzo
Gómez Pardo, Manuel Secretario del ayuntamiento en 1836
Comandante milicia urbana en 1837
González-Elipe, José Jurista
González-Elipe Camacho, Francisco Capitán de infantería de las milicias.
Diputado en 1834, 1839, 1840, 1843, 1845 y 1864
Senador vitalicio en 1845
Abogado y dramaturgo
Comprador de bienes desamortizados
González-Elipe Camacho, Matías Alcalde en 1835 y 1836
Comprador de bienes desamortizados
González-Elipe Camacho, Miguel Comandante de la guardia nacional en 1836 y 1838
Alcalde en 1839
Diputado provincial
Abogado
Comprador de bienes desamortizados
Izquierdo, José Abogado
López Blanco, Antonio Regidor en 1835 y 1836
Comprador de bienes desamortizados
López, Dimas
Lorente, Francisco
Merino, José Antonio
Mira, Francisco
Moreno, Toribio 
Ortega, Ángel Comandante milicia urbana en 1835
Pinés, Antonio Mayor contribuyente en 1838
Romero, José Comprador de bienes desamortizados
Sanchez Blanco, Antonio Mayor contribuyente en 1838
Comprador de bienes desamortizados
Sánchez-Cantalejo, Antonio Alcalde en 1831
Sánchez-Cantalejo, SebastiánRegidor segundo en 1834
Sánchez Carrascosa, Manuel Regidor decano en 1834
Sánchez de Ávila, José Antonio
Sánchez, Sebastián
Serna, Antonio
Serna, José

Examinando el perfil y apellidos de los voluntarios manzanareños podemos concluir que la Milicia estaba controlada por las familias más relevantes de Manzanares, las cuáles monopolizaban también el poder político y económico en la localidad. Quizá el ejemplo más representativo sean los hermanos González-Elipe Camacho. En la lista de milicianos podemos identificar hasta tres de los hermanos: Matías, Francisco y Miguel.

Desde el punto de vista económico, la familia González-Elipe Camacho era la segunda mayor contribuyente de la localidad, al menos en 1820, año más cercano para el que se dispone de información fiscal completa en el Archivo Municipal. Poseían unas 400 hectáreas de tierras dedicadas al cultivo de cereales, huertas, viñas, olivos y azafranales. Más importantes eran sus inversiones ganaderas, ya que eran dueños de unas 500 ovejas y numeroso ganado mular. No sólo obtenían sus rentas de la agricultura y ganadería, ya que casi un tercio de sus ingresos provenía del comercio y el transporte de mercancías[48].

La relevancia de esta familia era aún mayor desde el punto de vista político. Los González-Elipe estuvieron presentes en la política local, incluso en la nacional, durante buena parte del siglo XIX y principios del XX, estando plenamente imbricados con el régimen liberal[49]. Matías González-Elipe Camacho, el hermano primogénito, fue alcalde de Manzanares entre 1835 y 1836. En esas mismas fechas, Ramón González-Elipe Camacho era ministro togado honorario de la Real Audiencia de Valladolid y corregidor de la villa de Olmedo. Miguel González-Elipe Camacho[50], abogado de los tribunales nacionales, fue también alcalde de Manzanares en 1839 y comandante de la Guardia Nacional de la localidad. Compaginó su actividad en la política local con importantes cargos en la Diputación Provincial de Ciudad Real. Pero sin lugar a dudas el hermano que más destacó en la esfera pública fue Francisco González-Elipe Camacho. Su larga carrera política le llevó a ser diputado hasta en cinco ocasiones entre 1839 y 1865 y senador vitalicio a partir de 1845. Compatibilizó su carrera política con las armas, donde llegó a ser capitán de la Milicia Urbana de Manzanares, con la poesía y la literatura, ya que fue un autor de reconocido prestigio en su época, y con el derecho, siendo abogado de los reales consejos y profesor de derecho civil en la Universidad de Granada. Esta brillante y polifacética trayectoria tuvo su punto culminante en 1854, ya que acogió en su casa al general Leopoldo O’Donnell durante las famosas jornadas de la Vicalvarada y el Manifiesto de Manzanares que supusieron nada menos que el triunfo de una revolución y el inicio del periodo histórico conocido como el Bienio Progresista.

Los descendientes de los hermanos González-Elipe Camacho continuaron teniendo un papel destacado en la política local durante generaciones. Un nieto de Matías González-Elipe Camacho fue alcalde de Manzanares entre 1879 y 1881 y un bisnieto también alcanzó este mismo cargo en dos ocasiones, entre 1916-1918 y en 1923[51]. En el caso de Francisco González-Elipe Camacho fueron alcaldes un hijo en 1883-1884 y un nieto en 1923-1924[52].

Antonio González-Elipe Camacho
Retrato pintado en 1878, tres años antes de su fallecimiento
[53].

Otra familia de trayectoria similar a los González-Elipe son los Sánchez-Cantalejo, aunque en este caso no hemos podido establecer la relación de parentesco entre todos los destacados miembros de esta familia. En la lista de milicianos aparece Antonio Sánchez-Cantalejo, que fue alcalde en 1831, y Sebastián Sánchez-Cantalejo, que también ocupaba el cargo de regidor en el Ayuntamiento en 1834. En el aspecto económico, la importancia de la familia está acreditada ya que en 1820 Manuel Sánchez-Cantalejo era el octavo mayor contribuyente de la localidad[54]. El abogado Joaquín Sánchez-Cantalejo Capilla, probablemente hijo del anterior, fue diputado por el Partido Conservador entre 1854 y 1856[55]. Hay un segundo diputado en la familia de nombre Francisco Sánchez-Cantalejo que ejerció su cargo entre 1858 y 1863. En la política local encontramos hasta tres alcaldes con este apellido: Antonio Sánchez Cantalejo en 1831 y los hermanos Juan y Joaquín Sánchez Cantalejo García de la Calera que fueron alcaldes en 1885 el primero y en 1890 el segundo. Estos dos últimos eran sobrinos del diputado Joaquín Sánchez-Cantalejo Capilla.
 
Joaquín Sánchez-Cantalejo Capilla.
Retrato pintado en 1855 por José Vallejo y Galeazo con motivo de su elección como diputado.

Otro miliciano con una trayectoria destacable es Vicente Enríquez de Salamanca. Nacido en Ciudad Real de familia hidalga, era hijo de uno de los mayores propietarios de la provincia, Ángel Enríquez de Salamanca, también conocido con el nombre de “el Abuelo Triguero”. Se asentó en Manzanares por su boda con la manzanareña Antonia Sánchez Blanco, perteneciente a una de las familias más adineradas de la localidad[56]. Vicente Enríquez ejerció la profesión de abogado y fiscal y llegó a ser diputado en 1851. Tras la boda de su hija María del Rosario en 1864 con un hermano de Sor Patrocinio[57], en la que fueron padrinos nada menos que la reina Isabel II y su esposo Francisco de Asís Borbón, el ascenso social de Vicente Enríquez fue imparable. Sor Patrocinio, también conocida como la monja de las llagas, formaba parte de la camarilla más cercana a la reina Isabel II y, probablemente, favoreció el encumbramiento del suegro de su hermano. En 1867, Vicente Enríquez fue nombrado por la reina senador vitalicio[58] y le concedió el título de Caballero de la Gran Cruz de Isabel la Católica. Al año siguiente, recibió el título de marqués de la Concepción para él y sus descendientes[59]. El segundo marqués de la Concepción, Francisco Enríquez de Salamanca Sánchez Blanco, también fue diputado en dos ocasiones en 1891 y 1899.

Otra característica que comparten muchos de los milicianos manzanareños es que fueron compradores durante el proceso de desamortización de propiedades de la Iglesia y de los bienes municipales. Aunque más adelante explicaremos con detalle el proceso desamortizador que se inició en 1836, podemos adelantar que hasta diez de los milicianos identificados fueron compradores. De nuevo, destacaron los hermanos González-Elipe con la adquisición de alrededor de mil hectáreas de fincas rústicas. Esta decisión de participar en la compra de las propiedades desamortizadas aumentaba la identificación de los compradores con el régimen liberal, ya que un triunfo del carlismo podría suponer la devolución de las propiedades compradas y la pérdida del dinero invertido.

Con estos breves apuntes sobre el perfil de los milicianos podemos concluir el carácter elitista de la milicia urbana, la cual también se convertía en un instrumento de defensa del orden social y económico frente a unas guerrillas carlistas en la provincia de Ciudad Real compuestas en buena parte por jornaleros, bandoleros y oportunistas de toda clase. Este enfrentamiento entre clases confirma también el carácter de conflicto social y económico de la Primera Guerra Carlista, complementado a las otras causas de la guerra más evidentes como la lucha dinástica, religiosa o política entre liberales y absolutistas.

Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, septiembre 2022

 


[1] Periódico El Correo del 11 de octubre de 1833.

[2] La división provincial que creó la actual provincia de Ciudad Real fue aprobada en noviembre de 1833. Anteriormente, la organización territorial de España estaba articulada en intendencias. La actual provincia de Ciudad Real se correspondería aproximadamente con la intendencia de La Mancha, aunque había algunas importantes diferencias. Por ejemplo, los territorios de la Orden de San Juan pertenecían a la intendencia de Toledo. Por el contrario, el oeste de la actual provincia de Albacete y zonas de Cuenca y Toledo de la Orden de Santiago estaban incluidas en la intendencia de La Mancha (RODRÍGUEZ DOMENECH, 2014). 

Por simplicidad en el texto, aunque se haga referencia a algún hecho anterior a noviembre de 1833 vamos a utilizar preferentemente el término provincia de Ciudad Real en lugar de intendencia de La Mancha. Las únicas excepciones serán cuando nos refiramos a algunas instituciones, como la Comandancia General o el boletín oficial provincial, que durante algún tiempo después de aprobada la nueva organización territorial conservaron el nombre de La Mancha.

[3] A finales de 1832 fueron encausados varios vecinos de Almagro por su participación en conspiraciones carlistas. En marzo de 1833 fueron detenidos por los mismos motivos regidores y oficiales de los Voluntarios Realistas de Valdepeñas (DÍAZ-PINTADO PARDILLA, 1998: 314-315).

[4] Los Húsares son unidades de caballería ligera cuyo origen es húngaro. Destacaban por su vistoso uniforme con un característico sombrero chacó provisto de pluma o pompón. La caballería ligera era especialmente apropiada para combatir a las guerrillas ya que destacaba por su velocidad y se empleaba habitualmente en misiones de reconocimiento, escaramuzas y asaltos.

[5] Periódico El Correo del 13 de octubre de 1833 y Diario Balear del 23 de octubre de 1833.

[6] Periódico El Correo del 29 de octubre de 1833.

[7] Periódico El Correo del 29 de octubre de 1833 y La Revista Española del 1 de noviembre de 1833.

[8] La biografía de Manuel Adame El Locho se ha reconstruido principalmente a partir de (DÍAZ-PINTADO PARDILLA, 1998) y una biografía publicada en el periódico El Eco del Comercio del 10 de mayo de 1834.

[9] Para ser considerada saludadora había que cumplir unas condiciones muy particulares como, por ejemplo, ser el séptimo hijo de un matrimonio siempre cuando sus hermanos mayores fueran del mismo sexo. En el caso de la madre de Manuel Adame su supuesta capacidad curativa se la concedía una supuesta cruz que podía apreciarse en el cielo de su boca.

[10] Panorama Español. Crónica Contemporánea, tomo II, Madrid 1845.

[11] El pie castellano utilizado en el siglo XIX era equivalente a 0,278635 metros por lo que la altura de Adame (poco más de 5 pies) sería aproximadamente de 1,40 metros.

[12] Periódico El Eco del Comercio del 10 de mayo de 1834.

[13] (ESPADAS BURGOS:2008) y el periódico El Universal del 13 de abril de 1823.

[14] (DÍAZ-PINTADO PARDILLA, 1998: 314-315).

[15] Periódico La Revista Española del 1 de noviembre de 1833.

[16] Estado militar de España año de 1833

[17] Periódico Diario del Comercio del 29 de mayo de 1834.

[18] Cuaderno General de la Riqueza de 1820 y Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821, Archivo Municipal de Manzanares. Donato Quesada era el vecino más acaudalado de Manzanares, con unas rentas netas obtenidas en nuestra localidad de 44.592 reales anuales. Su riqueza provenía de la ganadería, la posesión de ventas y posadas y extensas propiedades agrícolas que sólo en el término municipal de Manzanares rondaban las 1.500 fanegas de extensión.

[19] (BERMÚDEZ GARCÍA-MORENO, 2016).

[20] La actual calle Mayorazgo de Manzanares debe su nombre precisamente al mayorazgo instaurado por la familia Quesada, ya que en esta calle, en la esquina con Jesús del Perdón, tenía su casa solariega.

[21] (ASENSIO RUBIO, 1987).

[22] Son numerosas las noticias que durante este periodo (1820-1823) ensalzan el espíritu liberal de Manzanares, destacando sobre el resto de poblaciones de La Mancha. Sin ánimo de hacer un listado exhaustivo podemos destacar las siguientes:

  • Nuevo Diario de Madrid del 19 de febrero de 1822 y del 3 de septiembre de 1822 y El Espectador del 31 de enero de 1823 sobre la buena organización y excelente comportamiento de la Milicia Nacional de Manzanares.
  • El Espectador del 12 de septiembre de 1822 sobre la entusiasta acogida del general Riego a su paso por Manzanares.
  • Nuevo Diario de Madrid del 22 de octubre de 1822 sobre el sentimiento liberal del clero de Manzanares.
  • El Espectador del 27 de febrero de 1822, sobre el espíritu patriótico de los quintos.

En los escasos fondos que se conservan en el Archivo Municipal de este periodo hay algunos documentos que nos permiten vislumbrar el carácter liberal de los manzanareños de esa época: la fundación de una Sociedad Patriótica en 1823 (BERMÚDEZ GARCÍA-MORENO, 2005) o dos cartas firmadas por unos cuarenta vecinos en las que hace una interesante crítica sobre la forma en la que se estaban calculando las cuotas de la Contribución General por no seguir, en su opinión, los principios establecidos en la Constitución de 1812 (MAESO BUENASMAÑANAS, 2020a). En concreto, afirmaban que se vulneraba el artículo 8 de la Constitución que obligaba a “todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado” y el artículo 339 que establecía que “las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno”. Estas cartas denotan la existencia de una opinión pública muy interesada en los asuntos de estado y profundamente liberal.

[23] (DÍAZ-PINTADO PARDILLA, 1998: 184-185).

[24] Periódico El Espectador del 1 de mayo 1823.

[25] (MAESO BUENASMAÑANAS, 2019).

[26] Periódico La Igualdad del 1 de junio de 1870.

[27] Estado militar de España año de 1833.

[28] La fuerza de los Voluntarios Realistas en la provincia se ha obtenido del Estado militar de España año de 1833 y del Boletín Oficial de La Mancha del 12 de enero de 1834.

Como sede de los batallones y escuadrones aparecen localidades que en la actualidad no se encuentran en la provincia de Ciudad Real como Quintanar (Cuenca), Beas de Segura (Jaén) y Alcaraz (Albacete) ya que la intendencia de La Mancha, que posteriormente se convertiría en provincia de Ciudad Real, no tenía los mismos límites geográficos que en la actualidad.

[29] El número de habitantes de las diferentes poblaciones se ha obtenido del Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real de 2 de noviembre de 1835.

[30] Periódico El Correo del 29 de octubre de 1833,

[31] Periódico Diario Balear del 21 de noviembre de 1833.

[32] Boletín Oficial de la Provincia de La Mancha del 12 y 30 de enero y 21 de marzo de 1834

[33] Artículo 35 del Real Decreto del 16 de febrero 1834 que regulaba el funcionamiento de la Milicia Urbana.

[34] Artículo 35 del Real Decreto del 16 de febrero 1834 que regulaba el funcionamiento de la Milicia Urbana.

[35] Artículo 10 del Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas del reino del año 1826.

[36] Periódico La Revista Española de 14 de enero de 1834.

[37] La figura de los subdelegados de Fomento fue creada en octubre de 1834 con unas funciones similares a la de los futuros gobernadores civiles.

[38] Boletín Oficial de La Mancha del 27 de marzo y del 5 de mayo de 1834.

[39] Boletín Oficial de La Mancha del 24 de abril de 1834.

[40] Periódico La Revista Española del 14 de enero de 1834.

[41] Boletín Oficial de La Mancha del 20 de febrero de 1834.

[42] Boletín Oficial de La Mancha del 26 de enero de 1834.

[43] Periódico La Revista Española del 2 de febrero de 1834.

[44] Ley sobre Organización de la Milicia Urbana del 23 de marzo de 1835.

[45] En el artículo 4 se establecía de forma expresa que los jornaleros y criados debían pagar al menos 24 reales por contribución directa para poder ser reclutados mientras que en el artículo 3 se permitía que ciudadanos con otros oficios pudieran ser reclutados pagando tan sólo 8 reales si residían en poblaciones con menos de 2.000 habitantes, 12 reales en poblaciones entre 2.000 a 6.000 habitantes o 20 reales en poblaciones hasta 10.000 habitantes.

[46] Periódico El Eco del Comercio del 7 de agosto de 1835.

[47] Periódico El Correo Nacional del 20 de septiembre de 1838.

[48] Cuaderno General de la Riqueza de 1820 y Cuaderno para el Reparto y Cobranza de la Contribución Territorial de 1821, Archivo Municipal de Manzanares. Matías González-Elipe, con domicilio en la calle Doctor (actualmente Doctor Fleming), tenía una renta de 42.148 reales. Esta persona podría ser el mayor de los hermanos o el padre.

[49] (GARCÍA-NOBLEJAS GARCÍA-NOBLEJAS, 1963: 57-64)

[50] En algunas fuentes se ha identificado a Miguel González-Elipe Camacho con un periodista y conferenciante de ideología carlista que colaboró en periódicos como El Siglo Futuro. Este periodista fue en realidad Miguel González-Elipe Velasco. Nació en La Solana entre 1837 y 1838 y en el momento de su muerte el 3 de julio de 1887 era vecino de Manzanares. Su padre se llamaba Ramón y su madre Manuel Velasco.

[51] Matías González-Elipe Camacho se casó con Ana María Serna y tuvieron una hija de nombre Juana. Ésta se casó con el abogado José González-Elipe Pinés y su hijo Antonio González-Elipe González-Elipe fue alcalde de Manzanares entre 1879 y 1881 por el Partido Conservador. Antonio se casó con María Dolores Rossique Ega y su hijo José González-Elipe Rossique fue también alcalde entre 1916 y 1918 y repitió el cargo en 1922, en ambas ocasiones representado, al igual que su padre, al Partido Conservador.

[52] Francisco González-Elipe Camacho se casó con Rosa de Guisasola Álvarez-Cubedo y su hijo Francisco González-Elipe Guisasola fue alcalde entre 1883 y 1884. Ana González-Elipe Guisasola, hermana del anterior, se casó con Tomás Moraleda García y su hijo Enrique Moraleda González-Elipe fue alcalde ya en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera entre 1923 y 1924.

[53] (GARCÍA-NOBLEJAS GARCÍA-NOBLEJAS, 1963: 64).

[54] Cuaderno General de la Riqueza de 1820, Archivo Municipal de Manzanares. Manuel Sánchez-Cantalejo tenía unas rentas que ascendían a los 26.936 reales.

[55] Joaquín Sánchez-Cantalejo Capilla nació en Manzanares el 1 de abril de 1827, hijo de Manuel Sánchez-Cantalejo y Águeda Capilla, siendo el abuelo paterno Joaquín Sánchez-Cantalejo y abuelo materno Antonio Capilla.

[56] Cuaderno General de la Riqueza de 1820, Archivo Municipal de Manzanares. El sexto mayor contribuyente era Francisco Sánchez Blanco mayor con unas rentas de 28.755 reales anuales.

[57] (BERMÚDEZ GARCÍA-MORENO, 2014).

[58] La Gaceta de Madrid del 2 de abril de 1867.

[59] La Gaceta de Madrid del 14 de junio de 1868.


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