Hasta fechas relativamente recientes nuestros antepasados tuvieron que convivir con una sucesión interminable de epidemias y calamidades. En el siglo XIX, en la provincia de Ciudad Real eran muy habituales enfermedades que asustan con sólo enumerarlas: viruela, tifus, fiebres tifoideas, tuberculosis, malaria, fiebre amarilla, ántrax o cólera. El precario sistema sanitario y la falta de conocimientos científicos sobre las causas, formas de propagación o tratamiento de las enfermedades provocaban elevadísimas mortandades. La esperanza de vida apenas superaba los 20 años y la tasa de mortalidad era mucho peor que la que padecen en la actualidad los países más pobres y atrasados del mundo como Sudán del Sur o Afganistán[1]. En este sombrío panorama una de las epidemias que mayor impacto tuvo en la provincia de Ciudad Real fue la originada por el cólera en el año 1834.
Esta enfermedad la causa una bacteria denominada vibrio cholerae que provoca en el ser humano una fuerte diarrea y vómitos. En pocos días puede causar la muerte del paciente por la enorme deshidratación que provoca. Se transmite al tomar alimentos o beber agua contaminada por la bacteria. Los propios enfermos contribuyen a expandir la enfermedad a través de la carga bacteriana de sus heces y vómitos, situación que se agravaba en la época al carecer de sistemas de alcantarillado y distribución de agua potable.
Bacteria vibrio cholerae causante del cólera |
El cólera era una enfermedad endémica de la India que a partir de 1817 empezó a extenderse por todo el mundo. La limitada movilidad existente en la época ralentizó la propagación de la enfermedad. A Europa no llegó hasta el año 1830. Los primeros casos de detectaron en Moscú, para pasar posteriormente a Polonia, a Austria e Inglaterra en 1831 y a Alemania en 1832. En España se detectaron los primeros brotes a principios de 1833 en Galicia, Extremadura y Andalucía, aunque el gran estallido de la epidemia en nuestro país no se produciría hasta el año siguiente.
A pesar de la complicada situación política que atravesaba España, el Gobierno actuó con cierta diligencia y anticipación en la lucha contra el cólera. La Real Junta Gubernativa de Medicina y Cirugía envió una comisión de expertos en febrero de 1832 a París, Viena y Munich para estudiar el desarrollo de la enfermedad. En el caso de la provincia de Ciudad Real, en junio de 1833, con un año de antelación respecto a la aparición del primer brote en la zona, se creó la Junta Provincial de Sanidad con el objetivo de coordinar la prevención y lucha contra la enfermedad. La Junta realizó una activa labor con la publicación durante el resto del año 1833 de numerosas circulares con normas y recomendaciones que debían seguir los ayuntamientos[2].
En estas circulares se exigía la creación en cada localidad de una Junta Municipal de Sanidad que debería ser la encargada de velar por el cumplimiento de las normas emanadas de la Junta Provincial. Otro de los principales objetivos de esta normativa era la reducción de la movilidad desde las zonas ya infectadas para evitar la propagación de la enfermedad. Los viajeros procedentes de Andalucía y Extremadura, los focos más cercanos de cólera, tenían que tener una cédula de sanidad para entrar en la provincia de Ciudad Real o, en caso contrario, tenían que ser internados en lazaretos para pasar una cuarentena. La Junta Provincial de Sanidad también exigía que en todos los municipios se destinase un edificio como lazareto para aislar a los casos sospechosos y aconsejaba que estuviese ubicado en una zona aislada fuera del casco urbano. También obligaba a que en cada municipio se habilitase otro edificio para utilizarlo como hospital en el caso de que, finalmente, la enfermedad hiciera acto de presencia. Se animaba a las autoridades a solicitar donaciones a los vecinos para equipar el hospital e incluso a crear nuevas tasas o impuestos municipales con los que financiar todas estas medidas. Además, obligaba a cercar las localidades con muros y vallas improvisadas y en las puertas de acceso que se habilitasen se debían establecer puestos de vigilancia formados por “vecinos honrados” que controlasen las entradas de personas y mercancías. Los mendigos forasteros debían ser expulsados y se llegó al extremo de que se penase con la muerte a aquellos contrabandistas que introdujesen mercancías contaminadas. Dentro de este paquete de normas también se velaba para evitar, en la medida de lo posible, la paralización la actividad económica, ya que se estipulaba que no se debería impedir a los vecinos la salida de las poblaciones por motivos de trabajo y que se debían evitar molestias innecesarias a aquellos viajeros que tuvieran la documentación en regla o que procedieran de zonas no contaminadas.
Otro importante objetivo de la normativa emanada de la Junta Provincial de Sanidad era el aumento de la limpieza y la eliminación de posibles focos de contaminación. Se exigía hacer un esfuerzo suplementario en la limpieza de las calles, sin permitir verter aguas sucias, animales muertos, ni ningún otro cuerpo que pudiera alterar la pureza del aire. Se debían limpiar los basureros, cloacas y depósitos de aguas inmundas que había en el interior de las casas. Estas medidas eran muy importantes ya que en la época no existían ni servicios de recogida de basura ni redes de saneamiento y alcantarillado, por lo que prácticamente cada casa contaba con su propio basurero y su pozo de aguas negras. También se exigió a las autoridades municipales desecar cualquier balsa o laguna de aguas estancadas que hubiera en el interior o en las proximidades de la población. En los mataderos no se permitió acumular sangre, ni materias fecales, ni otros desperdicios de los animales y, para ello, debían trasladarse diariamente estos restos a un paraje fuera de la población en dirección opuesta a los vientos predominantes en la zona. Se debían sacar de las poblaciones las pozas de los curtidores, las calderas o fábricas de jabón y los hornos de cal y yeso. Se rescató otra vieja normativa vigente desde finales del siglo anterior, pero no siempre cumplida, que prohibía el enterramiento de las personas en las iglesias y que obligaba a la creación de cementerios fuera del casco urbano. En este conjunto de normas se aprecia la confusión existente en la época sobre la forma de propagación de la enfermedad ya que las medidas van dirigidas a evitar la contaminación por aguas estancadas o por aires contaminados, cuando, como ya hemos comentado, el cólera sólo se propaga por la ingestión de aguas y alimentos infectados. En cualquier caso, debemos reconocer que la mayor parte de las medidas eran correctas en sus planteamientos y que, a pesar del tiempo transcurrido y los avances científicos, recuerdan en muchos casos a las tomadas recientemente durante la epidemia de covid-19: cierres regionales, confinamiento de poblaciones, creación de lazaretos y hospitales, pasaportes sanitarios, mejora de la higiene y desinfección de lugares públicos, etc.
Además de la Junta Provincial de Sanidad, otra institución de reciente creación también destacó por su liderazgo en la lucha contra el cólera, la Subdelegación de Fomento. La creación de las subdelegaciones de Fomento fue una de las primeras medidas reformistas, de inspiración liberal, tomadas por el Gobierno de Cea Bermúdez en octubre de 1833, tras la muerte de Fernando VII. El objetivo de esta medida era, junto con la nueva división provincial, modernizar la estructura administrativa del país. Los subdelegados de Fomento, que pocos meses después se convertirían en gobernadores civiles, tenían amplías competencias en asuntos económicos, educativos, sanitarios, de seguridad pública y de supervisión de los ayuntamientos. El primer subdelegado de Fomento de la provincia, el ciudadrealeño Diego Medrano y Treviño, y su sucesor Francisco de Paula Lillo tuvieron un papel protagonista en la lucha contra el cólera. No menos importante fue el papel jugado por el Boletín Oficial de la Provincia, también de reciente creación en abril de 1833. Las noticias sobre el cólera, la normativa sanitaria o las decisiones de la Subdelegación de Fomento y de la Junta Provincial de Sanidad eran transmitidas a las autoridades municipales de forma eficaz a través de los boletines.
Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real |
A pesar del esfuerzo de las autoridades provinciales, los ayuntamientos no siempre cumplieron con las nuevas normas sanitarias. En diciembre de 1833, la máxima autoridad militar de la provincia, el comandante general de La Mancha Francisco Ramonet, recriminó duramente a los ayuntamientos que, alegando falta de fondos, no habían realizado el cercamiento de los cascos urbanos. En el ánimo de Ramonet pesaban más las preocupaciones militares que las sanitarias, ya que consideraba que estas cercas servirían también para la defensa de las localidades en caso de ataque de las guerrillas carlistas[3].
Durante los primeros meses de 1834 la atención de las autoridades sobre el cólera bajó considerablemente. No tenemos constancia de que la Junta Provincial de Sanidad, tan activa durante el año anterior, publicase nuevas circulares. Tan sólo en febrero de 1834, cuando se tuvo noticia de un nuevo brote de cólera en Granada, el subdelegado de Fomento Diego Treviño, tras reunirse con la Junta Provincial de Sanidad, decidió impedir la entrada de personas y bienes procedentes de Granada y obligar a cumplir una cuarentena a los que consiguieran llegar[4]. Esta ausencia de noticias pudo deberse, en primer lugar, a que las temperaturas invernales contribuyeron a frenar la enfermedad, que no llegó a propagarse fuera de Andalucía. En segundo lugar, como hemos visto en el capítulo anterior, las autoridades estaban volcadas en la lucha contra las guerrillas carlistas, lo que posibilitó la derrota en el mes de junio de esta primera oleada de grupos insurgentes.
La aparente tranquilidad lograda tras la derrota de los guerrilleros fue brutalmente rota por la aparición en la provincia de este otro enemigo mucho más mortífero, la epidemia de cólera. La alarma se desató en el mismo mes de junio cuando se tuvieron noticias de brotes de la enfermedad en la limítrofe provincia de Jaén, en concreto en la población de Andújar. No sólo el cólera se estaba acercando, sino que, además, existía un grave riesgo de propagación de la enfermedad ya que muchos vecinos de Andújar intentaban escapar del contagio huyendo en un enorme convoy compuesto por más de 20 carros en dirección hacia la provincia de Ciudad Real. El día 12 de junio se publicó en la prensa nacional que el convoy había llegado a Manzanares, posiblemente con personas infectadas, pues al menos dos viajeros habían fallecido en Bailén. El Gobierno ordenó que el acalde mayor de Ocaña, acompañado de un grupo de lanceros de la Guardia Real, detuviese al convoy de Andújar e internase a todos los viajeros en un lazareto de forma inmediata en cuanto fuesen localizados. Además, se ordenaba cortar el tráfico de personas y bienes con Andalucía en Almuradiel. Adicionalmente, se envió un médico desde Madrid para auxiliar a los enfermos del convoy y otro segundo a Andújar para evaluar la situación y ayudar a las autoridades locales[5]. Las autoridades provinciales también actuaron diligentemente y muestra de ello es que Diego Treviño, ya por entonces reconvertido en gobernador civil, dedicó íntegramente los boletines oficiales de la provincia del 17 y 19 de junio de 1834 a republicar las circulares emitidas por la Junta Superior de Sanidad durante el año anterior.
El 19 de junio el Gobierno decidió asilar completamente Andalucía estableciendo un cordón sanitario desde Fregenal de la Sierra en Badajoz hasta Caravaca de la Cruz en Murcia, que sería vigilado por el ejército y las milicias locales. Esta barrera sólo podría franquearse en determinados puntos donde se realizarían controles médicos y se establecerían casas de observación para internar a los enfermos o realizar cuarentenas a los viajeros sanos procedentes de zonas infectadas. En la provincia de Ciudad Real los puntos de entrada que se establecieron fueron, desde oeste a este, el valle de los Pedroches en la zona de Almadén, Venta de Cárdenas en el camino real de Andalucía y Villamanrique en el campo de Montiel. Adicionalmente, para proteger la capital de España se estableció un segundo cordón sanitario a lo largo del río Tajo[6].
Desafortunadamente, estas medidas llegaron muy tarde para la provincia de Ciudad Real. Gracias a los libros de defunciones de los archivos parroquiales hemos podido comprobar que posiblemente desde mediados de junio el cólera ya causaba estragos en poblaciones como Daimiel y Villarta de San Juan. En el caso concreto de Villarta, de tan sólo 656 habitantes, hubo 29 fallecimientos en apenas dos meses, desde el 16 de junio hasta el 14 de agosto. Esta cifra suponía nada menos que quintuplicar el número de muertes producidas el año anterior durante el mismo periodo. En la mayor parte de los casos, la causa del fallecimiento registrada en el libro de los difuntos fue muerte por vómitos, síntoma compatible con el cólera. Este mismo patrón, un fuerte aumento de los fallecimientos durante un periodo de dos meses aproximadamente, se repite en casi todos los pueblos afectados por la enfermedad. Por tanto, podemos afirmar que el cólera ya había entrado de lleno en la provincia antes incluso de que se ordenara establecer el cordón sanitario con Andalucía. Además, hay que tener en cuenta que debieron pasar muchos días hasta que se pudiera hacer efectiva esta medida de aislamiento en una línea tan extensa que se prolongaba desde Extremadura a Murcia, por lo que la enfermedad se debió extender sin mayores impedimentos. De hecho, al mes siguiente se detectaron nuevos brotes de cólera en poblaciones como Santa Cruz de Mudela[7], La Solana[8], Cabezarrubias[9] y Manzanares[10]. La epidemia se prolongó en la provincia de Ciudad Real hasta el mes de octubre con consecuencias catastróficas, aunque también es cierto que con impactos muy dispares dependiendo de la zona. Analizaremos con más detalle las repercusiones de la epidemia en cada una de las comarcas de la provincia: Montes, Alcudia, Campo de Calatrava, Sierra Morena, La Mancha y Campo de Montiel.
Comarcas de la provincia de Ciudad Real. |
Para hacer este análisis sobre la repercusión de la epidemia de cólera por zonas geográficas se han contabilizado el número de muertes mensuales, para el periodo 1833-1835, registradas en los libros de difuntos de los archivos parroquiales de las principales poblaciones de cada una de las comarcas. Todos estos datos pueden consultarse en la siguiente tabla:
Como puede observarse, la zona centro y este de la provincia, las más próximas al Camino Real de Andalucía, fueron las más afectadas por el cólera. En la comarca de Sierra Morena, limítrofe con Andalucía, las tres localidades más pobladas en la época (Santa Cruz de Mudela, Calzada de Calatrava y el Viso del Marqués) sufrieron fuertes brotes de la enfermedad, aunque en diferentes periodos. Santa Cruz de Mudela en el mes de julio y las otras dos localidades de forma tardía en el mes de octubre. Es precisamente Calzada de Calatrava la población que presenta peores datos de todas las analizadas en la provincia de Ciudad Real. Sólo en mes de octubre murieron 215 personas que representaban un 5% de la población total. Hubo en este mes dos veces y media más muertes que en todo el año anterior de 1833. Este catastrófico mes de octubre elevó el índice de mortalidad de 1834 hasta un escalofriante valor de 64,4 fallecidos por cada mil habitantes. Este número es más sobrecogedor si se compara con el peor país del mundo en términos de mortalidad en 2019, Sudán del Sur que, sumido en hambrunas y en una guerra civil, alcanzó una tasa de 19,3 fallecidos por cada mil habitantes, menos de un tercio de la alcanzada por Calzada de Calatrava en 1834 a consecuencia del cólera.
La comarca de La Mancha, atravesada de sur a norte por el camino de Andalucía, también fue muy afectada por la epidemia, alcanzando Manzanares valores similares a los de Calzada de Calatrava. El número de fallecidos en esta localidad en 1834 duplicó los valores del año anterior (266 muertos en 1833 frente a 533 en 1834) y se alcanzó una tasa de 62,8 fallecimientos por cada mil habitantes. El momento álgido de la epidemia fue julio y agosto, meses en los que fallecieron 316 personas. Las otras poblaciones de la comarca analizadas, Alcázar de San Juan y Villarta de San Juan, también se vieron afectadas por el cólera, aunque en esta última la baja mortalidad una vez superada la epidemia, sólo un fallecido registrado entre septiembre y diciembre, compensaron en términos anuales el elevado número de muertes de los meses de verano. En el campo de Calatrava, Daimiel y Miguelturra también doblaron el número de fallecidos en 1834 respecto al año anterior.
En el resto de las comarcas, más alejadas de las principales rutas de comunicación, encontramos zonas que consiguieron librarse del azote del cólera. En la comarca de los Montes, al noroeste de la provincia, Malagón escapó indemne de la epidemia, aunque Piedrabuena se vio afectada durante el mes de octubre. Algo similar ocurrió en la comarca de Alcudia, donde la principal población, Almodóvar del Campo, mantuvo niveles normales de mortalidad, sin embargo, pequeñas aldeas de la zona sí que se vieron afectadas. Cabezarrubias sufrió un brote en el mes de julio y Hinojosas de Calatrava tuvo una elevada mortalidad durante el verano y el otoño. Por último, en el Campo de Montiel, los datos obtenidos parecen indicar que Villanueva de los Infantes y Torre de Juan Abad consiguieron evitar la propagación de la epidemia.
Si se analizan los datos globalmente, en las localidades estudiadas hubo una sobremortalidad en 1834 respecto al año anterior de 960 fallecidos adicionales. Estas localidades sumaban una población de 55.253 personas respecto a un total de 198.268 habitantes de la provincia de Ciudad Real. Si extrapolamos estos datos al conjunto de la provincia obtendríamos una sobremortalidad de 3.445 personas, que supondría un 1,74% de la población total. Si trasladamos esta misma mortalidad a la actual epidemia de covid 19 sería equivalente a que sólo en los primeros cincos meses de enfermedad hubieran muerto en España la escalofriante cifra de más de 800.000 personas. Estos cálculos son orientativos de la repercusión del cólera en el conjunto de la provincia de Ciudad Real, pero no deberían considerarse como valores definitivos. En primer lugar, la muestra de localidades estudiadas no es representativa ya que se han seleccionado principalmente los pueblos con mayor número de habitantes, en donde el impacto del cólera pudo ser mayor. En sentido contrario, hemos observado que, pasada la epidemia, la mortalidad descendía respecto a los mismos meses del año anterior y esto compensaba en parte la sobremortalidad ocasionada por el cólera. Por otro lado, estamos analizando datos anuales cuando la epidemia de cólera se concentró en los meses de verano y esto provoca que se diluya en parte numéricamente las terribles consecuencias de la enfermedad. En cualquier caso, hechas estas salvedades, estos datos globales sirven para tener una idea aproximada del impacto de la enfermedad en el conjunto de la provincia.
Si analizamos los fríos datos numéricos desde el punto de vista de la huella que la epidemia dejó en la mente y actitudes de las personas, resulta difícil imaginar la incertidumbre y el miedo que debió provocar una enfermedad desconocida hasta la fecha, que provocaba esos niveles de mortalidad. El mejor ejemplo de la desesperación que podía generar el cólera se puso de manifiesto en Madrid en julio de 1834, cuando se extendió el rumor infundado de que la enfermedad la estaban provocando religiosos que contrataban a niños para envenenar las fuentes. La crispación creció hasta tal punto que las masas populares asaltaron los conventos de la capital el 17 de julio asesinando a 75 religiosos. También es cierto que en estos hechos pudieron influir otras motivaciones de tipo político, ya que la Iglesia se había ganado la animadversión de los liberales por el apoyo que buena parte del clero prestaba a los carlistas.
Asesinato de frailes en la basílica de San Francisco el Grande en Madrid en julio de 1834. Obra del pintor Ramón Pulido Fernández (1867-1936). |
Estos elevados índices de mortalidad, aunque sorprendentes, no son más que consecuencia de las limitadas posibilidades de la época. Existía un desconocimiento sobre la causa que provocaba la enfermedad y sobre la forma en la que se propagaba. Tampoco había un consenso médico sobre el tratamiento que debía aplicarse a los pacientes, aunque, en este sentido, resulta llamativo que en el Boletín Oficial de La Mancha se publicaran remedios contra el cólera, uno de ellos de un médico de La Solana, en los que se insistía correctamente en que la hidratación continua de los enfermos con agua, aceite o vino era el único medio para superar la enfermedad. Además, en estos escritos se desaconsejaba, con buen criterio, la realización de sangrías, el uso de sanguijuelas y toda clase de remedios debilitantes[11]. Por otro lado, la escasez de médicos impedía que la mayor parte de los pacientes pudieran recibir una mínima asistencia. En una población como Manzanares, con 8.481 habitantes, contaba en fechas cercanas con una reducida plantilla sanitaria: dos médicos, un cirujano, una partera, cuatro boticarios y algunos barberos que aplicaban tratamientos sanitarios básicos (MAESO BUENASMAÑANAS: 2020c). No menos importante en una enfermedad como el cólera que se trasmitía por el agua, era la carencia de una red alcantarillado y de agua potable. Habría que esperar hasta principios del siglo XX para que en los mayores pueblos de la provincia se empezasen a construir redes de agua y alcantarillado, que en muchos casos no se completaron hasta la segunda mitad del siglo.
Con la llegada del invierno, la epidemia cesó con la misma rapidez con la que se había propagado a partir del mes de junio. Aunque octubre fue especialmente trágico en poblaciones como Piedrabuena, Miguelturra, Calzada de Calatrava o Viso del Marqués, en el mes de noviembre los índices de mortalidad cayeron drásticamente, alcanzando valores incluso inferiores al año 1833. Una vez superada la epidemia, de nuevo la guerra volvió a ser la primera preocupación en la provincia.
Afortunadamente, el cólera no volvió hacer acta de presencia en la provincia de Ciudad Real hasta muchos años después, con una segunda epidemia en 1855 y una tercera y definitiva en 1885. El posterior descubrimiento de la bacteria causante de la enfermedad, el desarrollo de vacunas, la utilización de antibióticos y la mejora general de las condiciones higiénicas han conseguido combatir eficazmente la enfermedad. A partir del siglo XX el cólera ha desaparecido de los países avanzados, aunque lamentablemente sigue siendo endémica en el sureste asiático, América central y del sur y el África subsahariana.
Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, enero de 2023.
[4] Boletín Oficial de La Mancha del 9 de febrero de 1834.
[5] La Revista Española de 12 de junio de 1834.
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