Visita nuestro grupo de Facebook y nuestro canal de Youtube

viernes, 1 de septiembre de 2023

MANZANARES Y LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL DURANTE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833 - 1840): Capítulo 7. El motín de Manzanares, la culminación de la revolución progresista (septiembre - octubre 1835)

La falta de avances políticos, que hemos descrito al comienzo del capítulo anterior, provocaron un gran descontento entre los progresistas, no solo con el gobierno moderado de Martínez de la Rosa sino también con el marco institucional creado a partir del Estatuto Real. En el ideario progresista el Estatuto no era más que un parche que estaba muy lejos de colmar sus aspiraciones. El objetivo principal de los progresistas era la proclamación de la Constitución de Cádiz o, en su defecto, la aprobación de una nueva constitución.

La marcha de la guerra contra los carlistas también contribuyó a socavar la posición del gobierno. En el capítulo anterior hemos visto la proliferación de guerrillas durante el año 1835 en la provincia de Ciudad Real. En el conjunto de España el conflicto bélico también transcurría de forma adversa para los liberales. Las victorias del general Zumalacárregui sobre las tropas isabelinas permitieron que los carlistas dominaran amplias zonas del País Vasco y Navarra y que llegaran incluso a sitiar la ciudad de Bilbao en el mes de junio de 1835.

El primer serio aviso del descontento que estaba fermentando entre los sectores liberales más avanzados fue el motín protagonizado por el regimiento de voluntarios de Aragón en enero de 1835. En la madrugada del día 18, liderados por el teniente Cayetano Cardero, más de 600 soldados del regimiento, apoyados por milicianos y civiles armados, se apoderaron de la Casa de Correos en la Puerta del Sol de Madrid. Entre sus demandas estaban la dimisión del presidente y la tramitación de las peticiones del Estamento de Procuradores, como la legislación sobre derechos fundamentales también comentada en el capítulo anterior, que el Gobierno había dejado en el olvido. Durante los disturbios murió el general Canterac, capitán general de Madrid, que se personó de forma temeraria en la Casa de Correos acompañado únicamente por un ayudante para intentar disuadir a los insurrectos. Aunque el motín fue sofocado en las horas siguientes, tras algunos combates por las calles del centro de Madrid, el Gobierno mostró una gran debilidad ya que el único castigo impuesto a los sublevados fue la obligación de incorporarse de forma inmediata a la lucha en el frente del norte contra los carlistas.

Grabado de El Panorama Español. Asesinato del general Canterac en Madrid en enero de 1835.

En los meses siguientes la ira de los descontentos se dirigió contra otra importante institución tradicionalmente enfrentada a los postulados liberales, la Iglesia. Se produjeron motines anticlericales en diferentes ciudades españolas, similares al estallido de violencia del verano anterior en Madrid en plena epidemia de cólera. El principal de los motines sucedió en Zaragoza el 3 de abril de 1835 y se saldó con una decena de religiosos muertos, varios heridos y el incendio del convento de la Victoria.

Durante el mes de mayo la efervescencia llegó a las calles de Madrid afectando nada menos que al presidente Martínez de la Rosa. El día 11, a la salida de una conflictiva reunión del Estamento de Procuradores, el presidente del Gobierno se vio rodeado de una turba armada con armas blancas que gritaban “¡Muerte al traidor!”. Aunque Martínez de la Rosa consiguió llegar hasta su coche y salir del tumulto, a la llegada a su domicilio se repitieron los incidentes. La aparición del capitán general de Madrid consiguió apartar a los violentos que rodeaban el coche del presidente y éste finalmente pudo entrar en su casa sano y salvo.

Ataque a Martínez de la Rosa el 11 de mayo de 1835[1].

Todos estos hechos llevaron al Gobierno de Martínez de la Rosa a una situación límite. Muchos eran los factores que debilitaban la acción de gobierno: la inestabilidad reinante en todo el país ya fuera por la guerra o por los motines liberales, la fuerte oposición de la minoría progresista en el Estamento de Procuradores o los desastres bélicos en el frente norte. Finalmente, Martínez de la Rosa presentó su dimisión irrevocable a la regente María Cristina el 7 de junio de 1835.

El sustituto de Martínez de la Rosa al frente del Gobierno fue José María Queipo de Llano, conde de Toreno. La trayectoria de Toreno tenía muchos puntos en común con la de su antecesor. Había sido diputado en las Cortes de Cádiz y exiliado en los periodos absolutistas del reinado de Fernando VII. El tiempo había templado sus planteamientos y, al igual que Martínez de la Rosa, pertenecía a la mayoría moderada. El auténtico cambio en el nuevo Gobierno lo representaba la entrada del progresista Juan Álvarez de Mendizábal en la cartera de Hacienda. Mendizábal era un brillante hombre de negocios que había financiado en 1820 el golpe del coronel Riego que dio lugar al Trienio Liberal y, más recientemente, en 1833 había sido el artífice económico en el triunfo de los liberales portugueses en la guerra civil contra los miguelistas, éste último movimiento político del país vecino equivalente a los carlistas españoles. Con estas exitosas credenciales, muchos españoles depositaron sobre Mendizábal las esperanzas de lograr una pronta victoria sobre el carlismo. El nombramiento de Mendizábal también significaba una clara cesión de la regente en favor de los progresistas, ya que era la primera vez que se daba entrada en el Gobierno a un destacado líder de esta corriente política. Sin embargo, el nombramiento de Mendizábal, lejos de apaciguar los ánimos de los progresistas, fue en la práctica un incentivo para nuevos motines, ya que sentían cada vez más cerca la posibilidad de lograr, no solo un ministerio, sino la presidencia del Gobierno y avanzar en las reformas que hasta ahora habían frenado los moderados.

A partir del mes de julio los motines se extendieron por toda España, convirtiéndose en un auténtico movimiento revolucionario. Zaragoza volvió a ser protagonista iniciando un nuevo motín el 5 de julio. A continuación, las protestas se extendieron a Cataluña: Reus el día 22 de julio, Barcelona a partir del 25, Tarragona, Mataró, Sabadell… La insurrección se propagó pronto por toda la zona de levante afectando los desórdenes a Murcia y Valencia.

Todos estos motines tuvieron unas características muy similares. Los amotinados no se conformaban ya con la caída del Gobierno o la tramitación de las peticiones presentadas en el Estamento de Procuradores. En su lugar, exigían una completa transformación del sistema político con la reinstauración de la Constitución de Cádiz o la aprobación de una nueva constitución.

Otra característica común es que las masas tomaron el control de las calles cometiendo todo tipo de desmanes: quema de conventos, asesinato de religiosos, saqueos de domicilios particulares, destrucción de fábricas, etc. Detrás de esta extrema violencia popular existían variadas motivaciones cuyas causas, más profundas, trascendían al malestar generado por las políticas del Gobierno.

En el caso de los ataques a las fábricas se advierte una componente de protesta obrera en los motines. Consideraban que la nueva maquinaria propulsada a vapor sustituía la fuerza de trabajo de una gran cantidad de hombres, dejando sin trabajo a multitud de obreros.

La violencia contra la Iglesia era fruto de un arraigado anticlericalismo de buena parte de la sociedad española. Desde hacía siglos, y especialmente desde la Ilustración, se había asentado una corriente de opinión crítica contra la Iglesia. Las conductas poco edificantes de muchos religiosos, la acumulación de riqueza, el cobro del diezmo a los campesinos y otros muchos privilegios socavaban el prestigio de la institución. Las órdenes religiosas eran especialmente cuestionadas ya que se consideraba que no aportaban nada a la sociedad al mismo tiempo que eran grandes acaparadoras de propiedades y bienes de todo tipo. Estos reproches de tipo moral se convirtieron en un enfrentamiento político con el liberalismo por los posicionamientos defendidos por la Iglesia durante el primer tercio del siglo XIX. En las Cortes de Cádiz y durante el posterior reinado de Fernando VII una parte considerable de la Iglesia se alineó con los absolutistas cerrándose a cualquier reforma liberal que erosionase su posición dominante en la sociedad española. El carlismo también contó con el apoyo de buena parte de la jerarquía católica, al mismo tiempo que muchos curas y frailes engrosaron las filas de las guerrillas. Este sería el sustrato que provocó que las revueltas progresistas del año 1835 tuvieran una fuerte componente anticlerical. Esta violencia ejercida contra la Iglesia fue una constante en la historia de España durante los siguientes 100 años hasta la Guerra Civil (1936-1939). Durante este periodo el anticlericalismo más violento afloró en todos los procesos revolucionarios con el asesinato de religiosos y la destrucción de templos.

Linchamiento de un monje por un grupo de mujeres durante los motines anticlericales de 1835[2].

En general, las autoridades fueron incapaces de hacer frente a los violentos ya que las tropas militares y las milicias urbanas mostraban afinidad con los revolucionarios. Las autoridades no podían emplearlas para mantener el orden ya que corrían el riesgo de que se unieran a los insurrectos emporando aún más la situación. Algunos mandos que mostraron más voluntad de combatir a los amotinados fueron directamente asesinados. Quizá el caso más relevante fue el del general Bassa, gobernador militar de Barcelona. El 5 de agosto los revolucionarios asaltaron su residencia, matándole de varios disparos. Posteriormente, arrojaron su cadáver desde un balcón, arrastrándolo por las calles de la ciudad y finalmente quemándolo en mitad de una macabra celebración.

Asesinato del general Bassa en el mes de agosto de 1835 en Barcelona.

Tras unos días iniciales de intensa violencia, se recuperaba cierta normalidad con la creación de juntas que asumían el poder local. Estas juntas ordenaban el proceso revolucionario encauzando las protestas con reivindicaciones políticas concretas: aprobación de una constitución, extinción del clero regular, reforma del secular, nueva ley electoral, separación de los empleados públicos afines al carlismo, restablecimiento de las diputaciones provinciales, etc. Adicionalmente, las diferentes juntas locales se agrupaban y coordinaban creando juntas regionales como fue el caso de Cataluña, Aragón, Valencia, etc.

Durante el mes agosto la revolución se extendió desde las provincias levantinas a Madrid, aunque en esta ciudad las autoridades consiguieron reducir a los insurrectos. A finales de mes, prácticamente toda Andalucía se unió a la revolución formando juntas que asumieron el poder. A principios de septiembre, la sublevación se extendió de forma exitosa por Galicia, Badajoz y Palma de Mallorca, ante la impotencia del Gobierno del conde de Toreno, que veía como sus disposiciones eran ignoradas mientras el ejército confraternizaba con los revolucionarios. Es precisamente en este momento de la historia, durante el mes de setiembre y octubre de 1835, cuando la provincia de Ciudad Real, y concretamente Manzanares, desempeñará un papel protagonista en la política española.


El homenaje a la bandera del regimiento Imperial Alejandro en Manzanares

Antes de continuar con la narración, veamos como la provincia de Ciudad Real había permanecido al margen del movimiento revolucionario que se estaba desarrollando por toda España. Como demuestran los resultados electorales de junio de 1834 y la presencia constante de las guerrillas, la mayor parte de la provincia era afín al partido moderado o directamente simpatizante del carlismo. Era difícil que en este ambiente ideológico la provincia participase en revoluciones de carácter progresista.

En el verano de 1835 la excepción fue Manzanares, en la que, sin llegarse a producirse motines o disturbios, hubo un acto de clara simpatía progresista. El día 26 de julio se produjo un acto de reafirmación liberal con el homenaje a una bandera que había pertenecido al regimiento Imperial Alejandro en el año 1820[3]. Este regimiento fue fundamental para el triunfo del alzamiento del coronel Riego que dio inicio al Trienio Liberal. Cuando Riego, abandonado por la mayor parte de sus tropas, estaba a punto de fracasar, los soldados del regimiento Imperial Alejandro se pronunciaron en Ocaña el 5 de marzo de 1820. Este pronunciamiento fue decisivo para que el movimiento revolucionario comenzará a propagarse por todo el país y triunfase la revolución. En el mismo año 1820, a su paso por Manzanares, el regimiento Imperial Alejandro intercambió una bandera con los Voluntarios Nacionales de Manzanares. Finalizado el Trienio, las nuevas autoridades absolutistas intentaron confiscar la bandera, pero no pudieron lograrlo ya que un decidido liberal manzanareño la mantuvo escondida durante más de una década. En el verano de 1835, en un ambiente revolucionario en toda España, homenajear a la bandera del regimiento que tanto contribuyó al triunfo del sublevado coronel Riego era toda una declaración de intenciones y un apoyo, más o menos explícito, a los amotinados progresistas.

El homenaje tuvo que ser todo un acontecimiento en Manzanares. El acto empezó con la salida de la bandera de la casa del manzanareño que la había preservado durante tantos años, siendo escoltada por la compañía más selecta de la milicia urbana de la localidad, la compañía de granaderos. Desfilaron solemnemente hasta la plaza, en donde aguardaba el resto del batallón de la milicia manzanareña, estando al frente su comandante Ángel Ortega. A continuación, entraron en la iglesia colocando la bandera al lado del altar mayor en presencia del alcalde, concejales, oficiales de la milicia y otras autoridades. El acto culminó con la celebración de una solemne misa amenizada por la banda de música de la milicia urbana.


La revolución en Manzanares

Durante el mes de agosto y principios de septiembre no tenemos constancia de alteraciones en la provincia de Ciudad Real. El propio gobernador civil, Andrés Rubiano, publicaba con orgullo el 6 de septiembre que “la tranquilidad no ha sido perturbada en ningún punto de esta provincia”, que “me alienta la grata confianza de que la íntima adhesión de los honrados manchegos al Trono legítimo, no será jamás mancillada por ningún género de escisión y desorden”[4]. Sin embargo, a los pocos días la situación cambiaría radicalmente a consecuencia de las acciones combinadas del Gobierno y de los revolucionarios andaluces.

Desde sus inicios las juntas que iban surgiendo en las diferentes capitales andaluzas empezaron a reclutar voluntarios y asegurarse la obediencia de las unidades militares con el objetivo de crear un Ejército Andaluz con el que asegurar al triunfo de la revolución[5]. Esta componente militar de las juntas andaluzas se vio potenciada por las decisiones del Gobierno del conde de Toreno.

En un intento desesperado de cortar de raíz la pujanza del movimiento revolucionario que se extendía por toda España se aprobó un duro decreto el 2 de septiembre, firmado por la reina regente, en el que se declaraban “ilegales las juntas usurpadoras de la autoridad real” y se comisionaba al Gobierno para “reprimir vigorosamente” a los amotinados[6]. Consecuencia directa de este real decreto fue la decisión por parte del Gobierno de enviar hacia Andalucía al mariscal de campo Latre, nombrado capitán general de los reinos de Granada y Jaén, con un contingente de 2.500 soldados para restaurar el orden público. El día 9 de septiembre salieron las tropas de Latre desde Madrid en dirección a Andalucía[7]. Este paso dado por el Gobierno corría el riesgo de desencadenar un conflicto armado entre moderados y progresistas, al mismo tiempo que seguía en curso la guerra contra el carlismo. El reciente régimen liberal español, encarnado en la regencia de María Cristina, difícilmente podría perdurar si se desataba una segunda guerra civil entre moderados y progresistas.

Las juntas andaluzas no sólo no se amilanaron ante el envite gubernamental, sino que además tomaron enérgicas medidas para organizar el Ejército de Andalucía y hacer frente a las tropas de Latre. La Junta de Granada, con fecha 7 de septiembre, envió a todas sus tropas disponibles hacia Despeñaperros. La Junta de Sevilla, dos días después y coincidiendo con la salida de las tropas de Latre de Madrid, propuso que el Ejército de Andalucía estuviese formado por al menos 16.000 hombres (14.500 de infantería y 1.500 caballería) con 7 baterías de artillería. Solicitaba además que todas las fuerzas se congregasen en Andújar y que en esta ciudad se formase una Junta Suprema de Andalucía responsable de armar y dirigir al ejército. La Junta de Jaén proclamó de forma entusiasta su apoyo a la propuesta sevillana el 14 de septiembre[8]. De esta forma, al mismo tiempo que las tropas de Latre avanzaban hacia el sur, el Ejército de Andalucía, formado por unidades regulares del ejército y milicias de urbanos y voluntarios, empezó a congregase en la provincia de Jaén.

Las tropas de Latre llegaron a Manzanares el día 14 de septiembre y fiel a sus órdenes de acabar con los sublevados detuvo a los manzanareños más identificados con los progresistas y los desterró a la capital provincial. Ese mismo día, a las tres de la tarde, llegó a Manzanares una comisión de los sublevados andaluces formada por el alcalde mayor de Arjona, capitán de Urbanos, y dos soldados del regimiento de caballería 4º ligeros. La situación no era nada favorable para las tropas gubernamentales ya que en Manzanares circulaba el rumor de que las juntas andaluzas ya habían conseguido reunir en Despeñaperros un contingente de 6.000 hombres apoyados por 7 piezas de artillería, frente a los 2.500 soldados que comandaba Latre. A pesar de esta notable inferioridad numérica, Latre no sólo se negó a conferenciar con la comisión, sino que, además, de forma inmediata, los desarmó y apresó[9].

Estos hechos ocurridos en Manzanares coincidieron con la caída del gobierno del conde de Toreno en Madrid ese mismo día 14 y la llegada al poder del progresista Mendizábal. En el mes de junio, cuando fue nombrado ministro de Hacienda, Mendizábal se encontraba en Londres. Antes de volver a España inició una larga gira por Francia y Portugal para arreglar asuntos de negocios y obtener el apoyo de los gobiernos de ambos países a la causa liberal. Por estos motivos, Mendizábal no regresó a España hasta principios de septiembre de 1835. La situación del país era tan desesperada que la regente María Cristina, a pesar de su cercanía ideológica con los moderados, no tuvo más opción que entregarle la jefatura del Gobierno al progresista Juan Álvarez Mendizábal el 14 de septiembre de 1835. Este nombramiento era sin duda un gran triunfo para el movimiento revolucionario, pero las Juntas, lejos de disolverse y darle una oportunidad al nuevo Gobierno, se mantuvieron constituidas, reteniendo el poder efectivo en buena parte del país, a la expectativa de comprobar el rumbo que fuera a tomar el nuevo presidente Mendizábal.

Sin conocer seguramente esta noticia, la división de Latre salió de Manzanares en dirección sur al encuentro de las fuerzas sublevadas, con el firme propósito de cumplir unas órdenes que tras el cambio de Gobierno no tenían ya sentido alguno. Cuando las noticias del avance de Latre llegaron a Madrid, la prensa pidió al nuevo Gobierno que, de forma inmediata, anulasen las órdenes de Latre para evitar un enfrentamiento completamente innecesario y de consecuencias imprevisibles con las fuerzas reunidas por las juntas andaluzas[10].

Por su parte la vanguardia del Ejército de Andalucía había avanzado hasta Venta de Cárdenas, ya en la provincia de Ciudad Real. Estaba comandada por el coronel Carlos Villapadierna, del regimiento de caballería 4º de Ligeros, pero el liderazgo político lo ejercía Luis Antonio Pizarro Ramírez, conde de las Navas, que había sido uno de los principales líderes progresistas en el Estamento de Procuradores y azote del Gobierno durante toda la legislatura.

Con las tropas de Latre en Santa Cruz de Mudela y el Ejército Andaluz en Venta de Cárdenas, a menos de 30 kilómetros de distancia, el choque militar parecía inevitable. Los andaluces intentaron una última mediación y solicitaron el día 16 de septiembre que al día siguiente se celebrase una reunión en Almuradiel, población a medio camino entre Santa Cruz de Mudela y Venta de Cárdenas. Latre accedió al encuentro que tuvo lugar el 17 de septiembre con el coronel Carlos Villapadierna y con el conde las Navas. Desafortunadamente, la reunión terminó sin llegar a ningún acuerdo por lo que todo apuntaba que sería la fuerza de las armas la que decantaría la situación[11]. Sorprende el empeño de Latre en continuar con su misión cuando ya se había producido la caída del conde Toreno y la llegada al poder de Mendizábal. Una posible explicación es que todavía no hubiese llegado a Santa Cruz de Mudela la noticia del cambio ministerial.

En la noche del 17 al 18 de septiembre, un hecho imprevisto alteró toda la situación y evitó el enfrentamiento armado. La mayor parte de las tropas de Latre se sublevaron en la plaza de Santa Cruz de Mudela dando vivas a la Constitución, a la libertad y a Isabel II. Sólo un escuadrón de granaderos, parte de los artilleros y algunos oficiales continuaron a las órdenes de Latre, por lo que éste, totalmente desautorizado, optó por salir precipitadamente en mitad de la noche en dirección a Madrid.

Salida hacia Madrid del general Latre, después de que sus tropas se uniesen a los insurrectos en Santa Cruz de Mudela[12].

El coronel Villapadierna, acompañado por el conde de Navas, aprovechó la situación y rápidamente se puso en movimiento hacia Santa Cruz de Mudela al frente de sus fuerzas caballería, llegando a las 7 de la mañana, y asumiendo el mando de las tropas sublevadas[13]. Al día siguiente, el 19 de septiembre, la situación de los revolucionarios se consolidó ya que más tropas procedentes de Andalucía llegaron a Santa Cruz de Mudela: otros 2.500 hombres del regimiento de infantería del Rey, del regimiento provincial de Murcia y batallones de urbanos del reino de Jaén. En los siguientes días estaba prevista también la llegada de las fuerzas enviadas desde Cádiz y Sevilla. Ante tal aglomeración de tropas, el Ejército Andaluz empezó avanzar hacia el norte. En la prensa se rumorea que su intención era llegar hasta Ocaña, aunque finalmente sólo avanzaron hasta Manzanares donde establecieron su cuartel general[14].

Tras la llegada al poder de Mendizábal, la huida de Latre y con las tropas andaluzas inundando toda Ciudad Real, las autoridades locales y provinciales, que hasta hace unos días se vanagloriaban de su adhesión al Gobierno, de forma oportunista, empezaron a formar juntas revolucionarias. A partir del 19 de septiembre, la capital provincial, Almagro, Torralba, Carrión, Calzada de Calatrava… se pronuncian en favor de la Constitución[15]. Hasta el gobernador civil, Andrés Rubiano, que apenas dos semanas antes destacaba la fidelidad de la provincia al Gobierno de Toreno, publicó un escrito en favor de las peticiones de las juntas y en el que se disculpaba por no haberse sumado antes al movimiento revolucionario, alegando que en las semanas anteriores toda su atención había estado volcada en la lucha contra los carlistas[16].

Como vemos en el caso de Ciudad Real, el nombramiento de Mendizábal como presidente del gobierno no desactivó a las juntas, sino que éstas se mantuvieron en activo y exigieron al nuevo Gobierno reformas inmediatas, siendo la principal de ellas la convocatoria de Cortes Constituyentes, cuyo objetivo debía ser la redacción y aprobación de una nueva Constitución. Mendizábal tenía que llegar a una situación de compromiso que permitiese contentar a las juntas y conseguir su disolución, al mismo tiempo que debía afrontar los problemas más graves que atravesaba al país como la guerra contra el carlismo y la situación financiera del Estado. Todo ello sin llegar a un enfrentamiento directo con la regente o con los moderados, que, aunque fuera del gobierno, seguían siendo una fuerza política fundamental para mantener la estabilidad del bando liberal.

En sus primeras semanas de Gobierno, uno de los mayores quebraderos de Mendizábal fue, sin lugar a dudas, la Junta Superior de Andalucía, ya que fue la más beligerante y una de las últimas en disolverse. Pero más que la Junta en sí, el mayor problema para Mendizábal era el Ejército de Andalucía establecido en Manzanares. A todos los efectos era un ejército amotinado que seguía sin acatar la autoridad del Gobierno. Aunque el ejército dependía de la Junta Superior de Andalucía, en la práctica su liderazgo lo ejercía desde Manzanares el conde de las Navas. Su ubicación a pocos días de marcha de Madrid era la principal amenaza para la consolidación y continuidad del nuevo Gobierno. Entre las tropas del conde de las Navas y la capital tan sólo se interponía un escuadrón de granaderos de la Guardia ubicado en Valdemoro, fuerzas a todas luces insuficientes para parar a los amotinados en caso de que quisieran marchar hacia Madrid[17]. Por ello, durante las siguientes semanas, Manzanares fue el foco principal de atención de la política nacional y centro de complejas negociaciones cuyo objetivo principal era devolver a la obediencia a las tropas amotinadas.

La complejidad y criticidad de las negociaciones se ponen de manifiesto por el hecho que desde el 21 de septiembre y durante el mes de octubre la prensa publicó numerosas noticias sobre los continuos viajes entre Madrid y Manzanares de relevantes representantes del Gobierno: Rodrigo Aranda Salazar, conde de Humanes y procurador por la provincia de Jaén[18]; Miguel Chacón Durán, procurador por la provincia de Almería[19]; el diplomático Manuel María de Aguilar Puerta[20]; el secretario particular de Mendizábal, de apellido Schneider[21]; el brigadier Narciso López, comandante general de Ciudad Real[22]. La elección de los negociadores por parte del Gobierno pone de manifiesto el papel preponderante del conde de Navas, ya que Rodrigo Aranda era pariente suyo y Miguel Chacón y Manuel María Aguilar amigos personales. El Gobierno intentaba influir en el conde de las Navas enviando a personas de su total confianza. Otro factor que confirma que el peso de toda la negociación se llevaba desde Manzanares es una noticia en la que se puede inferir que las juntas andaluzas desconocían los detalles de las conversaciones, ya que reclamaban al conde de las Navas “que les trasladen las comunicaciones que haya con el gobierno, pues a ellas toca en representación de las provincias resolver lo que sea conveniente al procomunal”[23].

No sólo se acercaban a Manzanares los enviados gubernamentales, también hay noticias sobre la visita del famoso periodista y escritor José de Espronceda, que quería conocer de primera mano el estado de las negociaciones y persuadir al conde de las Navas para que depusiera su actitud hostil al Gobierno. La estancia de Espronceda en Manzanares provocó un gran revuelo ya que en la prensa se afirmó que Antonio Bernabéu, compañero de Espronceda, había estado a punto de ser fusilado por el conde las Navas y que ambos eran enviados de Mendizábal[24]. Espronceda y Bernabéu tuvieron que desmentir estas noticias con una carta enviada a la prensa en la que afirmaron que no habían actuado en nombre del Gobierno y que tampoco habían corrido riesgo de ser fusilados. Aunque de opinión contraria al conde de las Navas, habían tenido una acogida favorable y atenta durante su estancia en Manzanares[25].

Otro huésped en Manzanares del conde de las Navas durante estas semanas fue el general Antonio Quiroga, héroe junto a Riego de la sublevación liberal de 1820. Nombrado nuevo capitán general de Granada por el gobierno de Mendizábal fue supuestamente detenido, según la prensa, a su paso por Manzanares a finales de este mes cuando marchaba a ocupar su nuevo puesto[26]. Sin embargo, como puede concluirse de un escrito del propio Quiroga fechado en Manzanares el 11 de octubre, permaneció en la localidad por voluntad propia, apoyando de forma implícita con su presencia a los sublevados[27].

Sobre el contenido de las intensas negociaciones entre el Gobierno y el conde de las Navas hay poca información, aunque se conocen las principales demandas trasladadas por los insurrectos: la ratificación por el Gobierno de todas las resoluciones aprobadas por las juntas, el acceso para los sublevados a cargos en la administración, la eliminación de las partidas carlistas de La Mancha, la detención del conde de Toreno y la convocatoria de Cortes Constituyentes[28]. Esta última demanda era la más importante, siendo además compartida por la mayor parte de las juntas establecidas en todo el territorio nacional. Es más, en general, las juntas vinculaban su disolución al momento en que se realizara esta convocatoria de Cortes. El propio conde de las Navas insistió en dos manifiestos, el primero firmado el 20 de septiembre en Santa Cruz de Mudela y el segundo el 27 de septiembre en Manzanares, sobre este mismo argumento, sobre la necesidad de la aprobación de una nueva constitución como base del reinado de Isabel II. Desafortunadamente no hemos conseguido el texto íntegro de estos escritos que, en el caso de Manzanares, es un procedente histórico del famoso manifiesto que en esta misma población firmó en 1854 el general O’Donnell[29].

Mendizábal maniobró hábilmente frente a estas peticiones tomando una seria de decisiones que colmaron en buena medida las expectativas de las juntas. En primer lugar, ofreció una salida política a los junteros. Con un decreto del 21 de septiembre recuperó las diputaciones provinciales, ya contempladas en la Constitución de 1812, y ofreció a las juntas revolucionarias la posibilidad de integrarse en esta nueva institución. Además, concedió un perdón general por todos los sucesos ocurridos durante el proceso revolucionario, lo que era especialmente importante para posibilitar la vuelta a la legalidad de muchos de los insurrectos. Nombró para importantes cargos a personas que habían jugado un papel muy relevante en las revueltas. Álvaro Gómez Becerra, vocal de la Junta de Zaragoza, fue nombrado ministro de Gracia y Justicia. El conde de Almodóvar, presidente de la Junta de Valencia, pasó a ocupar el cargo de ministro de la Guerra.

El colofón a todas estas medidas tuvo lugar el 28 de septiembre con la convocatoria de unas nuevas Cortes que, sin llegar a denominarse constituyentes, debían tener como objetivo principal reformar el Estatuto Real. Esta convocatoria se hacía sin fecha fija y se establecía como condición previa la reforma del sistema electoral. Mendizábal quería ampliar el derecho al voto a capas más amplias de la sociedad, esperando conseguir con esto una victoria de los progresistas en las elecciones que debían elegir a las nuevas Cortes. Para poder aprobar esta reforma de la ley electoral y para tomar medidas urgentes que la crítica situación del país requería se convocaron para el 16 de noviembre, de forma transitoria, a las Cortes vigentes resultado de las elecciones de junio de 1834.

Con esta enrevesada decisión, Mendizábal se acercaba a la petición principal de las juntas de convocar Cortes Constituyentes sin enfrentarse de forma directa a la regente y los moderados, ya que, de forma inmediata, las únicas Cortes que iban a funcionar eran las del año 1834 en las que los moderados tenían mayoría. Tan arriesgada maniobra se vio coronada con el éxito ya que durante el mes de octubre las juntas revolucionarias que aún persistían acordaron su disolución.

El propio conde de las Navas cedió finalmente y el día 10 de octubre llegó a Madrid con el compromiso de que el Ejército de Andalucía, que seguía acuartelado en Manzanares, saldría en breve en dirección a Aragón a combatir a los carlistas[30]. La Junta Suprema de Andalucía negoció entre el 12 y el 15 de octubre en Madrid su disolución. Tras los acuerdos cerrados el día 15, los representantes de la Junta regresaron a Andújar, haciendo parada en Manzanares, para confirmar a los mandos del ejército que debían ponerse a las órdenes del Gobierno y marchar al punto que éste estableciese[31]. Finalmente, la Junta Suprema de Andalucía se disolvió el día 19 de octubre.

Aún pasaron unos días hasta que se hizo efectiva la marcha del Ejército de Andalucía de Manzanares. Podemos imaginar el tremendo esfuerzo que debió suponer para la localidad abastecer durante tantas semanas a un ejército formado por miles de hombres, las molestias que tuvo que suponer para los vecinos alojar a esta enorme cantidad de soldados y convivir con ellos durante tan largo periodo. Los efectos de esta ocupación afectaron también a las poblaciones cercanas. Los militares enviaron destacamentos a Membrilla, La Solana, Moral de Calatrava, Daimiel, Valdepeñas y Torrenueva para requisar comida, pertrechos y dinero pertenecientes a las encomiendas[32]. Afortunadamente, con el transcurso de los días la presión sobre los menguados recursos de la zona tuvo que disminuir porque las milicias de voluntarios andaluces empezaron a regresar a sus zonas de origen. En los momentos postreros de la presencia de las tropas en Manzanares, las fuerzas habían quedado reducidas a cinco batallones de unidades regulares del ejército[33].

La salida definitiva del Ejército de Andalucía de Manzanares en dirección al frente en Aragón no se produjo finalmente hasta el mañana del 24 de octubre, para gran alivio del Gobierno que veía así por fin desactivado el peligro que suponía para su propia supervivencia la presencia de un ejército sublevado a pocos días de marcha de Madrid[34]. Mendizábal podía al fin continuar con su acción de gobierno libre de semejante amenaza y poner en marcha importantes y transformadoras reformas de la sociedad española.

Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, septiembre 2023


[1] Panorama español. Crónica contemporánea, tomo III¸ Madrid 1845, página 31.

[2] Panorama español. Crónica contemporánea, tomo III¸ Madrid 1845, página 49.

[3] El Eco del Comercio del 8 de agosto de 1835.

[4] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 6 de septiembre de 1835.

[5] En fecha tan temprana como el 30 y 31 de agosto la Junta de Jaén comenzó el reclutamiento de voluntarios y nombró al coronel Carlos Villapadierna, del regimiento de caballería 4º de Ligeros, comandante general de la Vanguardia del Ejército de Andalucía. Boletín Oficial de la Provincia de Jaén del 2 de septiembre de 1835.

[6] La Gaceta del 4 de septiembre de 1835.

[7] La Abeja del 7 y 10 de septiembre de 1835.

[8] Boletín Oficial de la Provincia de Jaén del 16 de septiembre de 1835.

[9] La Revista Española del 17 de septiembre de 1835.

[10] La Revista Española del 18 de septiembre de 1835

[11] Boletín Oficial de la Provincia de Jaén del 19 y 23 de septiembre de 1835.

[12] Panorama español. Crónica contemporánea, tomo III, Madrid 1845, página 72.

[13] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 20 de septiembre de 1835 y El Eco del Comercio del 24 de septiembre de 1835.

[14] El Eco del Comercio del 24 de septiembre de 1835.

[15] El Eco del Comercio del 24 de septiembre de 1835.

[16] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 20 de septiembre de 1835.

[17] La Revista Española del 5 de octubre de 1835.

[18] La Revista Española del 21 y 23 de septiembre de 1835.

[19] La Abeja del 23 de septiembre de 1835

[20] El Eco del Comercio del 24 de septiembre de 1835.

[21] La Revista Española del 26 de septiembre de 1835.

[22] La Revista Española del 26 de septiembre de 1835, El Eco del Comercio del 27 de septiembre de 1835 y La Revista Española del 2 de octubre de 1835

[23] La Revista Española del 29 de septiembre de 1835.

[24] La Abeja del 4 de octubre de 1835 y La Revista Española del 5 de octubre de 1835.

[25] La Revista Española del 5 de octubre de 1835.

[26] El Eco del Comercio del 15 de octubre de 1835.

[27] El Eco del Comercio del 18 de octubre de 1835.

[28] (FERNÁNDEZ BAUTISTA: 2017). 

[29] Se hace referencia a los manifiestos del conde las Navas de Manzanares y Santa Cruz de Mudela en el Diccionario biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia. https://dbe.rah.es/biografias/58973/luis-antonio-pizarro-y-ramirez. Fecha de acceso 29/08/2023.

[30] La Revista Española del 10, 11 y 13 de octubre de 1835 y El Eco del Comercio del 13 de octubre de 1835.

[31] (CHAMOCHO CANTUDO: 2017) y (FERNÁNDEZ BAUTISTA: 2017).

[32] La Revista Española del 12 de octubre de 1835 y El Eco del Comercio del 6 de noviembre de 1835.

[33] (FERNÁNDEZ BAUTISTA: 2017).

[34] La Revista Española del 26 de octubre de 1835.


ENTRADAS RELACIONADAS:












MANZANARES Y LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL DURANTE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833 - 1840): Capítulo 6. Desde las primeras elecciones hasta la batalla del Cambrón (Junio 1834 - Agosto 1835)

Las elecciones y las Cortes de 1834

Las primeras elecciones del 30 de junio de 1834 supusieron la culminación del proyecto político que representaba el Estatuto Real. En este proceso electoral se eligieron a los procuradores que formarían parte de la Cortes convocadas para el mes de julio. Estos comicios supusieron un importante paso en la construcción del Estado liberal. Habían pasado once largos años desde que las últimas Cortes tuvieron que disolverse en Cádiz de forma apresurada, cuando la ciudad fue sitiada por las tropas francesas de los Cien Mil Hijos de San Luis en los estertores del Trienio Liberal (1820-1823). El mejor exponente de la transformación que estaba experimentado España era el hecho de que muchos de los diputados que tuvieron que exilarse en 1823 para evitar la cárcel y la venganza de los absolutistas serían elegidos como procuradores en las elecciones de 1834.

Sin embargo, todavía quedaba un largo camino hasta que se afianzase el sistema parlamentario en España. La Cortes de 1834 tenían unas competencias muy reducidas y su representatividad de la sociedad española era muy limitada. La restrictiva ley electoral, aprobada por el gobierno moderado de Martínez de la Rosa, otorgaba el derecho al voto exclusivamente a las elitistas oligarquías locales. El voto estaba restringido a 17.000 españoles sobre una población que superaba los 13 millones. En toda la provincia de Ciudad Real tan solo había 284 personas con derecho a voto[1]. El propio sistema electoral devaluaba aún más el poder de los votantes ya que no elegían de forma directa a los procuradores, sino a dos electores por partido judicial. Estos electores reunidos en la Junta Electoral Provincial eran los que designaban a los procuradores que debían representar a la provincia. En el caso de Ciudad Real, la elección de sus cinco procuradores quedó en manos de exclusivamente 16 electores.

A pesar de que todas estas limitaciones podían facilitar el control por parte de las autoridades del proceso electoral, salieron elegidos un nutrido grupo de procuradores poco afines con el gobierno moderado. Denominaremos de ahora en adelante a este grupo opositor como progresistas, aunque este término no se llegó a utilizar de forma generalizada hasta meses más tarde. Según testimonios de la época, de los 188 procuradores, 111 eran cercanos al Gobierno y 77 engrosaban las filas de la oposición progresista[2]. En el caso de la provincia de Ciudad Real, los cinco procuradores elegidos eran próximos al gobierno, entre ellos el gobernador civil Diego Medrano. Como muestra el resultado de las votaciones, hubo prácticamente unanimidad entre los 16 electores, lo que parece indicar que en estas primeras elecciones los progresistas tuvieron una escasa fuerza electoral en la provincia.

PROCURADOR

OTROS DATOS

VOTOS

Diego Medrano Treviño

Gobernador civil de la provincia.
Ciudad Real.

16

Manuel Abad Sandoval

IV marqués de Montenuevo y VI de Ordoño.
Villahermosa.

16

José Vicente Baillo

Doctor en Derecho y caballero de la Orden de Santiago.
Campo de Criptana.

16

Ramón Giraldo Arquellada

Jurista.
Villanueva de los Infantes.

16

Rafael Cabanillas Malo

Ingeniero de minas.
Almadén.

13

Procuradores elegidos en la provincia de Ciudad Real en las elecciones de junio de 1834.
Archivo del Congreso de los Diputados.

Aunque los progresistas estuvieran en minoría, gracias a su mayor organización y movilización, consiguieron tener el dominio de la cámara de Procuradores del Reino. Aprovecharon al máximo las pocas competencias que otorgaba el Estatuto Real a las Cortes para poner en serias dificultades al Gobierno. Las Cortes no tenían autonomía para proponer leyes, ya que tan sólo podían votar las que presentase el Gobierno, pero en cambio sí que tenían posibilidad de presentar peticiones a la reina. A través de esta figura de la petición, los procuradores progresistas pudieron desarrollar una activa oposición al Gobierno. De hecho, uno de los principales debates que tuvieron lugar en esta primera legislatura, que pone de manifiesto las tensiones entre los procuradores progresistas y el gobierno, fue la petición presentada el 28 de agosto de 1834 para el reconocimiento legal de los derechos fundamentales.

A diferencia de los textos constitucionales, el Estatuto Real no reconocía derechos a la ciudadanía y con esta petición de los procuradores se intentaba cubrir este vacío legal. Ente los derechos para los que se pedía un reconocimiento legal estaban la libertad individual, la libertad de imprenta, la igualdad de todos los españoles ante la ley, el derecho de acceder a los empleos públicos, la obligación de pagar impuestos sin privilegios de ningún tipo, el derecho a la propiedad, etc. Aunque desde la visión actual estos derechos son inobjetables, en 1834 suscitaron agrios debates en las Cortes. El gobierno y los procuradores moderados argumentaban que en una situación de guerra civil era inoportuno conceder la libertad de imprenta u otros derechos ya que podrían ser aprovechados por los carlistas. En muchas de las argumentaciones de los moderados se observa que asociaban la concesión de libertades a un pueblo “ignorante y poco acostumbrado a pensar”[3] con el riesgo de que el país cayese en la anarquía, como consideraban que había ocurrido en periodos recientes en los que había estado vigente la Constitución de Cádiz. Aunque se produjeron algunas correcciones sobre la redacción inicial de la propuesta, la petición de derechos fundamentales fue aprobada por la cámara de Procuradores del Reino, mostrándose de esta forma el empuje de la minoría progresista.

El Estatuto Real establecía que las peticiones aprobadas por cualquiera de las dos cámaras debían ser elevadas a la reina. Si la petición era atendida, el Gobierno debía elaborar una ley que, a su vez, debía retornar a las Cortes para su aprobación definitiva. A pesar de lo relevante de la petición de reconocimiento de derechos fundamentales, el Gobierno finalmente no la tramitó como ley. Esto es otro claro ejemplo del constante tira y afloja entre las dos corrientes del liberalismo español que marcaría buena parte del siglo XIX. Mientras para los moderados las reformas realizadas tras la muerte de Fernando VII eran el punto final, para los progresistas no eran más que el inicio sobre el que se debía seguir avanzando. El descontento entre los progresistas y buena parte de la sociedad española fue creciendo con el paso de los meses al comprobar que el Gobierno no estaba dispuesto a avanzar por la senda del constitucionalismo. El Estatuto Real estaba muy lejos de ser una constitución y, a pesar de la petición de la cámara de Procuradores, el Gobierno ni siquiera estaba dispuesta a legislar, aunque fuese con rango de ley, sobre los derechos fundamentales.

Otro factor que también contribuyó poderosamente a aumentar el descontento con el Gobierno fue la marcha de la guerra contra los carlistas. Gracias al liderazgo del coronel Tomás Zumalacárregui, los carlistas llegaron a controlar la casi totalidad del País Vasco y Navarra, excepto las capitales provinciales. Su dominio del territorio permitió que el infante Carlos María Isidro entrase en España por la frontera francesa el 9 de julio de 1834 y que llegase a organizar un embrión de estado carlista. En otras zonas de España, como en las dos Castillas, Aragón o Cataluña, los carlistas consolidaron su presencia por medio de una activa y destructiva acción guerrillera.

Orejita y la nueva hornada de líderes guerrilleros


En la provincia de Ciudad Real el verano de 1834 estuvo dominado por la epidemia de cólera y apenas hay noticias de actividad guerrillera. A esto también contribuyó la derrota durante la primavera de los principales líderes carlistas: Manuel Adame el Locho y Eugenio Barba. Sin embargo, a partir del mes de octubre, y conforme el cólera remitía, surgieron multitud de líderes carlistas y bandoleros que, con grupos poco numerosos compuestos por apenas unas decenas de hombres, consiguieron sembrar de inseguridad y zozobra buena parte de la provincia.

Algunos de estos líderes tuvieron una corta trayectoria y no tenemos muchas noticias sobre ellos, más que la crónica de algún combate especialmente cruento o el día en el que fueron abatidos o capturados. Es el caso de Tavira, cuyo rastro se perdió tras un duro enfrentamiento con los urbanos de Torrenueva en septiembre de 1834 del que consiguió escapar con vida[4]. Peor suerte corrieron otros cabecillas como José Muñoz alias Centinela, abatido en diciembre de 1834 en Corral de Calatrava en un choque con militares del regimiento de caballería Extremadura 3º de Ligeros y del regimiento provincial de Córdoba[5]; Venancio Sánchez Balmaseda apodado Requena, caído en combate en Puebla de Don Rodrigo en enero de 1835, también contra fuerzas del 3º de Ligeros[6]; Antonio Recio el Lechero, que tras saquear Chillón en septiembre de 1836 con un partida de más de medio centenar de guerrilleros fue derrotado, capturado y fusilado tres días después en Abenojar[7].

Otros líderes surgidos en este periodo fueron más longevos en su actividad guerrillera. Al menos tenemos constancia de sus correrías en la provincia durante meses antes de que fueran finalmente abatidos. Es el caso Juan Antonio de Pablo el Junco[8], natural de Argamasilla de Calatrava, que es mencionado por primera vez octubre de 1834, cuando es derrotado por tropas del regimiento provincial de Córdoba, consiguiendo escapar con otros seis secuaces[9]. Recuperado de este descalabro, consiguió reclutar 60 hombres en la primavera de 1835[10]. Tras varios reveses, herido y acompañado por tan sólo por dos guerrilleros, fue abandonado por sus compañeros, lo que permitió su captura por el ejército. Sin recuperarse de sus heridas fue fusilado por la espalda, castigo deshonroso reservado a traidores, el 31 de enero de 1835 en Almodóvar del Campo[11]. Otro guerrillero con una trayectoria similar fue Perfecto Sánchez, compañero en ocasiones de Junco, cuyas primeras acciones documentados son de diciembre de 1834[12]. Fue apresado y fusilado el 23 de diciembre de 1835 en Marjaliza (Toledo), momento en el que había alcanzado el grado de coronel.

A diferencia de los anteriores, cuyo recorrido como líderes guerrilleros fue relativamente breve, en este periodo surgieron otros cabecillas como Ladiosa, Tercero, Peco y Orejita, que, junto con la saga de los Palillos, tuvieron un papel protagonista durante el resto de la guerra. Incluso algunos de ellos sobrevivieron al conflicto, llegando a participar en la Segunda y Tercera Guerra Carlista.

Ramón Rodríguez Cano, también conocido como Ladiosa, natural de Toledo, empezó sus andanzas en febrero de 1835 atacando al frente de 30 o 40 carlistas un acuartelamiento en Luciana. Con el tiempo se convirtió en uno de los principales líderes en la provincia, teniendo un papel protagonista en las expediciones de Basilio y Gómez a su paso por La Mancha. En diciembre de 1836 salvó al general Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, cuando solo y herido vagaba en las afueras de Arévalo (Ávila), después de un ataque por sorpresa de las tropas isabelinas[13]. Su trayectoria concluyó en marzo de 1838 cuando fue capturado por los milicianos nacionales de Barrax (Albacete)[14].

Lámina que recrea el encuentro entre Ladiosa y el general Cabrera en las afueras de Arévalo.

Bajo el nombre del cabecilla Tercero se esconde toda una saga familiar. Joaquín Tercero, natural de Miguelturra y afincado en Moral de Calatrava, luchó en la Guerra de la Independencia contra los franceses. Formó parte de las guerrillas realistas de Adame durante el Trienio Liberal y al restaurase el absolutismo ingresó en el ejército con el grado de coronel comandando un regimiento de caballería[15]. Durante la Primera Guerra Carlista continuaron sus pasos su hijo, de nombre también Joaquín, y su hermano Cándido. La primera mención de los Tercero aparece en abril de 1834, aunque se califica su partida como “insignificante” y es probable que no fueran más que algunos restos de las huestes de Adame derrotadas ese mismo mes en Ruidera[16]. Reaparecen en la primavera de 1835 capitaneando una de las partidas más numerosas reunidas hasta la fecha, dos centenares de hombres que asaltaron y saquearon Almodóvar[17]. A partir de entonces, los Tercero, especialmente Joaquín, tendrán un papel protagonista durante toda la guerra en Ciudad Real. Cándido y Joaquín fueron de los pocos líderes carlistas de la provincia que consiguieron sobrevivir al conflicto bélico. No solo eso, Joaquín Tercero conservó sus firmes principios carlistas y volvió a tomar las armas con el grado de coronel en la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), en la sublevación de 1869 y, ya a una avanzada edad, en la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) en la que fue ascendido a brigadier.

Mariano Peco Cano empezó a operar liderando una partida en la primavera de 1835, compartiendo una trayectoria muy similar a Ladiosa, Tercero u Orejita[18]. Junto a Joaquín Tercero, fue uno de los pocos cabecillas que sobrevivió a la guerra y combatió también en la Segunda Guerra Carlista en defensa de los derechos de Carlos VI[19]. Sin embargo, en su caso se produjo una extraña transformación ideológica pasando a militar en las filas republicanas durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874). El 30 de septiembre de 1869 proclamó la república federal en Béjar tras lo cual fu detenido[20]. Durante la Primera República, ostentando el grado de brigadier, se unió al movimiento cantonal sublevándose el 22 de julio en Bailén y proclamando el cantón de Jaén. Sobrevivió una vez más al conflicto y acabó falleciendo de muerte natural en Granada en junio de 1887[21].

Terminamos este repaso de la nueva hornada de lideras carlistas surgidos a partir de la segunda mitad del año 1834 con Antonio García de la Parra alias Orejita (1791-1838), natural de Calzada de Calatrava, quizá el cabecilla más importante de este periodo. Su trayectoria tiene mucho en común con los primeros líderes del carlismo en la provincia como Adame o Barba. Las primeras noticias que tenemos de Orejita se remontan al Trienio Liberal, periodo en el que encabezó una partida durante la Guerra Realista (1822-1823). Terminado el conflicto formó parte de los Voluntarios Realistas con el grado de subteniente[22]. Su protagonismo en la Primera Guerra Carlista comenzó en noviembre de 1834 al frente de un grupo compuesto por una veintena de guerrilleros. Describiremos con mayor detalle alguna de las acciones en las que participó Orejita ya que reflejan como la guerra se fue convirtiendo en un conflicto cada vez más cruel y despiadado. Los hechos que describiremos de Orejita son similares a los protagonizadas por el resto de líderes carlistas y nos permiten imaginar la desazón que tuvo que sentir la población ante la ola de violencia, crueldad y venganza que se desató sobre toda la provincia.

La primera acción conocida de Orejita sucedió en la noche del 5 al 6 de noviembre de 1834, cuando su partida irrumpió en Piedrabuena, robando cuanto encontraron a su paso y asaltando las casas de los más pudientes. Hasta aquí nada nuevo en el proceder habitual de las partidas carlistas, cuya actuación casi siempre parece puro bandolerismo. Sin embargo, en esta ocasión Orejita dio un paso más e hizo algo poco habitual hasta entonces en la guerra, ya que sacó de su casa al alcalde mayor, de nombre Juan de Herrera y de 40 años de edad, lo condujo a la plaza del pueblo y, a continuación, acabó con su vida fusilándolo[23]. Esto fue un importante salto cualitativo en la guerra ya que los carlistas pasaron de los robos y el pillaje a asesinar a una de las máximas autoridades municipales.

A los pocos días, en la noche del 14 al 15 de noviembre, repitieron el mismo modus operandi con un ataque nocturno a Valenzuela de Calatrava donde robaron el estanco de la Real Hacienda, la recaudación de los propios del Ayuntamiento, asaltaron casas y se apoderaron de caballos y armas[24]. El estanco era una de los objetivos predilectos de los carlistas cuando entraban en una población, ya que era el establecimiento en el que se vendían valiosos productos como la pólvora o el tabaco que eran monopolios del Estado.

Las agresivas acciones de Orejita tuvieron una rápida respuesta por parte del gobernador militar, Juan Antonio Barrutell, que, desde Daimiel donde se encontraba, movilizó una columna liderada por el teniente Lorenzo Benítez, formada por 10 jinetes del regimiento de Extremadura nº3 de caballería ligera y 25 granaderos del regimiento provincial de Córdoba. El día 15 noviembre la columna del teniente Benítez se encontraba ya en Calzada de Calatrava tras los pasos de Orejita. Reforzado por urbanos de esta localidad, el teniente salió en persecución de Orejita al que alcanzó el día 17 y en un duro enfrentamiento abatieron a 14 carlistas, aunque desafortunadamente el líder guerrillero consiguió escapar. Entre los fallecidos se encontraban cuatro prisioneros capturados durante el combate por los urbanos de Calzada, que fueron pasados por las armas, posiblemente en represalia para el fusilamiento días atrás del alcalde mayor de Piedrabuena[25]. En los días posteriores otros cuatro carlistas de la partida de Orejita, que habían conseguido escapar del combate del día 17, fueron abatidos[26]. La guerra estaba tomando un cariz cada vez más salvaje y despiadado con continuas venganzas y represalias.

Tras esta dura derrota de la que escapó milagrosamente, Orejita pasó desapercibido hasta la primavera del año siguiente. Reapareció brutalmente en el mes de mayo de 1835 liderando una partida que superaba el medio centenar de guerrilleros. Entre el 14 y 15 de mayo saquearon los pueblos de Fuencaliente, Brazatortas, Mestanza, Argamasilla y Puertollano[27]. En junio atacaron el Viso del Marqués y en dos ocasiones Calzada de Calatrava[28]. La detallada crónica de una de estas incursiones a Calzada es especialmente ilustrativa del tipo de combates en los que desembocaban estos asaltos de las guerrillas a los pueblos. Al amanecer del 15 de junio entre 80 y 100 carlistas de las partidas de Orejita y de otro líder denominado Macilla se aproximaron de forma sigilosa a Calzada de Calatrava. Todo el perímetro de la población estaba defendido por una especia de muralla levantada con tapias improvisadas y vigilada por centinelas. Éstos no pudieron impedir que los carlistas derribaran dos puertas y entraran en el pueblo, pero al menos pudieron alertar a los vecinos. Además del cinturón defensivo, Calzada contaba con una casa fuerte en la que solían pernoctar los urbanos y aquellas personas que por su posición eran objetivos habituales de los guerrilleros carlistas. Los urbanos, encabezados por el acalde mayor pasaron al contrataque y tras un vivo tiroteo por las calles de Calzada consiguieron expulsar a los carlistas y les persiguieron ya en las afueras de la población. Sin embargo, la situación cambió rápidamente ya que los carlistas en retirada triplicaban o cuadriplicaban en número a sus perseguidores. Tan sólo 24 urbanos habían salido tras los carlistas mientras una decena se habían quedado guarneciendo el fuerte. Los perseguidores se convirtieron en perseguidos y tuvieron que retroceder hasta Calzada, repitiéndose el combate por las calles del pueblo. Los carlistas consiguieron penetrar hasta la plaza, derribando las puertas de cárcel donde consiguieron que un preso se uniera a sus huestes. Finalmente, ante la enconada oposición de los urbanos, los carlistas se acabaron retirando hacia la sierra y con el magro botín de haber robado tan sólo un caballo. Todo este combate que se ha descrito se alargó durante cinco horas y, sorprendentemente, se saldó con muy pocas bajas, un guerrillero muerto y otro herido y en el bando contrario falleció, heroicamente según las crónicas, el urbano Mariano Valencia. Orejita continuó atemorizando la provincia hasta octubre de 1838, cuando fue traicionado y asesinado por su ayudante.


Las características de la guerra en la provincia de Ciudad Real, el sufrimiento de la población civil

En todas las guerras se suelen desatar los peores comportamientos del ser humano y la Primera Guerra Carlista en la provincia de Ciudad Real no fue una excepción. Incluso podríamos afirmar que fue especialmente cruel por varios motivos. En primer lugar, por su condición de guerra civil en la que se ven enfrentadas personas que hasta unos meses atrás eran vecinos y en la que las rencillas personales agravan la violencia ejercida sobre el contrario. Por otro lado, el carácter de guerra de guerrillas, sin frentes definidos, hacía que la inseguridad imperase por toda la provincia sin que nadie pudiera sentirse mínimamente a salvo. La enorme proliferación de grupos guerrilleros, la descoordinación con la que actuaban y su comportamiento cercano al bandolerismo acrecentaron la crueldad del conflicto. Por último, la guerra estalló en una sociedad habituada a la violencia y con pocos límites morales. Desde principios de siglo esta tierra había sido escenario de la Guerra de la Independencia (1808-1814), de la Guerra Realista (1822-1823) y de las duras represiones entre liberales y absolutistas durante el reinado de Fernando VII. Todos estos condicionantes confirieron a la guerra en la provincia de Ciudad Real de unas características muy peculiares, que fueron especialmente duras para los civiles.

En las zonas más afectadas por la presencia de los carlistas, las poblaciones vivían con una sensación de asedio casi permanente. La situación de Calzada de Calatrava durante el ataque de Orejita en junio de 1835, amurallada y con una casa fuerte en el interior del recinto fortificado, no era ni mucho menos una excepción. En 1833 ya se había dado la orden de amurallar las poblaciones para poder controlar mejor el paso de viajeros durante la epidemia de cólera y, de paso, mejorar las defensas contra los asaltos guerrilleros. En el relato sobre la derrota de Adame en abril de 1834 se menciona que en Manzanares se habían construido tapias que cerraban completamente la localidad. También en un ataque de Orejita a Puertollano se detalla que los urbanos se refugiaron en un fuerte construido específicamente para la defensa de la población[29].

Todas estas medidas, tomadas de forma más o menos improvisada, se convirtieron en obligatorias por disposiciones del gobierno y, de forma específica para Ciudad Real, por decisión del comandante general de la provincia[30]. En el verano de 1835 se obligó a que en todas las poblaciones que contasen con urbanos se eligiese un edificio, lo más sólido posible y aislado, como casa fuerte que serviría de última defensa en caso de verse desbordados los defensores. Este edificio se debía utilizar también como polvorín para almacenar de forma segura todas las armas y municiones disponibles en la población. En muchos lugares el edifico más sólido era la iglesia parroquial así que muchos templos se acabaron convirtiendo en fuertes, polvorines o, incluso, prisiones. Adicionalmente, en pueblos con más de 200 vecinos se tenía que organizar todas las noches un retén de 20 hombres armados y municionados que mantendría la vigilancia hasta el amanecer. Durante el resto del día se debía ubicar un vigía en lo alto de la torre de la iglesia para detectar la posible llegada de los carlistas.

Si, como vemos, la inseguridad llegaba a los núcleos urbanos, en el campo y los caminos la situación era insostenible. Los labradores no podían cultivar las tierras sin correr el riesgo de ser robados, especialmente las mulas de labor que eran de gran utilidad para los guerrilleros. En un escrito de queja de un manzanareño publicado en la prensa en noviembre de 1837 se calculaba que más de un centenar de pares de mulas habían sido robadas a los labradores de la localidad[31]. Los viajeros estaban expuestos a ser desvalijados o secuestrados en cuanto se alejaban unos kilómetros de las poblaciones. Cualquier desplazamiento de autoridades o personas con una buena posición económica requería la escolta de los urbanos para llevarla a cabo con cierta seguridad. En las interesantes memorias de un médico que ejerció en las provincias de Toledo y Ciudad Real durante la Primera Guerra Carlista se explica el dispositivo de escolta que se organizó para protegerle en un desplazamiento desde Madridejos hasta Urda, apenas unos 20 kilómetros, para atender a un paciente[32]. Desde Madridejos le acompañaron 10 urbanos a caballo que estaba previsto que le escoltasen sólo hasta la mitad del camino, punto en el que su protección quedaría a cargo de los urbanos de Urda. Finalmente, cuando se encontraron ambas escoltas decidieron continuar el grupo completo hasta Urda para mayor seguridad. Otros testimonios de la época nos ofrecen una visión similar sobre la inseguridad de los caminos. En Ciudad Real capital un vecino denunciaba en la primavera de 1835 en las páginas de La Revista Española que no se podía salir a más de media legua (2,75 kilómetros) del casco urbano sin peligro de caer en manos de los carlistas[33]. Ni siquiera las rutas principales eran seguras. En el Camino Real entre Madrid y Andalucía campaban a sus anchas los bandoleros robando el correo y asaltando diligencias, incluso en zonas en principio menos expuestas a los ataques guerrilleros, como entre Manzanares y Valdepeñas, en las que la seguridad, por tanto, se presumía que debía ser mayor[34].

El caos imperante dejaba a las autoridades locales en una situación insostenible, sobre todo en aquellos pueblos más pequeños que no contaban con suficientes urbanos como para defenderse de forma efectiva. Tenían que, por un lado, satisfacer las exigencias de los guerrilleros que continuamente asaltaban sus poblaciones y, al mismo tiempo, obedecer a las autoridades provinciales que ordenaban que se combatiese a los carlistas y no se accediese a sus peticiones. Un buen ejemplo de las exigencias de los cabecillas carlistas es una carta del 8 de julio de 1835 enviada por Orejita, con multitud de faltas de ortografía, al alcalde mayor del Viso del Marqués en la que le exigía que le entregase 200 raciones de pan, 200 de carne, 80 de cebada y 2.000 reales en efectivo, bajo la amenaza de atacar la población[35]:

Escuadrón Bolante de Leales Manchegos defensores de Carlos 5.

Encontrandome en este dia en el sitio de San Andres con la fuerza de mi mando se ace indispensable pongan usias á mi disposición las raciones siguientes: de pan, 200; de carne, id.; de cevada 80; metalico 2.000 rs.

Esperando no aiga el menor retraso pues si lo hubiese meberé en la precision de pasar yo aesa con la fuerza de mi mando a esigirlas á todo Trance aunque mi animo no es el de alterar el orden dios. Guarde a Usias muchos años. San Andres 8 de julio de 1835.

El comandante Antonio Garcia de la Parra.- Señores Justicia y Ayuntamiento de la villa del Biso.

Al mismo tiempo, se dictaban toda una serie de normas desde el Gobierno Civil y la Comandancia Militar para forzar a las autoridades locales a ofrecer la máxima resistencia a los carlistas. Estas disposiciones contemplaban desde multas de hasta 30 ducados para todos los miembros del ayuntamiento, incluido el secretario, destituciones fulminantes y hacer responsables con su propio patrimonio a los alcaldes, comandantes de armas y vecinos más acaudalados de los importes robados[36]. Los motivos de sanción eran múltiples: no ofrecer resistencia a los carlistas en caso de que existiesen medios proporcionados de defensa, no dar aviso a las autoridades provinciales del paso de las partidas o proporcionar información falsa, ya fuese exagerando o disminuyendo el número de guerrilleros, etc. Incumplir con estas normas podría ser oneroso, pero más arriesgado era, en ocasiones, darles cumplimiento. Por ejemplo, era frecuente que los carlistas cortasen las orejas a los correos que capturaban con mensajes enviados desde los ayuntamientos con información sobre los movimientos de los insurgentes[37].

La presencia de fuerzas militares en los pueblos en ocasiones tampoco suponía un alivio ya que, aunque consiguieran ahuyentar momentáneamente a los carlistas, suponía una carga insoportable para unas haciendas locales ya exhaustas por la guerra. Los ayuntamientos se veían en la obligación de proporcionar comida y suministros a las tropas y aunque estos gastos debían ser posteriormente abonados a los ayuntamientos por la Hacienda Militar de la provincia, los retrasos e incumplimientos en los pagos eran norma habitual[38].

Esta enorme presión provocaba que muchas familias acomodadas, que contaban con medios suficientes, abandonaran los pueblos más pequeños y expuestos y se refugiaran en la capital provincial o en poblaciones más grandes. Los que no tenían más remedio que permanecer en sus pueblos, y que por su posición política o económica estuvieran más expuestos a sufrir represalias por parte de los carlistas, pernoctaban en las fortificaciones, para evitar ser sorprendidos en mitad de la noche por una incursión de los guerrilleros[39].

Quizá el ejemplo más palmario de la complicada situación que tenían que afrontar las autoridades municipales sea el caso del alcalde de Urda (Toledo), que en noviembre de 1838 se suicidó, degollándose con una navaja de afeitar, tras haberse quedado arruinado y haber sufrido una larga serie de humillaciones. Su casa había sido desvalijada hasta en tres ocasiones por los carlistas. En otra ocasión los guerrilleros le montaron en un burro, le pasearon por las calles del pueblo golpeándole, dejándole medio muerto. A esto tenía que unir las sanciones y multas que recibió por parte de las autoridades y el comportamiento de las fuerzas militares que en ocasiones no se diferenciaba mucho de los guerrilleros. El alcalde de Urda sufrió amenazas y vejaciones por parte de mandos militares cuando el Ayuntamiento, por falta de fondos, no fue capaz de proporcionar el dinero y las raciones que éstos le solicitaban[40]. Esto último no era un caso aislado, por ejemplo, en Manzanares, en la primavera de 1838, el general Saez encarceló al alcalde primero por no proporcionarle suministros suficientes mientras que sus soldados, llevando con ellos al segundo alcalde, fueron casa por casa confiscando todos los víveres que encontraban a su paso[41].

En esta galería de penalidades que se está describiendo, los familiares de los carlistas se llevaban la peor parte. Durante los primeros años las medidas tomadas contra las familias en represalia por las acciones de los guerrilleros consistieron en incautaciones de todos sus bienes y destierros[42]. Se trasladaba a los familiares para privar de apoyo o información a los insurgentes. Se elegían como poblaciones de destierro zona seguras en las que los carlistas tuvieran pocos apoyos y que, además, contasen con una nutrida tropa de urbanos. Por ejemplo, en febrero de 1835 los familiares de los carlistas de Miguelturra fueron desterrados a Manzanares y Valdepeñas[43]. Podemos imaginar la angustiosa situación en la que se encontrarían los desterrados con sus bienes embargados y trasladados a otras poblaciones en las que no tendrían ni alojamiento disponible. Con el paso de los años la situación de los familiares se hizo insoportable por la denominada ley de represalias. De desterrados pasaron a ser prisioneros, encerrados durante meses en la cárcel del pueblo, y en caso de no disponer de prisión, en la iglesia o cualquier otro recinto habilitado como centro de detención. El objetivo de retener a los familiares era utilizarlos como rehenes para evitar que los carlistas atacaran la población. Si a pesar de esto, los guerrilleros cometían un asesinato o un ataque de importancia se aplicaba una represalia que consistía en el fusilamiento por sorteo de alguno de los familiares. Los largos encierros a los que eran sometidos provocaban que una misma persona pudiera llegar a participar en cinco o seis de estos macabros sorteos. El concepto de familiar era muy amplio y cualquier persona con relación con los carlistas, independientemente de su situación, podía ser detenida. Era habitual que entre los rehenes pudiera haber esposas, hijos de corta edad, abuelos o incluso suegros. En los sorteos no se hacían excepciones y se llegó a fusilar a mujeres embarazadas o menores. Quizá la represalia más espeluznante sucedió en Fuente del Fresno el 4 de julio de 1840 y fue un triste colofón a la guerra que estaba a punto de finalizar. Un grupo de carlistas acogido al Convenio de Vergara, que se había alistado en un escuadrón de seguridad pública de las fuerzas isabelinas, se volvió rebelar, asesinando a sus mandos. Las autoridades detuvieron de nuevo a los familiares y como no pudieron localizar a la esposa de uno de ellos prendieron a su hijo de cuatro años, Francisco Martín, que fue finalmente fusilado. El relato de la ejecución es impactante[44]:

En la consternación más grande, con el sentimiento más profundo, vio el pueblo de Fuente el Fresno el día cuatro de julio de 1840, conducir de la mano al suplicio a tu hijo Francisco Martin, por un soldado de los que formaban el piquete que había de fusilarlo.

La inocente criatura, creyendo le llevaban a jugar o a paseo dando saltitos como el inocente cordero trisca al lado de su rebaño y mirando con placenteros y angelicales ojos a sus verdugos, les decía estas notables palabras.

—Me comprareis unas naranjas y tostones, y no me haréis pupa, ¿no soldaditos…? ¿ni a mi padre ni madre tampoco...?

El militar que le conducía de la mano lloraba, los soldados que formaban el cuadro, no podían contener las emociones que sus corazones sentían y el piquete que había de hacer la descarga temblaba como azogado al ver el inocente sacrificio que iban a ejecutar.

Afectados en lo más íntimo los soldados, compadecido el jefe de la escolta y sin saber cómo desprenderse del inocente niño que a todos decía cosas y con todos quería jugar, determinó éste echarle al suelo una naranja y garbanzos tostados mandándole fuese a cogerlos.

El inocente y débil angelito, fue con efecto a recoger la engañifa de su muerte, y una descarga hizo caer a la criatura en tierra…


 Fusilamiento del niño Francisco Martín el 4 de julio de 1840


Isidro Mir y la batalla del Cambrón (agosto 1835)

Una condición imprescindible para que el carlismo pudiera dominar el territorio de forma efectiva era la aparición de un líder militar que aglutinara todas las fuerzas bajo su mando. Así había pasado en el País Vasco y Navarra con el general Tomás de Zumalacárregui o en la zona del Maestrazgo, entre Castellón y Teruel, con el general Ramón Cabrera. Por el contrario, en la provincia de Ciudad Real la multitud de líderes carlistas operaron casi siempre de forma anárquica y descoordinada, sin aunar fuerzas que les permitieran asegurar el territorio. Esta situación estuvo a punto de cambiar en el verano de 1835 con la aparición del general Isidoro Mir Ascaso (1777-1835)[45].

Los orígenes de Mir tenían poco en común con lo que hemos visto hasta ahora en el resto de líderes carlistas en la provincia, habitualmente de extracción humilde. Mir pertenecía a una familia de origen noble conquense y había estudiado Medicina y Leyes. Antes de que los avatares políticos del siglo XIX le llevaran por el camino de las armas, tenía la honorable profesión de escribano, equivalente a los actuales notarios. Iniciada la Guerra de la Independencia abandonó su vida acomodada para organizar una partida con la que combatió a los franceses en Extremadura y La Mancha alcanzando tras sucesivos ascensos, por méritos de guerra, el grado de brigadier. En marzo de 1810 se le confirió el mando de todas las partidas guerrilleras de La Mancha. Nos encontramos, por tanto, ante un militar que conocía el terreno, las tácticas de la lucha guerrillera y que seguramente sería conocido y respetado por los carlistas manchegos más veteranos que hubieran luchado en la Guerra de la Independencia.

La militancia absolutista de Mir se puso de manifiesto durante el Trienio Liberal, periodo en el que organizó una trama para restaurar el poder de Fernando VII, pero fue descubierto y encarcelado en junio de 1821. Tras el final del Trienio se le reconoció de nuevo el grado de brigadier, aunque no se le asignó ningún mando. Al comienzo de la Primera Guerra Carlista estaba de nuevo preso en Madrid por su participación en otra conspiración. Puesto en libertad por falta de pruebas, el 26 de octubre de 1834 obtuvo pasaporte para Navahermosa (Toledo), a fin de que pudiera reunirse con su familia, aunque se dieron instrucciones al comandante general de la provincia para que lo sometiera a vigilancia.

A los pocos meses de haber sido puesto en libertad, en junio de 1835, tomó de nuevo las armas en favor del infante Carlos María Isidro consiguiendo algo inédito hasta la fecha, aunar bajo su mando a la mayor parte de las fuerzas carlistas que operaban en Toledo, Ciudad Real y Extremadura. Las hasta ahora dispersas guerrillas de Orejita, La Diosa, Tercero, Peco, Perfecto y otras muchas se pusieron bajo sus órdenes, reuniendo una considerable fuerza de 500 hombres contando con casi dos centenares de caballos.

En cualquier caso, las noticias de prensa nos muestran que la convivencia de un cultivado Mir, con una fuerte militancia carlista, no fue nada fácil con unos guerrilleros más motivados por el robo y el lucro personal que por la lucha estrictamente política. También es cierto que la veracidad de estas noticias puede ser cuestionable porque la prensa, como en toda guerra moderna, era utilizada como elemento de propaganda liberal y desmoralizador del enemigo. En el Boletín Oficial de Provincia de Ciudad Real del 16 de junio de 1835 se mencionaba incluso un intento de asesinato de Mir por parte de los cabecillas carlistas al pensar inicialmente que se trataba de una trampa y que éste pretendía entregarles a los isabelinos. En El Eco del Comercio del 20 de junio se describe el descontento de Mir con el “libertinaje de la canalla” tras los saqueos y robos cometidos por los guerrilleros y que estaba pensando separarse de ellos. Las tensiones continuaron en los meses siguientes y en agosto se publicaba en La Revista Española que los cabecillas Orejita y Tercero no obedecían las órdenes de Mir ya que estaban hartos a “causa de la miseria en que los tienen; quieren mejor hacer la vida de ladrones para comer, que no defender a Carlos V”[46]. A pesar de todas estas noticias, Mir consiguió mantener la cohesión de los diferentes jefes guerrilleros durante el verano de 1835.

Si la convivencia fue difícil, tampoco fue muy destacable del desempeño de sus tropas. A pesar del gran número de hombres reunidos bajo su mando, la fuerza de Mir tuvo un comportamiento similar al de los grupos guerrilleros, mucho más pequeños, que habían operado en la región desde el principio de la guerra. Durante el mes de junio recorrieron las provincias de Cáceres y Badajoz entrando en diferentes pueblos para aprovisionarse (Herrera del Duque, Alía y Guadalupe) seguidos siempre muy de cerca por fuerzas militares[47]. En cada ocasión en la que eran alcanzados los guerrilleros por el ejército, eran derrotados sufriendo fuertes bajas, que en algunos combates alcanzaron el centenar de muertos entre los carlistas. La presión ejercida por los militares en Extremadura provocó que Mir regresase a la provincia de Ciudad Real. Durante el mes de julio apenas hay noticias de Mir ya que posiblemente estaba reorganizando sus fuerzas tras las derrotas sufridas en Extremadura, guarecido en las zonas más agrestes y menos pobladas al oeste de la provincia de Ciudad Real[48].

A mediados de agosto, las fuerzas de Mir reemprendieron la ofensiva con el golpe más audaz, aunque fallido, de toda la campaña, ya que intentaron atacar nada menos que la capital provincial[49]. Al amanecer del día 15 de agosto, justo después de haberse retirado las guardias de urbanos de las puertas de la muralla, un grupo de 10 o 12 carlistas entraron en Ciudad Real, confundiéndose con los feriantes que atravesaban la puerta de Santa María en el primer día de la feria. La reacción rápida de las fuerzas de guarnición que estaban en la capital consiguieron expulsar a los guerrilleros tras un combate por las calles de la ciudad. Este reducido grupo de carlistas era la avanzadilla de un contingente de entre 200 y 250 guerrilleros que esperaban a las afueras de Ciudad Real. Es posible que la estrategia de los carlistas fuese tomar por sorpresa la puerta de Santa María para posibilitar que el grueso de los guerrilleros pudiera irrumpir en la capital. En el caso de que las tropas carlistas hubieran podido franquear la puerta de Santa María la situación habría sido muy complicada para los defensores ya que en esos momentos la guarnición la formaban tan sólo una compañía del regimiento provincial de Córdoba y unos 40 o 50 jinetes de un regimiento de caballería ligera, lo que suponía apenas dos centenares de soldados. En cualquier caso, la rápida reacción de la guarnición evitó la toma de Ciudad Real, lo que podría haber sido un punto de inflexión en la guerra en la provincia. En la capital los carlistas contaban con muchos simpatizantes y la vecina Miguelturra era un bastión de los absolutistas, por lo que la toma de Ciudad Real habría permitido a Mir aumentar considerablemente sus fuerzas y su prestigio.

En los días siguientes el desconcierto causado por este ataque originó multitud de rumores, como el posible traslado de las autoridades provinciales a otra población más segura. En el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 20 de agosto el gobernador civil tuvo que desmentir estos rumores asegurando que su intención era permanecer en la capital.

Restos de la fachada del antiguo convento dominico de Nuestra Señora de Altagracia.
Reubicados en la Ronda de Ciudad Real, simulando la antigua puerta de Santa María
.
Fotografía de www.ciudad-real.es.

Estos hechos no dejaron indiferentes al gobierno y tomó importantes medidas para intentar contrarrestar el peligro que representaban las fuerzas de Mir. Para mejorar la coordinación de las diferentes unidades militares que operaban en la zona y teniendo en cuenta que los guerrilleros se movían con total facilidad entre Extremadura, Toledo y Ciudad Real, se estableció un mando único para estas provincias liderado por el comandante general de Toledo Juan Palarea, siendo nombrado su segundo el comandante general de Ciudad Real José Grases[50]. De forma diligente, Juan Palarea ordenó que las tres columnas móviles que operaban en la provincia de Toledo penetrasen en la vecina Ciudad Real en persecución de las tropas de Mir[51].

Las decisiones tomadas por las autoridades fueron fundamentales para revertir la situación y acabar con el peligro que representaba la unión de todas las guerrillas bajo el mando de Mir. La trayectoria de este líder al frente del carlismo en Ciudad Real estaba a punto de terminar. El 23 de agosto las tropas de Mir intentaron entrar en el Viso del Marqués, pero fueron rechazados heroicamente por los vecinos. Los carlistas se retiraron hacia Almuradiel donde se apoderaron de un convoy de tabaco que transitaba por el camino Real procedente de Andalucía[52]. Precisamente esta acción supuso el principio del fin para Mir. Un correo de Mir avisando a sus huestes para que se unieran al asalto del convoy fue interceptado por los isabelinos, posibilitando que al lugar del encuentro acudieran dos de las columnas que perseguían a los carlistas[53]. Estas columnas quedaron bajo el mando del capitán Luis Tenorio, estando compuestas por 170 soldados de infantería y 60 de caballería pertenecientes al primer y segundo batallón de tiradores de Castilla la Nueva, al primer escuadrón provisional de voluntarios de Castilla la Nueva y a una compañía de urbanos movibles[54].

Las tropas del capitán Luis Tenorio llegaron al Viso del Marqués el mismo día 23 de agosto, a las pocas horas de que esta población hubiese sido atacada por Mir[55]. Al amanecer día siguiente salieron en persecución de los carlistas en dirección a Venta de Cárdenas y, posteriormente, tras divisar la retaguardia enemiga, continuarán hacia Aldeaquemada a donde llegaron a las 20:30 del mismo día 24. Los carlistas habían ocupado esta localidad así que el capitán Luis Tenorio decidió postergar el ataque al día siguiente y dar descanso a sus tropas tras la agotadora marcha. En un día, desde el Viso, pasando por Venta de Cárdenas, hasta Aldeaquemada los militares habían recorrido casi medio centenar de kilómetros. La distancia era muy considerable más teniendo en cuenta que la mayor parte de los soldados no contaban con caballos para desplazarse y que llevaban acumulados varios días de marcha previa. Buena parte de las tropas del capitán Tenorio pertenecían a las columnas que habían entrado en la provincia de Ciudad Real pocos días antes procedentes de Toledo. A pesar del cansancio acumulado y tras un breve descanso, el capitán Tenorio dio orden de atacar Aldeaquemada al amanecer del día 25, esperando tomar por sorpresa a las huestes de Mir.

El ataque sorpresa no tuvo el efecto deseado ya que los carlistas habían abandonado Aldeaquemada durante la noche. Afortunadamente, los militares pudieron averiguar el paradero de los carlistas, ya que habían dejado en la localidad suministros que debían ser conducidos a su nuevo campamento ubicado a una legua de distancia (5,5 kilómetros). Sin mayor dilación, los militares partieron de nuevo al encuentro de los carlistas con el mayor sigilo para intentar sorprenderles. Las avanzadas de los carlistas fueron pasadas a cuchillo por lo que los atacantes pudieron acercarse al campamento enemigo sin ser vistos hasta encontrarse a tiro de fusil, aproximadamente a un centenar de metros.

Los carlistas tuvieron tiempo suficiente para reaccionar y se retiraron y atrincheraron en una cima cercana, en la sierra del Cambrón, justo en el actual límite de las provincias de Jaén y Ciudad Real. Desde un punto de vista táctico, la situación tenía mucho en común con la batalla de Ruidera del año anterior contra la partida de Manuel Adame. Los carlistas duplicaban en número a los atacantes ya que las fuerzas de Mir ascendían a 458 hombres, de los cuales 180 disponían de monturas. No solo contaban con superioridad numérica, sino que además el terreno facilitaba su defensa al estar refugiados en lo alto de la sierra.

Sierra del Cambrón.

El capitán Tenorio no se arredró ante las dificultades y ordenó atacar. Dividió su infantería en tres grupos para asaltar la cima avanzado desde el frente y por los flancos. Los carlistas, bien protegidos en las alturas, hacían fuego sostenido contra los militares, por lo que el capitán ordenó tomar la cima a la bayoneta. Al mismo tiempo, sus fuerzas de caballería, penetrando por la espesura, atacaron a los carlistas por la retaguardia. El desconcierto entre las huestes de Mir fue total y emprendieron una retirada desordenada que acabó con un completo éxito para los militares: 163 carlistas muertos, multitud de heridos, 20 caballos abatidos y otros 40 capturados, además de apoderarse de numerosas armas y bagajes. Esta brillante victoria se obtuvo, además, con tan solo cinco heridos entre los militares. No se hace mención sobre la existencia de prisioneros, lo que parece indicar que ya era normal habitual ejecutar de forma sumaria a todos los enemigos capturados. Este combate también demuestra la mayor motivación, organización y capacidad de combate de los isabelinos. Toda la fiereza que demostraban los carlistas cuando asaltaban poblaciones poco protegidas desaparecía cuando se enfrentaban en campo abierto al ejército. De nuevo, el desarrollo y resultado del combate guardan muchas similitudes con la batalla de Ruidera.

Siguiendo con la narración de los acontecimientos, Mir consiguió escapar con un reducido número de hombres y emprendió una apresurada huida hacia el norte, en dirección a los Montes de Toledo, refugio tradicional de las guerrillas carlistas. La columna de Piedrabuena, formada por tropas del Regimiento Provincial de Córdoba, recibió aviso del paso de Mir. Tras emprender una larga y agotadora persecución durante 14 leguas, más de 75 kilómetros, Mir fue finalmente alcanzado y abatido por la columna de Piedrabuena en el camino entre Fuente el Fresno y Los Cortijos el día 29 de agosto. Su cadáver fue trasladado a Ciudad Real, donde fue colgado en la reja de una ventana y allí, con un puro puesto en su boca, expuesto a toda clase de ultrajes antes de ser sepultado.

Si la batalla de Ruidera, un año antes, consiguió desbaratar la primera oleada de guerrilleros carlistas bajo el mando de Manuel Adame, la batalla del Cambrón fue igualmente decisiva para acabar con la amenaza que suponía que todas las guerrillas de Ciudad Real, Toledo y Extremadura actuaran de forma coordinada bajo el mando de un único líder carlista. Se alejaba, por tanto, el peligro de que el carlismo pudiera llegar a dominar un núcleo territorial en Ciudad Real como ya ocurría en el País Vasco, Navarra o el Maestrazgo.

Se había ganado una importante batalla, pero no la guerra. Caudillos como Orejita, la Diosa, Peco, Tercero o Palillos, muchos de ellos supervivientes de la batalla del Cambrón, continuaron asolando Ciudad Real durante los largos y difíciles años que aún quedaban hasta el final de la guerra en 1840. Tan solo mes y medio después de la batalla, Orejita, al frente de los carlistas supervivientes del Cambrón, vengó su derrota asesinando a 20 soldados y milicianos que se habían rendido en las cercanías del Viso del Marqués. La guerra continuaba sembrando de sangre los campos de la provincia[56].

Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, septiembre 2023



[1] El Eco del Comercio del 10 de noviembre de 1835.

[2] (CABALLERO MORGÁEZ, 1837: 12).

[3] (BURGOS OLMO, 1850).

[4] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 3 de octubre de 1834.

[5] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 12 de diciembre de 1834.

[6] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 19 de enero 1835.

[7] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 13 y 17 de septiembre de 1835.

[8] La Revista Española del 4 de febrero de 1836 y El Nacional del 9 de febrero de 1836.

[9] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 29 de octubre de 1834.

[10] La Revista Española del 4 de abril de 1835.

[11] La Revista Española del 4 de febrero de 1836 y El Nacional del 9 de febrero de 1836.

[12] La Revista Española del 8 de diciembre de 1834.

[13] El Castellano del 10 de diciembre de 1836.

[14] El Correo Nacional del 10 de marzo de 1838.

[15] Blog Esquina de Mauricio. https://www.esquinademauricio.es/personaje-ilustre-del-siglo-xix-joaquin-tercero/. Fecha de acceso 04/06/2023.

[16] La Revista Española del 24 de abril de 1834.

[17] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real de 25 de mayo de 1835.

[18] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 28 de junio de 1835.

[19] (RECIO CUESTA, 2017).

[20] La Discusión del 1 de octubre de 1869.

[21] El País de 23 de junio de 1887.

[22] (POSADA MOREIRAS, 2021: 172 y 537).

[23] La incursión de la partida de carlista en Piedrabuena está recogida en el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 8 de noviembre de 1834 y el periódico El Eco del Comercio de los días 11 y 25 de noviembre. En ninguna de estas tres fuentes se identifica al líder de la partida carlista, sin embargo, en (PIRALA CRIADO, 1868: Tomo I 319) sí que se indica que el jefe de los guerrilleros es Parra. Adicionalmente, en ese periodo no hay identificadas otras partidas que actuasen en la zona, por lo que todo parece apuntar como autores del ataque al grupo liderado por Orejita. El nombre del fallecido se ha obtenido de los libros de difuntos del Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Piebrabuena.

[24] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 14 de noviembre de 1834.

[25] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 18 y 20 de noviembre de 1834, El Eco del Comercio del 26 de noviembre y La Abeja del 27 de noviembre de 1834.

[26] El Eco del Comercio del 28 de noviembre de 1834.

[27] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 19 de mayo de 1835 y El Eco del Comercio del 31 de mayo de 1835.

[28] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 2, 10 y 21 de junio de 1835.

[29] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 19 de mayo de 1835.

[30] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 23 de julio y 9 de agosto de 1835.

[31] El Eco del Comercio del 10 de noviembre de 1837.

[32] (GARCÍA PUERTAS, 1847: Tomo I 254-257).

[33] La Revista Española del 4 de abril de 1835.

[34] La Revista Española del 9 de diciembre de 1834.

[35] Blog Calzada de Calatrava y su historia. http://www.calzadadecalatrava.com/historia/correspondencia-entre-orejita-alcalde-viso/. Fecha de acceso 08/06/2023.

[36] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 5 de junio y 23 de julio de 1835.

[37] (GARCÍA PUERTAS, 1847: Tomo I 274).

[38] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 2 de julio de 1835.

[39] La Revista Española del 4 de abril de 1835.

[40] (GARCÍA PUERTAS, 1847: Tomo I 251-287).

[41] El Eco del Comercio del 24 de abril de 1838.

[42] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 12 de noviembre de 1834.

[43] El Mensajero de las Cortes del 27 de febrero de 1835.

[44] (GARCÍA PUERTAS, 1847: Tomo II 106-134)

[45] Diccionario biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia. https://dbe.rah.es/biografias/28241/isidoro-mir-y-ascaso. Fecha de acceso 25/06/2023.

[46] La Revista Española del 22 de agosto de 1835.

[47] La entrada y posterior combate en las cercanías del Herrera del Duque aparece en La Abeja del 17 de junio de 1835 y en El Eco del Comercio del 20 de junio. Hechos similares ocurrieron en Alía y Guadalupe, recogidos en El Eco del Comercio del 26 de junio y La Abeja del 27 de junio.

[48] La Abeja del 18 de agosto de 1835.

[49] La Revista Española del 21 de agosto de 1835.

[50] La Revista Española del 5 de septiembre de 1835.

[51] La Abeja 25 de agosto de 1835.

[52] La Revista Española del 28 de agosto de 1835 y el Boletín Oficial de la Provincia del 30 de agosto de 1835.

[53] La Revista Española del 30 de agosto de 1835.

[54] Los urbanos movibles eran nuevas unidades de milicianos que se reclutaron con el compromiso de que sus miembros pudiesen operar de forma continua fuera de sus localidades de origen.

[55] Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 3 de septiembre de 1835.

[56] La Revista Española del 14 de octubre de 1835.


ENTRADAS RELACIONADAS: