Siguiendo con la serie de artículos dedicados a describir como era Manzanares hace doscientos años en esta ocasión hablaremos de la economía y más concretamente de la agricultura. La principal fuente de información que estamos utilizando para elaborar estos artículos son los documentos de carácter fiscal, denominados Cuadernos Generales de Riqueza, elaborados por el Ayuntamiento de Manzanares en 1820 y de los que ya hablamos detenidamente en otra entrada del blog. Sin lugar a dudas, es en el
ámbito de la economía en el que los Cuadernos Generales de Riqueza pueden
aportarnos un mayor conocimiento sobre nuestro pasado. Disponemos de las rentas
de cada uno de los manzanareños y de los forasteros con propiedades en la
localidad. Haciendo una simple agregación podemos conocer con bastante detalle
cómo se ganaban la vida nuestros antepasados: qué cultivaban, cuáles eran las
principales actividades comerciales e industriales, la relevancia del sector
ganadero, etc.
Los Cuadernos aportan información
especialmente relevante sobre el sector agrícola al poder disponer de un dato fundamental como es la renta generada por cada cultivo. Los análisis de la agricultura basados
en la superficie cultivada han tendido a infravalorar la
importancia de la vid por la abrumadora dedicación de las tierras al cereal. En
estos análisis se postergaba la relevancia de la vid en la economía de La
Mancha hasta el último tercio del siglo XIX, cuando las plagas de filoxera en Francia permitieron una enorme ampliación de los viñedos y la exportación de
vinos de forma masiva al país vecino. Los Cuadernos permiten enfocar el
análisis en términos de renta y, como demostraremos, la elevada rentabilidad de
la viña, y de otros cultivos como el azafrán, permitieron que su contribución a
la economía fuese mucho mayor de la que hasta ahora se pensaba para los pueblos
de La Mancha a principios del siglo XIX. Otra importante conclusión que se
puede obtener a partir de los Cuadernos es relativa a la propiedad de la tierra.
Los Cuadernos nos muestran un Manzanares en el que el acceso a la propiedad
estaba muy extendido y, por tanto, muy alejado de la preponderancia del
latifundismo típico de otras zonas de la provincia de Ciudad Real y, en general, del sur de
España. En este caso, también la comparación del tamaño de la propiedad con la
renta generada nos aportará relevantes matices que aminoran, en cierta medida,
las enormes diferencias entre pequeños y grandes propietarios.
Sin embargo, es importante
resaltar que en los Cuadernos sólo se registraban las rentas de aquellas
actividades que estaban sujetas a tributación y lo tenemos que tener muy
presente para no llegar a conclusiones equivocadas. Por ejemplo, como ya hemos
comentado en otros artículos, los jornaleros no tributaban por los salarios
recibidos. Tampoco se incluían las rentas de la Encomienda, compuestas en su
mayor parte por las dos terceras partes de los diezmos cobrados sobre los productos
agrícolas y ganaderos. Las rentas de la Encomienda era una partida
especialmente relevante ya que, por ejemplo, en 1816 ascendían a 465.636
reales, equivalentes a un 15,5% de toda la riqueza registrada para el conjunto
de Manzanares. Otra importante fuente de ingresos que no aparece en los
Cuadernos es el tercio restante de los diezmos, que correspondía a la Iglesia. Si
no tenemos en cuenta en nuestro análisis estas omisiones, podría llevarnos a
infravalorar la importancia del sector primario.
También había exenciones tributarias
que afectaban a otros sectores como el terciario. No tributaban los
empleados públicos por su sueldo, incluyendo en este apartado a los sacerdotes,
empleados municipales, de la Encomienda, de la administración de Correos y de
Hacienda. Para hacernos una idea de la magnitud de estas rentas podemos poner
como ejemplo que el párroco Álvarez de Sotomayor y sus dos tenientes cobraban
en conjunto 15.000 reales anuales.
El monto total de los salarios cobrados por este colectivo debía ser elevado ya
que en los Cuadernos hemos identificado 16 presbíteros y 3 ordenandos.
También conocemos los sueldos de los trece empleados de la Encomienda que en
total sumaban casi 36.000 reales, desde los 11.550 que cobraba el
administrador hasta los 300 que le correspondían al guarda de la dehesa de
Siles.
Tampoco debemos descartar la existencia de errores u omisiones en los Cuadernos, más teniendo en cuenta los
limitados medios con los que tenían que afrontar la enorme y compleja tarea
de identificar y cuantificar todas las rentas de los vecinos de Manzanares.
Por último, también se debe tener
en cuenta que, al ser los Cuadernos un documento de carácter fiscal, los datos recogidas
en ellos deben ser seguramente inferiores a la realidad, ya que el
contribuyente siempre tiende a declarar menores ingresos para intentar reducir
su factura fiscal. Por ejemplo, cuando hablemos de agricultura y mencionemos el
número de vides o hectáreas plantadas en Manzanares deberíamos considerar estas
cifras como un mínimo y concluir que la cifra real debería ser superior.
A pesar de estas consideraciones
sobre la calidad de los datos que vamos a analizar, la enorme y detallada
información que proporcionan los Cuadernos permiten obtener interesantes
conclusiones. Para empezar, presentamos dos relevantes estadísticas que
proporcionan una visión global y muy significativa de la actividad económica de
Manzanares en 1820: la distribución de la renta y de la población activa por
sectores económicos.
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Distribución de la renta en Manzanares en 1820. |
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Distribución de la población activa en Manzanares en 1820. |
Con estas cifras, con un sector
primario que supone un 55,51% de la renta y un 67,71% de la población activa, es
obvio deducir que Manzanares era un pueblo eminentemente agrícola. Estos porcentajes serían seguramente mayores si conociéramos
las rentas que estaban exentas de tributación. Sin embargo, aunque parezca contradictorio,
también podemos afirmar que, para los parámetros de la época, Manzanares
contaba con una economía razonablemente diversificada.
En primer lugar, no sólo la
economía de Manzanares estaba dominada por el sector primario sino la del
conjunto de España. Los censos de población de la época arrojan una
distribución de la población activa muy similar a la de Manzanares. Desde el
censo de Godoy de 1797 hasta los elaborados en 1900 la población activa apenas
cambió en España, ocupando el sector primario alrededor de un 65% de los
trabajadores, frente a un 67,71% que hemos calculado en el Manzanares de 1820.
Hasta la mecanización del campo en los años 60 y 70 del siglo XX la principal
ocupación de los españoles continuó siendo la agricultura, la ganadería o la
pesca.
En segundo lugar, la ubicación
geográfica de Manzanares, junto al Camino Real de Andalucía, en las rutas que
conectaban Extremadura con Valencia y punto de cruce de importantes veredas
utilizadas por el ganado trashumante, permitió un importante desarrollo del
comercio, de actividades de transporte de mercancías realizadas por los
arrieros y la existencia de un número considerable de posadas, ventas y mesones.
Otro factor que potenció el
comercio fue la relativa cercanía de Madrid, un gran centro de consumo e
importador de alimentos. La fuerte demanda de la capital posibilitó el
desarrollo de una agricultura orientada al mercado especializada, además de en
los cereales como buena parte de Castilla, en productos de mayor rentabilidad
como el vino o el azafrán.
Por último, gracias a los
Cuadernos también podemos detectar una pequeña industria principalmente
dedicada a la transformación de los productos agrícolas y ganaderos producidos
en la zona: fabricación de vinos y aguardientes, fábricas de jabón, mataderos,
prensas y molinos, etc.
Como ya hemos comentado, en este artículo nos centraremos en describir el funcionamiento del sector agrícola de Manzanares.
LA AGRICULTURA
La agricultura de principios del
siglo XIX estaba fuertemente condicionada por factores que en el presente no
son relevantes. Debemos comprender estos factores para entender el
comportamiento económico de nuestros antepasados. Quizá el más importante de
todos fuera la limitada capacidad de transporte, especialmente de productos
perecederos, como es el caso de los alimentos.
En la actualidad, hay una gran
especialización de los cultivos orientándose cada región a aquellos que por sus
condiciones climáticas o por el tipo de suelo sean los más rentables. Los sofisticados sistemas logísticos y de
transporte garantizan que no se produzca desabastecimiento de ningún tipo de
alimento, aunque no sean producidos localmente. Por el contrario, nuestros
antepasados, especialmente en zonas del interior de la península, debían
orientar su producción en buena parte al autoabastecimiento de las necesidades locales.
Varios años seguidos de malas cosechas podían acabar desembocando en las
denominadas crisis de subsistencias, en las que la gente llegaba a morir de
inanición y de enfermedades que se extendían entre una población mal alimentada
y exhausta. Por ejemplo, la conocida crisis de subsistencias de 1803-1805 dobló
las tasas de mortalidad, ya de por sí elevadas, de la provincia de Ciudad Real.
En las zonas costeras, que contaban con las facilidades del comercio marítimo,
más económico y rápido que el terrestre, se podían sortear estas crisis
recurriendo a la importación masiva desde zonas o países no
afectadas por las malas cosechas.
Por todo ello, los agricultores,
durante buena parte del siglo XIX, tuvieron que buscar un delicado equilibrio en
sus cultivos que fuese capaz de producir alimentos suficientes para personas y animales,
proporcionar materias primas para muchas de las actividades industriales o generar
combustibles para el funcionamiento de la economía y para las necesidades de
los hogares. Un error de cálculo en sus decisiones, unido a una racha de malas
cosechas, podía poner en peligro la propia supervivencia de la población.
En este complicado equilibrio, el
cultivo de cereales absorbía buena parte de los factores productivos. El pan era
la base de la alimentación humana, especialmente en las regiones del interior
de España. La dieta, de escasa variedad, se complementaba con legumbres secas (normalmente
garbanzos), aceite y tocino, siendo muy excepcional el consumo de pescado u
otras carnes. Se estima que el consumo medio de pan por persona y día era de
aproximadamente una libra (460 gramos).
Este consumo sería equivalente a que en la actualidad una familia de cuatro
miembros comiese diariamente más de siete barras de pan de 250 gramos.
Anualmente, una población como Manzanares con 8.400 habitantes, sin considerar
los viajeros que se alojaban en las numerosas posadas de la localidad, requería
para su abastecimiento algo más de 1,4 millones de kilogramos de pan.
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Carro cargado con cereal recién segado con destino a las eras para su trilla. Esta tarea de transporte hasta las eras se denominaba acarreo. |
El ganado era otro gran
consumidor de cereales, principalmente cebada. Especialmente
ilustrativo es el caso de las mulas. Este animal era el utilizado
preferentemente en La Mancha para arar las tierras y como animal de tracción
para el transporte. Una sola mula podía consumir al año unas 40 fanegas de
cebada,
equivalentes 1.288,2 kilos. Según el Manuscrito de la Merced,
Manzanares contaba antes de la Guerra de la Independencia con 600 pares de
mulas que supondrían un consumo anual de 1,6 millones kilogramos de cebada.
Esta cantidad es incluso superior al consumo humano de cereales, sin tener en
cuenta además que otros animales típicos de la ganadería de la época, como el
porcino, también consumían cebada u otras cereales. Por último, las ovejas
también se aprovechaban del cultivo del cereal, aunque en este caso más que del
grano, se alimentaban de los rastrojos que quedaban en el campo después de la
siega.
Estas circunstancias
contribuyeron a que el cultivo mayoritario en Manzanares fuesen los cereales, a
pesar de su baja rentabilidad en comparación con otras especias aptas también
para el clima y el tipo de suelos de La Mancha, como la vid, el olivo o el
azafrán. En cualquier caso, estos cultivos alternativos, aunque no ocupasen
grandes extensiones en comparación con el cereal, sí que tenían un peso notable, y ciertamente sorprendente, en la economía local gracias a su mayor rentabilidad. Su desarrollo se vio
favorecido por las buenas comunicaciones de la localidad y por la relativa
cercanía del gran centro de consumo que suponía Madrid, lo que permitía comercializar fuera de los mercados locales
parte de la producción. A continuación, presentamos unos datos que confirman
estos planteamientos.
La renta, la superficie cultivada y la producción.
El cultivo de cereales como el trigo, la cebada o el centeno era la principal fuente de ingresos en el sector agrícola de Manzanares en 1820. Generaba una renta de 556.845 reales, que representaba un 38,60% del total de rentas provenientes de la agricultura. Probablemente, esta cantidad debería ser incluso mayor ya que hay una partida muy elevada de 102.250 reales, que en los Cuadernos aparecen simplemente como arrendamientos de tierras, que seguramente corresponderían en buena parte a fincas de cereal.
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Rentas de la agricultura según los Cuadernos Generales de Riqueza (1820). |
Aunque el cereal fuese el
principal cultivo en Manzanares es destacable el sorprendente peso que tenían
otros cultivos como la vid, el azafrán, el olivo o las huertas. Entre todos
ellos sumaban rentas que ascendían a 611.543 reales, que suponían un 42,40% del
total del sector. Pero antes de sacar conclusiones es necesario comparar estos
datos de rentas totales con otras magnitudes como, por ejemplo, la superficie
cultivada.
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Superficie cultivada según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821 |
La comparación de los datos de
renta generada y superficie cultivada muestran aparentes contradicciones. Podríamos
considerar que las tres primeras entradas de la tabla (tierra calma, quiñones y
tierra de vega) se corresponderían con tierras dedicadas principalmente al
cereal y a pastos para la ganadería. Entre los tres tipos suman 35.900 fanegas
que suponen más de un 89% de la superficie cultivada. Siendo generosos en la
interpretación de los datos podríamos asignar a estas tierras las rentas identificadas
como cereal (556.845 reales), arrendamientos (102.050 reales), pastos de la
dehesa de Siles (56.578) y aquellas procedentes de tierras en las que no se
especifica el tipo de cultivo (63.561). Sumando estas partidas, la renta
generada ascendería a 779.034 reales, lo que supondrían tan sólo el 54% del
total del sector. Por tanto, con una interpretación muy generosa tendríamos que
el 89% de la superficie generaba el 54% de la renta.
En el extremo contrario, la vid
con un 4,53% de la superficie suponía un 25,92% de la renta y el azafrán,
ocupando tan sólo un 0,42% de la superficie, generaba un 7,07% de todas las
rentas del sector agrícola. La explicación a estos datos está en las rentabilidades
tan dispares de los diferentes cultivos que examinaremos con más detalle en el
siguiente apartado.
En este punto los Cuadernos
revelan una situación que hasta ahora había pasado muy desapercibida.
Tradicionalmente se ha considerado que la vid fue un cultivo menor en La Mancha
hasta el boom de finales del siglo XIX, provocado por la plaga de filoxera en
Francia que permitió la exportación masiva de vinos al país vecino. Estos
análisis se basaban en la escasa superficie plantada y, en el caso concreto de
Manzanares, en fuentes, como el Diccionario Geográfico de Madoz de 1844, que a
tenor de estos datos se revelan equivocadas y que infravaloraban la superficie
dedicada al cultivo de vid. Según Madoz, en Manzanares únicamente se cultivaban
1.070 fanegas de vid. Esta cantidad representa un 39% menos que las 1.826 fanegas de viñedos recogidas en
los Cuadernos dos décadas antes. Además, debemos recordar que al ser éstos
últimos una información de carácter fiscal nos hace suponer que, probablemente,
la superficie ocupada por los viñedos fuese mayor ya que los contribuyentes
intentarían ocultar o infravalorar sus cultivos más rentables para reducir su
carga tributaria. Si atendemos a estos nuevos datos de superficie cultivada y,
sobre todo, a la renta que generaban debemos concluir que la vid tenía mucha
más importancia en la economía, al menos de Manzanares y probablemente en otros
pueblos de La Mancha, que la que hasta ahora se le había concedido.
Adicionalmente, buena parte de la
producción de vino y azafrán se comercializaba fuera de los mercados locales lo
que acentuaba la importancia de estos cultivos en la economía manzanareña, al
ser una fuente de entrada de dinero y favorecer el desarrollo de otras
actividades como el comercio o el transporte. En el caso del azafrán de La
Mancha tenemos constancia de que era exportado fuera de España a través de
Cádiz y otros puertos. Para evaluar correctamente el impacto en la economía manzanareña
de estos productos vamos a calcular el volumen de las cosechas y que parte de
ésta podría ser realmente dedicada a la comercialización, una vez satisfechas
las necesidades locales.
En los Cuadernos no hay
información sobre la productividad de los cultivos por fanega de superficie,
por tanto, para poder estimar el volumen de las cosechas utilizaremos las
respuestas al Catastro de Ensenada de varios pueblos de la provincia de Ciudad
Real. En general, las productividades que se recogen en el Catastro de Ensenada
son muy bajas y hay grandes diferencias entre poblaciones vecinas. Por ejemplo,
en Valdepeñas se declara que una fanega de primera calidad de viñedo producía
45 arrobas de vino y, sin embargo, en Manzanares se rebajaba esta cifra a tan
solo 30 arrobas. Estas acusadas variaciones de productividad no creemos que
tengan su origen en técnicas de cultivo o calidades de las tierras muy
diferentes entre los pueblos limítrofes, sino en la picaresca de los vecinos
encargados de redactar las respuestas que intentarían, de esta forma, reducir
artificialmente la riqueza de sus poblaciones para aminorar su carga fiscal.
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Arrobas de vino producidas por fanega de viñedo según las respuestas al Catastro de Ensenada. |
Calculando productividades medias
con los datos declarados en Manzanares, Membrilla, Valdepeñas y Daimiel y
considerando que la calidad de los viñedos en 1821 en Manzanares guardaría la
misma proporción que la recogida en el Catastro de Ensenada, tendríamos que por
cada fanega de superficie plantada de vid se producirían tan sólo 20,075
arrobas de vino (321,20 litros).
Si por el contrario utilizamos la productividad de Valdepeñas, más alta y
posiblemente más realista, tendríamos que la productividad por fanega de viñedo
en Manzanares ascendería a las 26,5 arrobas (424 litros). Operando con ambas
productividades, las 1.826 fanegas de viñedos de Manzanares en 1821 producirían
entre 36.657 y 48.389 arrobas anuales, equivalentes a 591.387 litros y 780.660
litros.
Incluso los datos obtenidos
utilizando la productividad superior de Valdepeñas arrojan un resultado
excesivamente conservador si lo comparamos con las Descripciones del Cardenal
Lorenzana. En esta última fuente se estimaba una producción para Manzanares en
1789 de 50.000 arrobas de vino, cantidad superior a las 48.389 arrobas que
hemos calculado para 1821. Es necesario matizar que las respuestas de
Manzanares al cuestionario del cardenal Lorenzana fueron redactadas por el
párroco, sin basarse en ningún trabajo estadístico previo, por lo que deben
tomarse con cierta precaución los datos aportados en las Descripciones.
En cualquier caso, aunque
tengamos dudas sobre la bondad de los datos calculados, nos van a permitir
obtener conclusiones claras sobre la importancia del viñedo. En primer lugar, estimando
un precio medio del vino por arroba de 18 reales,
el valor de mercado de esta cosecha rondaría entre los 660.000 y los 871.000 reales,
cantidades muy relevantes para la economía local. En segundo lugar, si
comparamos la producción con el consumo concluiremos que buena parte de la
cosecha podría destinarse a la comercialización en mercados más lejanos como
Madrid, Extremadura o Levante. Según el número de manzanareños en edad adulta
(sobre el 50% de la población)
y el consumo medio por adulto (55 litros por año)
podemos concluir que las necesidades locales sólo suponían entre un 30% y un
35% de la producción.
Este es otro argumento más para
resaltar la importancia del viñedo en la economía manzanareña. No sólo era
relevante el vino por su alta productividad, sino además porque la cosecha
cubría sobradamente las necesidades de autoconsumo de la población y podía
dedicarse buena parte de la misma a la comercialización. Estos excedentes en la
producción de vino propiciaban la entrada de dinero en la localidad y
favorecían el desarrollo de otras actividades como el comercio o el transporte. Este flujo de dinero generado por el comercio de vino tendría un efecto especialmente dinamizador de la economía local en un periodo como los años 20 del siglo XIX caracterizado por la escasez de moneda. La falta de numerario estrangulaba en estos años de forma generalizada la actividad económica en toda España. Adicionalmente, en un próximo artículo dedicado al sector secundario, veremos que con
los orujos que quedaban después del presando de las uvas, se desarrolló una
pequeña industria dedicada a la fabricación de aguardientes.
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Imagen típica de la vendimia. |
En el caso del azafrán, según las
respuestas al Catastro de Ensenada, una fanega producía 18 libras
en Manzanares o 12 en Membrilla. Hay que tener en cuenta que esta producción
sólo se alcanzaba cuatro años de cada seis, obteniéndose una producción mediana
en un año y careciendo de cosecha en otro. El precio de la libra de azafrán a
finales del siglo XVIII en la provincia de La Mancha superaba los 100 reales,
aunque en protocolos notariales elaborados en Manzanares en 1820 hemos visto
valoraciones de azafrán de hasta 160 reales la libra. Utilizando estos valores
como referencia, podríamos calcular que las 170 fanegas cultivadas de azafrán
en Manzanares producirían entre 1.530 y 2.295 libras,
cuyo valor oscilaría, según los precios que utilicemos, entre los 153.000 y 367.200 reales. En este caso es muy complicado estimar la parte de la cosecha
comercializada, pero debido al carácter de artículo de lujo del azafrán,
consideramos que el porcentaje sería muy superior al calculado para el vino.
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Recolección de la flor del azafrán. |
En cuanto al resto de cultivos
que proporcionaban mayor rentabilidad su aportación a la economía era menor por
estar destinados principalmente al autoconsumo. En cuanto al olivo, estimamos una producción
de aceite que sería insuficiente para cubrir las necesidades de consumo de los
manzanareños. En el
caso de las huertas, dado el carácter perecedero de sus frutos, debería
dedicarse la cosecha para el consumo de los propios agricultores y para el
mercado local o, como mucho, podría comercializarse en pueblos próximos.
La rentabilidad
Hemos mencionado en varias
ocasiones las diferencias de rentabilidad muy acusadas entre los diferentes
cultivos, pero antes de entrar en mayores detalles es necesario matizar que en
los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820 que se conservan de Manzanares no
hay información sobre el tamaño de las propiedades, sólo datos de la renta
generada. Esto impide obtener la rentabilidad de los diferentes cultivos por
fanega de superficie cultivada. Por ello, los cálculos de la rentabilidad que
vamos a explicar a continuación se han obtenido del Cuaderno para la Cobranza y
Reparto de la Contribución Territorial de 1821. Los datos de ambas fuentes
pueden presentar algunas incoherencias ya que se elaboraron en base a dos legislaciones
diferentes de carácter fiscal. Los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820 siguen
la legislación aprobada por el ministro de Hacienda Martín de Garay en 1817 y el
Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821 se
elaboró según la normativa impulsada por el ministro Canga Argüelles aprobada en ese mismo
año. Mientras en los primeros la renta de cada cultivo se calculaba con los precios
de venta del último quinquenio a los que se restaba un porcentaje fijo en
concepto de los costes del capital anticipado, en los segundos se calculaba la
renta como el importe que se obtendría por arrendar las fincas. Estas dos
formas de calcular arrojan valores de renta muy homogéneos en ambos años para
la vid, pero, sin embargo, en el caso del azafrán y del olivo son muy
contradictorios. Esto va a provocar que los datos de renta total y rentabilidad
por fanega para algunos cultivos no sean en algunos casos coherentes entre sí,
especialmente en el caso de estos dos últimos cultivos. Aún a pesar de estos
inconvenientes, los datos son tan contundentes que permiten obtener
conclusiones bastante claras. Hechas estas matizaciones empezaremos a detallar
la rentabilidad de cada uno de los cultivos.
Las tierras con peor rentabilidad
eran aquellas que hemos asociado al cultivo de cereales y las dedicadas a
pastos, aunque debemos aclarar que ésta variaba mucho dependiendo del tipo de
tierra (tierra calma, quiñones o tierra de vega). Se denominaba como tierra
calma a las grandes fincas de secano dedicadas al cultivo de cereal y cuya
productividad era especialmente baja. Requerían largos periodos de barbecho, ya
que se sembraban un año de cada tres o cuatro. Los propietarios complementaban
los ingresos arrendando las fincas para pastos después de la siega y en los
años de barbecho. La rentabilidad de estas tierras no llegaba a superar en la
mayor parte de los casos, incluyendo los arrendamientos de pastos, los 6 reales por fanega.
Disponemos del cálculo detallado
de la rentabilidad realizado en 1821 para uno de los vecinos más acaudalados,
Juan Merino. Disponía de 1.778 fanegas de tierras calmas sembradas de cereal en
la Casa Grande que producían dos celemines de pan blanco por fanega de
superficie. Esto
arrojaba una producción total de 3.556 celemines de pan blanco equivalentes a
296 fanegas de volumen. Como el precio de la fanega de pan blanco era de 20
reales se obtenían unas rentas de 5.920 reales. A esta cantidad, había que
sumarle 1.778 reales provenientes del arrendamiento de los pastos de estas
tierras lo que generaba unas rentas totales de 7.968 reales. Si dividimos esta
cantidad entre las 1.778 fanegas de superficie cultivada se obtiene una rentabilidad
de tan solo 4,3 reales por fanega. Para hacerse una idea del escaso valor
que aportaban este tipo de fincas vamos a compararlo con el sueldo de un
humilde sirviente que podía ascender a 200 reales anuales. Esto significa que
para pagar a un sirviente se necesitaban 46 fanegas de tierra calma cultivadas
de cereal.
Con una rentabilidad muy superior
a la tierra calma encontramos a los quiñones y a la zona de la vega del río
Azuer. En el caso de los quiñones las rentabilidades por fanega variaban, en la
mayor parte los casos, entre los 20 y 72 reales y para la tierra de vega las
variaciones de rentabilidad oscilaban entre los 48 y 72 reales. Los quiñones eran fincas de pocas hectáreas,
buenas calidades y, generalmente, más próximas al núcleo urbano.
Tradicionalmente estas tierras se dedicaban principalmente al cultivo de la
cebada.
Si comparamos las tierras calmas
más productivas, que alcanzaban los 6 reales por fanega, frente a los mejores
quiñones o zonas de vega, con 72 reales de renta, concluimos que una sola
fanega de las segundas generaba la misma renta que 12 fanegas de tierra calma. En
cuanto a la superficie cultivada, el predominio de la tierra calma era
absoluto, llegando a ocupar 34.721 fanegas de superficie frente 1.179 de
quiñones y zona de vega.
En el extremo contrario al
cereal, nos encontramos al azafrán, que era el cultivo con mayor rentabilidad.
El azafrán, también conocido como el oro rojo, es en la actualidad una de las
especies más caras en todo el mundo. Ha sido considerado durante milenios un
artículo de lujo y hay constancia de su utilización por antiguas culturas como
la mesopotámica, la egipcia, la griega, la romana o los árabes. A lo largo de
todo esto tiempo ha sido empleado como condimento, medicina, cosmético o tinte
natural.
Como ya hemos comentado, los
datos que disponemos de 1820 y 1821 sobre el cultivo del azafrán en Manzanares
presentan muchas diferencias entre sí. Mientras que en 1820 era el tercer
cultivo por renta generada con 112.005 reales, en 1821 la renta se redujo a
unos 52.000 reales, siendo superado por el olivo y las huertas. En cualquier
caso, incluso teniendo en cuenta los datos inferiores de 1821, el cultivo del
azafrán era el más rentable por fanega plantada. En 1821 la superficie plantada
de azafrán era de 170 fanegas y la rentabilidad media llegaba a los 309 reales
por fanega. Una solo fanega de azafrán generaba la misma renta que 51,5 fanegas
de las mejoras fincas de tierra calma.
El segundo cultivo en cuanto a
rentabilidad era la vid con 197 reales por fanega, pero respecto al azafrán
contaba con la ventaja de ser menos intensivo en mano de obra y permitir, por
tanto, cultivar mayores superficies. Este sería uno de los factores que con el
paso del tiempo propiciaría el avance del viñedo a costa del azafrán.
Siguiendo con el olivo, se
obtienen rentabilidades muy diferentes dependiendo de si se utiliza la
información de los Cuadernos de 1820 o de 1821. Con los datos de 1821, en los
que la renta total ascendía a 170.582 reales y la superficie cultivada era de
1.179 fanegas, el olivo ocuparía la tercera posición en cuanto a rentabilidad
con 145 reales por fanega. Si por el contrario hacemos el cálculo con la renta
de 1820, la rentabilidad descendería a 45 reales por fanega.
Otro importante tipo de
explotación agraria de la época eran las huertas. Se clasificaban como huertas
a aquellas fincas que eran de regadío, ya fuese porque se regasen con acequias
en las vegas de los ríos o porque dispusieran de pozos. En Manzanares existían
numerosas huertas, que sin contar las dedicadas a azafranal, ocupaban 1.129
fanegas. Esta notable extensión del regadío era posible gracias a que el río
Azuer atraviesa el término municipal y a la existencia de agua subterráneas,
actualmente conocidas con el nombre de acuífero 23, que permitían obtener agua a
profundidades no excesivas con pozos y norias.
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Foto de una antigua noria a las afueras de Manzanares. Tomada entre 1930 y 1936 por el fotógrafo alemán Otto Wunderlich. |
La existencia del riego permitía
que en las huertas se plantasen una amplia variedad de cultivos como frutas,
hortalizas, algunos tipos de legumbres e incluso en, algunos casos, cebada. En
los Cuadernos apenas aparecen referencias a los productos obtenidos en las
huertas, excepto en el caso de la patata, a la que en 1820 se le asigna 11.030
reales de renta. Este dato es relevante
ya que la patata era un cultivo de reciente utilización, tanto en España como
en el resto de Europa. A pesar de que los españoles descubrieron por primera
vez la patata durante la conquista de América en el siglo XVI, no se popularizó
su consumo por humanos en Europa hasta principios del siglo XIX. Anteriormente,
la patata había sido utilizada como alimento para animales, para abono e,
incluso, como planta ornamental. Las rentas generadas en 1820 sugieren que los
manzanareños ya habían integrado a la patata plenamente en su dieta. No es
probable que el volumen de rentas fuese tan elevado si la patata sólo se
hubiera utilizado de forma residual para animales o abonos.
Centrándonos en la rentabilidad
de las huertas, hay una gran dispersión, posiblemente debido a la variedad de
productos cultivados en este tipo de fincas. Aunque la renta media por fanega
de huerta era en 1821 de 70 reales, hemos encontrado fincas con rentabilidades
de casi 300 reales.
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Rentabilidad por fanega según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821. |
Como última reflexión de este apartado,
la baja rentabilidad de la tierra calma respecto al resto de cultivos puede
provocar cierta incredulidad sobre la exactitud de los datos. Como veremos más
adelante, los principales propietarios de la tierra calma eran los grandes
terratenientes que solían ocupar los cargos municipales. Por otro lado, los
peritos encargados de elaborar los Cuadernos eran también personas con una
posición acomodada. Esto podría llevarnos a pensar que existiría, como poco,
cierta predisposición a realizar un cálculo bajo de la rentabilidad de la
tierra calma para traspasar parte de la carga fiscal a pequeños y medianos
propietarios, que dedicaban mayores porcentajes de sus fincas a cultivos como la vid o el azafrán. En cualquier caso, las diferencias en rentabilidad
son tan grandes que, aunque pudiera haberse infravalorado ciertos cultivos de
forma intencionada, podremos dar por válidas las conclusiones que se han
obtenido a partir de estos datos.
La evolución de los cultivos desde el Catastro de Ensenada.
Comparando la información del Catastro de Ensenada de
1752 con los Cuadernos de 1821 podemos obtener una visión de la evolución de la
superficie ocupada por los diferentes cultivos.
En el caso de la vid, en las repuestas al cuestionario general del Catastro se indica que en 1752 en Manzanares había 800.000 cepas plantadas, lo que supone que en 1821 se había producido un incremento de un 228% al pasar a 1.826.444 plantas. Para el azafrán obtenemos aumentos aún superiores de hasta el 425%. Se pasó en este mismo periodo de 40 a 170 fanegas cultivadas de azafrán. Por el contrario, en el olivar se produjo una ligera bajada desde 60.000 a 58.936 olivos.
En el caso del olivo concurrieron
circunstancias muy especiales ya que, según nos indica el Manuscrito de la
Merced, durante la Guerra de la Independencia se cortaron gran número de árboles.
Probablemente, la causa de estas talas fue la necesidad de abastecerse de leña por
parte de los diferentes ejércitos que ocuparon La Mancha durante el conflicto
bélico. Esto podría indicar que tanto en los años previos como en los posteriores
se tuvo que producir un incremento de este cultivo que compensase las talas
realizadas durante la guerra.
Podríamos afirmar que, en
general, en el periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y las
dos primeras décadas del XIX se incrementó la superficie de tierra dedicada a
los cultivos más rentables. Este aumento es destacable teniendo en cuenta que se
produjo en un contexto de crecimiento demográfico en el siglo XVIII y, por
tanto, de una mayor competencia por el uso de la tierra para abastecer de
alimentos a la creciente población. El aumento de la superficie de vid y azafrán en
Manzanares podría haberse acelerado en los convulsos años de principios el
siglo XIX, ya que éste fue un fenómeno general en toda España. La guerra, en
este aspecto, tuvo un efecto sorprendentemente positivo ya que los agricultores
aprovecharon el caos provocado por la invasión napoleónica para ocupar tierras
comunales y baldíos o, directamente, los ayuntamientos tuvieron que recurrir a
la venta de tierras municipales para hacer frente a los gastos extraordinarios
causados por el conflicto bélico.
Este aumento de tierras en propiedad contribuiría a la expansión de los cultivos
más rentables que requiriesen fuertes inversiones. Por ejemplo, en el caso de
la vid, además de la inversión inicial para preparar el terreno y plantar las
cepas, durante los tres primeros años la uva no sirve para obtener vino. Para
que un agricultor decidiera invertir en viñedo era condición necesaria que la
tierra fuera de su propiedad y que, por tanto, pudiera tener la seguridad de
mantener las viñas hasta que fueran productivas y pudiera recuperar la
inversión.
El cultivo del azafrán siguió en
alza durante buena parte del siglo XIX, llegando en 1890 a cultivarse unas 300
fanegas y obteniéndose una producción de entre 6.000 y 8.000 libras anuales.
Con el paso de los años, el azafrán fue desplazado por la vid ya que, aunque
tenía rentabilidades inferiores, requería menos esfuerzo y trabajo para el
agricultor. En 1928 apenas quedaban 9 fanegas cultivadas de azafrán en
Manzanares y en la actualidad ha desaparecido completamente este cultivo.
En el caso de la vid, se produjo
un incremento continuado de los viñedos que en el último tercio del siglo XIX
se convirtió en un auténtico boom. Esta expansión fue posible gracias a las
plagas de filoxera en Francia que facilitaron las exportaciones españolas.
Manzanares vivó un gran periodo de prosperidad desde finales del XIX hasta los
años 30 del siglo XX gracias al vino, llegando a ocupar los viñedos más de 12.000
hectáreas en los momentos de máxima expansión de este cultivo.
Los agricultores y la propiedad de la tierra.
Después de analizar las
principales magnitudes económicas del sector agrícola de Manzanares es de
justicia que hablemos sobre las personas que con su trabajo y esfuerzo
sacaban adelante año tras año las cosechas: propietarios, labradores y
jornaleros.
En algunos casos, hay
características muy específicas del perfil social de las personas dedicadas a
ciertos cultivos. Esto quizá sea más evidente en el caso del azafrán. Este
cultivo se realizaba en pequeñas parcelas, normalmente arrendadas por pequeños labradores
o jornaleros. Las tareas de plantación y recolección se realizaban gracias al
trabajo de todos los miembros familia, aprovechando los periodos de tiempo en
los que no tenían otras ocupaciones. Especialmente intenso en cuanto a fuerza
de trabajo era la recolección, ya que la flor debía ser desbriznada
en el mismo día en el que fuera cortada. Esto implicaba que desde los más
pequeños hasta los más ancianos de la familia colaborasen en estas tareas,
siendo necesario recurrir en ocasiones a vecinos, amigos o mano de obra asalariada.
Después del desbrizne, se debían tostar los estigmas, tarea realizada
habitualmente por las mujeres. Esta era una operación delicada ya que el precio
del producto final dependía mucho de la calidad obtenida en esta parte del
proceso.
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Escena familiar, con aire festivo, durante el desbrizne del azafrán. |
Para estas familias, el azafrán
era un complemento fundamental que permitía mejorar su precaria situación
económica. La alta rentabilidad del
cultivo permitía que con fincas muy pequeñas se obtuviesen unos altos ingresos.
Con una sola fanega de azafrán podían obtener una renta superior al salario
anual de uno de los miembros de la familia que trabajase como sirviente.
Los datos de Manzanares
corroboran estas afirmaciones. En 1821 la mayor parte de las fincas cultivadas
de azafrán no superaban las 3 fanegas de extensión y más de un 90% se explotaba
por arrendatarios. Para aquellos vecinos cuya renta era inferior a los 250
reales anuales, el azafrán representaba un 21% de sus rentas y este porcentaje
bajaba considerablemente según mejoraba la posición económica de los
manzanareños. Para los vecinos más acaudalados el azafrán aportaba poco más de
un 2% de su renta total.
Porcentaje de la
renta obtenido del azafrán en 1820 según el nivel de renta.
El azafrán también era empleado
por los grandes propietarios para fidelizar a sus trabajadores. Era frecuente
que cedieran pequeñas parcelas a sus trabajadores en arrendamiento, o incluso
de forma gratuita, para completar de esta forma su reducido salario y
vincularles laboralmente. Otra función social del azafrán era facilitar
económicamente el comienzo de nuevas familias, ya que no era infrecuente que
los padres cediesen alguna parcela como dote para sus hijos.
Si el azafrán
era el cultivo por excelencia de los menos pudientes, podríamos designar a la
vid como la plantación más característica de las clases medias. Aquellos que
tenían una extensión de tierras reducida, pero cierta capacidad de inversión,
apostaban por la vid por su alta rentabilidad y menor exigencia en cuanto a
mano de obra que el azafrán. La vid representa una mayor aportación entre
aquellos vecinos cuya renta estaba entre los 2.000 reales y los 15.000,
llegando en algunos tramos a suponer más de un 17% de la renta total.
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Porcentaje de la renta obtenido de la vid en 1820 según el nivel de renta. |
Un buen ejemplo de un vinicultor de clase media lo tenemos con José Gómez Pardo. En 1820 su renta total ascendía a 2.877 reales, obteniendo 800 reales de un oficio que no se especifica. Además, poseía 31,5 fanegas de tierra de las que 20 fanegas se correspondían a tierra calma por las que obtenía 90 reales, también tenía un quiñón de 2,5 fanegas que le generaba 120 reales y, por último, unas 7 fanegas con 4.000 vides y 140 olivas. Esta última propiedad le generaba nada menos que 1.280 reales. Si las 20 fanegas de tierra de calma las hubiera tenido también plantadas de vid y olivo su renta total se habría más que doblado, llegando a los 6.444 reales. Es evidente que José Pardo tendría un gran incentivo económico en convertir progresivamente en viñedos, según le permitiese su economía y las características físicas de sus tierras, las 20 fanegas de cereal que tan bajas rentas le aportaban.
Para los
vecinos más humildes, el porcentaje de renta aportado por la vid bajaba a un
1,46%, ya que no podían hacer frente a la inversión inicial y a esperar varios
años hasta que la cepa comenzase a ser productiva.
Que el viñedo fuese la opción preferida de las clases
medias, no significa que los mayores propietarios no apostasen por la vid, sino
que la importancia de este cultivo se diluía por las enormes extensiones de
tierras que poseían dedicadas al cereal. Por ejemplo, Donato Quesada, el vecino
más acaudalado de Manzanares en 1820 con 44.592 reales de renta, tenía
plantadas 20.000 vides, siendo el cuarto mayor viticultor de la localidad. Sin
embargo, la vid sólo representaba un 9% de sus rentas totales ya sus extensas
propiedades incluían 1.346 fanegas de tierra calma, otras 78 fanegas de huertos
y quiñones, ganados, posadas, censos, etc.
En general,
cuantas menos tierras poseían los manzanareños más las optimizaban con cultivos
más productivos. Los grandes propietarios, aunque también invertían en los
cultivos de alta rentabilidad, obtenían sus mayores rentas del cereal por la
enorme extensión de sus propiedades, llegando a representar más de un 24% de
sus rentas totales.
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Porcentaje de la renta obtenido del cereal en 1820 según el nivel de renta. |
En esta época
no existía diferencia entre al agricultor propietario de las viñas y el
vinicultor productor de vino. No existía el concepto de grandes bodegas que
comprasen la cosecha de uva a terceros para elaborar grandes cantidades de vino.
Cada agricultor procesaba su cosecha en pequeñas bodegas ubicadas habitualmente
en las cuevas de sus viviendas. De hecho, en los Cuadernos no se suele diferenciar
en rentas por uva o vino, sino que en la inmensa mayoría de los casos se hace
referencia exclusivamente al vino. Podemos imaginarnos que prácticamente en
cada casa había una bodega ya que en 1821 había nada menos que 461 propietarios
de viñedo, con una superficie media cultivada de 4 fanegas. Sólo había cinco
vecinos que llegasen a poseer más de 20 fanegas de viñedo, siendo el mayor
propietario Cristóbal Núñez Oyo con 34.900 vides.
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Típica cueva bodega de La Mancha. |
Otra
importante estadística que nos permitirá caracterizar a los agricultores
manzanareños es la propiedad de la tierra. En 1821 había, entre vecinos y
forasteros con tierras en la localidad, 761 propietarios. Esto significa que de
los 1.240 contribuyentes con rentas por agricultura en 1820 más de un 61%
tenían tierras en propiedad. Sobre este alto porcentaje de propietarios hay que
hacer dos consideraciones. En primer lugar, es muy probable que el número de
total de personas dedicadas, aunque sea parcialmente, a la agricultura sea
mayor ya que en los Cuadernos resulta complicado identificar a los jornaleros y
los trabajadores fijos de las explotaciones agrarias. Si dispusiéramos de mejor
información en este aspecto el porcentaje de propietarios sería sensiblemente
menor. En sentido contrario, no estamos considerando en este porcentaje a
aquellos vecinos que también accedían a la posesión de la tierra por la vía del
arrendamiento.
Hechas estas
consideraciones, y aunque no tengamos un porcentaje de propietarios y
arrendatarios exacto, podemos concluir que, sorprendentemente, Manzanares tenía
una estructura de propiedad muy alejada del latifundismo presente en otras
zonas de la provincia o del sur de España. Por ejemplo, en Andalucía, según el censo de
1797, sólo había un 7% de propietarios y un 12% de colonos y arrendatarios.
Por el contrario, encontramos más semejanzas con Manzanares en los datos de La
Rioja Alavesa de 1802. En esta zona de llanura del norte de España, con también
importante presencia del viñedo, había un 56,2% de propietarios, un 13% de
arrendatarios y un 30,7% de jornaleros.
Varias pueden
ser las causas que estén detrás de ese amplio acceso a la propiedad en
Manzanares. En primer lugar, la presencia de cultivos muy rentables como la vid
o el azafrán o la existencia de numerosas huertas posibilitaban que las
pequeñas explotaciones fueran viables económicamente. Esto incentivaba que los
pequeños agricultores mantuviesen o intentasen ampliar sus propiedades.
Desde un punto de vista geográfico,
la ubicación de Manzanares en plena llanura manchega, con muy poco terreno
montañoso o serrano, impedía la aparición de grandes fincas dedicadas a la
ganadería, con la que se explotaba habitualmente este tipo de terrenos.
Otro factor que favorecía el
acceso a la tierra de los manzanareños eran los escasos bienes rústicos que
poseían la Iglesia u otras instituciones públicas. Al menos desde el siglo XVI
tenemos algunos datos que lo confirman y que, además, muestran un claro
contraste respecto a otras poblaciones vecinas. En 1579 casi un 50% del término
municipal de Manzanares pertenecía a particulares, cuando en el conjunto del
Campo de Calatrava este tipo de propiedad apenas superaba el 14%.
La información recogida en los
Cuadernos de 1820 confirma la limitada propiedad de la tierra en manos de estas
instituciones y, además, muestran una clara tendencia descendente respecto a
las cifras mencionadas para el siglo XVI. En 1820 las rentas por agricultura de
la Iglesia y de otros organismos públicos sumaban 87.138 reales, que
representaban tan sólo un 6% del total de las rentas del sector agrícola. La
principal institución propietaria de tierra era la Administración de Correos,
que poseía la dehesa de Moratalaz y por la que obtenía 56.578 reales. El resto
de propietarios institucionales obtenían rentas muchos más modestas, como el
Ayuntamiento que por sus propios
conseguía 6.300 reales o el convento de religiosas franciscanas que se quedaba
en 3.240 reales.
Las propiedades de estas
instituciones en Manzanares se vieron reducidas considerablemente en 1821 por
la activa labor de la Junta de Crédito Público. Este organismo, precursor de los
grandes procesos desamortizadores del siglo XIX, tenía como misión pagar la
elevada deuda de la Hacienda española con los ingresos obtenidos de la venta de
bienes de diferentes orígenes: de las órdenes religiosas disueltas, de
encomiendas vacantes, baldíos, tierras de la Corona, etc. En el caso concreto
de Manzanares se vendieron en 1821 las tierras del extinto convento de los
carmelitas y de numerosas capellanías secularizadas.
Las tierras enajenadas en las posteriores
desamortizaciones entre 1836 y 1910 muestran una vez más la escasa entidad del
sector público en Manzanares en cuanto a la propiedad de la tierra. En el
conjunto de la provincia de Ciudad Real se vendieron en este periodo fincas
rústicas equivalentes al 38,3% de la superficie total, llegando en algunas
poblaciones como Puertollano a enajenarse al 78,2% del término municipal y en
poblaciones más cercanas como Almagro al 43,3%. Frente a estas cifras, en
Manzanares sólo se vendieron 4.450 hectáreas equivalentes a un 9% del término
municipal, lo que confirma que más de un 90% de la tierra se había convertido
tiempo atrás en propiedad privada.
Realizadas estas
consideraciones sobre el elevado número de propietarios en Manzanares es
necesario matizar estos datos con el análisis de la distribución de la tierra. Sobre
los 761 propietarios hemos conseguido determinar la superficie de sus
propiedades en 702 casos, lo que nos proporciona una visión detallada de la
estructura de propiedad.
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Superficie de tierra en propiedad y rentas medias obtenidas de la agricultura según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821. |
Si realizamos un análisis de
estos datos exclusivamente por la superficie en propiedad llegaríamos a una
conclusión evidente de que, a pesar de la existencia de muchos propietarios,
habría una gran desigualdad ya que el 45,30% de los agricultores sólo poseían
un 1,77% de la superficie, mientras que los grandes terratenientes, que sólo
representan un 5,56%, acumulan un 68,93% de todas las tierras. Sin embargo, si
en este análisis incluimos las rentas medias obtenidas por cada colectivo
comprobamos que el mejor aprovechamiento de la tierra de los pequeños y
medianos labradores reducía las enormes diferencias que a priori podrían
suponerse respecto a los grandes propietarios. Por ejemplo, la renta media de
los labradores con superficies entre 20 y 25 fanegas era de un 47% de la renta
de los propietarios que poseían entre 100 y 250 fanegas. Esto supone que
teniendo entre 5 y 10 veces más superficie sólo consiguen obtener algo más del
doble de la renta. La principal explicación a este fenómeno es la mayor
presencia de cultivos muy rentables como la vid o el azafrán en los pequeños y
medianos labradores. La enorme extensión de tierra de los grandes propietarios
provocaba que la mayor parte de sus fincas se sembrasen con cereales de muy
bajas rentabilidades.
Hemos segmentado los datos
obtenidos sobre propiedad de la tierra en cuatro grupos que nos permiten llegar
a conclusiones sobre la forma en que los agricultores explotaban sus haciendas.
En el que hemos denominado como grupo I se engloban a los dueños de superficies
inferiores a 5 fanegas y que suponían un 45,30% del total. Para este colectivo,
las rentas obtenidas de sus tierras eran un complemento y necesitaban realizar
necesariamente otras actividades para sobrevivir. Este grupo es muy heterogéneo
ya que nos podríamos encontrar desde un trabajador urbano que por herencia
conserva algunas tierras, hasta un jornalero o sirviente que completa sus
ingresos con alguna huerta o pequeña parcela cultivada de azafrán. Esta pequeña
propiedad contribuiría significativamente a aliviar la situación económica de
los más desfavorecidos.
El grupo II, con superficies
entre las 5 y las 25 fanegas y que representa a un 31,34% de los agricultores,
encontramos a medianos labradores cuya principal dedicación es la agricultura
pero que necesitan compatibilizarla con otras actividades: emplearse en
momentos puntuales como jornaleros, realizar obradas para terceros en caso de
disponer de mulas, cuidar de algún ganado, etc.
El grupo III, con propiedades desde
las 25 hasta las 250 fanegas y suponiendo un 17,81% del total, se
correspondería con labradores o propietarios que podrían vivir perfectamente de
sus tierras, sin tener que dedicarse a otras actividades. Este colectivo
debería recurrir a mano de obra asalariada para sacar adelante sus
explotaciones agrícolas.
Los grupos II y III, si atendemos
las rentas medias obtenidas entre los 850 y 2.830 reales anuales, podríamos
considerarlos a grandes rasgos como clase media, aunque con evidentes
diferencias entre ellos. Consideraríamos como clase media desde labradores que
subsisten con dificultades en los años de malas cosechas hasta aquellos que
gozarían de una situación económica desahogada. Hay que tener en cuenta que las
cifras de rentas mencionadas se corresponden exclusivamente a las obtenidas con
la agricultura, con lo que su renta total sería mayor y se complementaría con
otras actividades como la ganadería, propiedades urbanas u otros oficios. Entre
ambos grupos suman un 49% de todos los propietarios y pensamos que es un
elemento claramente diferenciador de Manzanares respecto a otras poblaciones. La
existencia de una considerable cantidad de medianos propietarios y el acceso
generalizado a la tierra se mantuvo durante todo el siglo XIX. En el censo de 1911
el número de asalariados agrícolas (gañanes, jornaleros o pastores) en
Manzanares era de un 36,76% frente a cifras que rondaban el 70% en poblaciones
cercanas como Valdepeñas, Tomelloso o Puertollano.
En este mismo censo se identifican hasta casi un 20% de pequeños y medianos labradores y ganaderos en
Manzanares frente a cifras inferiores al 5% en Alcázar de San Juan, Ciudad Real
o Puertollano y de apenas un 2% en Tomelloso y de un 1,5% en Valdepeñas. Como
ya hemos comentado, el escaso impacto de la desamortización en Manzanares contribuyó
a no alterar significativamente la relativamente equilibrada estructura de
propiedad.
En el grupo IV se englobarían los
grandes terratenientes, tan sólo 39 personas, que acumulaban una enorme
cantidad de tierra equivalente al 68,93% del total. El mayor terrateniente en
1821, Juan Merino, era propietario de 3.464 fanegas de las cuales la inmensa
mayoría (3.357 fanegas) eran tierras calmas, con bajísimas rentabilidades que
no llegaban a los 5 reales por fanega y que le aportaban en conjunto unos
15.000 reales. Sus fincas restantes, 107 fanegas, eran quiñones, huertas,
olivares (2.890 olivas) y viñas (15.000 vides) que le proporcionaban otros
10.000 reales. En el caso de Juan Merino vemos una vez más un ejemplo de gran
propietario cuya principal dedicación es el cereal ya que es la forma más
barata, y la que menos inversión requiere, de explotar su enorme patrimonio. En
cualquier caso, la preferencia casi obligada por el cereal no significa que no
invirtiese en cultivos más rentables como la vid o el olivo ya que obtenía de
éstos casi un tercio de su renta.
Otro dato relevante que es
conveniente destacar respecto a los grandes propietarios y que rompe los
tópicos de terratenientes absentistas que arriendan la mayor parte de sus
tierras es que la mayor parte de sus rentas por agricultura las obtenían de
tierras que explotaban directamente. En el caso de Juan Merino en 1820 sólo un
20% de sus rentas agrícolas provenía de arrendamientos. En el caso de Donato
Quesada, cuarto mayor propietario, el porcentaje era muy similar, del 18%. Si
realizamos el cálculo con los diez mayores propietarios el porcentaje de renta
provenientes de arrendamientos baja al 12%.
Una vez repasadas las principales magnitudes podemos terminar recopilando algunas ideas principales que resumen la situación del sector agrícola manzanareño. Es cierto que la mayor parte de las tierras se dedicaban a cultivos de secano de cereales con bajísimas rentabilidades, pero también lo es que coexistía con una agricultura de la vid y del azafrán de alta rentabilidad y orientada al mercado. También podríamos lamentarnos sobre la enorme cantidad de tierra que atesoraban unas pocas familias, pero al mismo tiempo existía una masa de pequeños y medianos propietarios. Gracias a su apuesta por cultivos rentables obtenían unas rentas que, en el caso de los jornaleros y pequeños labradores, servían para aliviar su maltrecha economía y que, en el caso de los medianos propietarios, propiciaba la existencia de una clase media poco habitual en la época en el sur de España. También apreciamos una evolución desde mediados del siglo XVIII a cultivos más rentables y esto a pesar de ser una época de crecimiento demográfico y mayor tensión sobre la tierra. Esto implica que existió cierto margen para que los agricultores mejorasen su nivel de vida y demuestra la iniciativa de los manzanareños de la época. En el caso de los grandes terratenientes podemos afirmar que, lejos de los tópicos, la mayoría explotaban directamente sus tierras y también apostaban por modernizarse invirtiendo en cultivos de mayor rentabilidad. La Iglesia u otras instituciones públicas tenían pocas propiedades en la localidad, lo que permitió que los grandes procesos desamortizadores del siglo XIX no tuvieran un impacto especialmente negativo sobre la estructura de propiedad.
En definitiva, la agricultura manzanareña ya presentaba características apropiadas para aprovecharse del gran boom del sector vinícola del último tercio del siglo XIX, que tanta prosperidad generaría en la localidad. El cultivo de la vid era rentable y estaba plenamente asentado, se habían establecido redes de comercialización, existía una clase media que apostaba claramente por este cultivo y unos terratenientes, con mayor capacidad de inversión, para los que el viñedo también formaba parte importante de su actividad agrícola.
Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, agosto de 2020