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sábado, 25 de abril de 2020

MANZANARES HACE 200 AÑOS: Sistema sanitario

En una entrada anterior de la serie "Manzanares hace 200 años" hemos descrito la situación de la salud pública. Recordemos que la localidad estaba azotada por continuas epidemias de terribles enfermedades (viruela, tifus, malaria, ...) que provocaban elevadísimas tasas de mortalidad, especialmente de mortalidad infantil. En esta entrada, vamos a describir el sistema sanitario con el que contaba Manzanares para hacer frente a tantas adversidades[1].

Gracias a los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820 podemos identificar el personal sanitario que trabajaba en la localidad y que se limitaba a dos médicos, un cirujano, al menos una partera y cuatro boticarios. Esta reducida plantilla, que tenía que atender a una población de unos 8.400 habitantes, era el equipo médico habitual con el que podía contar una población como Manzanares a principios del siglo XIX.

El galeno con mayor predicamento, a tenor de sus elevadas rentas de 8.000 reales obtenidas de su profesión, era Cristóbal Camarena, que ostentaba el título de médico cirujano. Por su apellido, muy habitual en la población, y por los numerosos bienes raíces rústicos y urbanos que poseía podríamos concluir que era natural de Manzanares, aunque este dato no podemos confirmarlo. El segundo médico era el catalán Miguel Daura Jarros, que ejercía en Manzanares desde 1804 y estaba plenamente asentado en la localidad, en la que había contraído matrimonio en 1807 con la manzanareña Josefa Antonia García Mateos. Sus rentas como médico ascendían a 3.000 reales. Por último, Cayetano Peral era cirujano romancista con unos ingresos de tan sólo 1.500 reales.

Para entender mejor las capacidades de estos profesionales es interesante explicar las diferencias que existían entre médico y cirujano en el siglo XIX. Si en la actualidad podríamos pensar que un cirujano tiene normalmente mayor o igual prestigio que un médico, en el pasado era completamente diferente. En la cúspide de la profesión estaban los médicos puros, como el caso de Miguel Daura, que tenían que realizar estudios universitarios en las facultades de medicina. Tradicionalmente, se consideraba que las enfermedades que se denominaban interiores del cuerpo humano eran exclusivamente de su competencia, quedando para los cirujanos el tratamiento de enfermedades exteriores y los remedios y medicinas que se aplicaban sobre la piel.

La cirugía era una profesión independiente de la medicina, de menor prestigio, que no contaba con estudios universitarios específicos. El colectivo de cirujanos no era muy homogéneo ya que existían muchas formas diferentes de acceder a la profesión. Los cirujanos con menor formación eran los empíricos, que aprendían el oficio trabajando como aprendices de otros cirujanos y a los que posteriormente se la les habilitaba para ejercer la profesión superando un examen. En el siguiente nivel se encontraban los cirujanos romancistas, que recibían este nombre por hacer sus estudios en castellano en lugar de latín. Era el caso del cirujano romancista que ejercía en Manzanares, Cayetano Peral, que había estudiado durante tres cursos en lengua castellana asignaturas como disección anatómica, fisiología, higiene, terapéutica, materia médica, flebotomía (sangrías), sífilis, vendajes, afecciones externas y óseas, clínica y cirugía legal. En contraposición, los cirujanos latinos usaban el latín en sus estudios y debían formarse también en arte y filosofía, que a pesar de su nombre eran estudios de carácter científico. Los cirujanos mejor preparados de la época salían de los Reales Colegios de Cirugía, fundados en la segunda mitad del siglo XVIII y creados originalmente para nutrir de personal sanitario al Ejército y a la Armada. A finales del siglo XVIII estos Colegios de Cirugía alargaron el periodo formativo hasta los cinco años y fueron habilitados para otorgar el título de médico cirujano. Esta es la titulación que parece que poseía Cristóbal Camarena, ya que figura en la documentación de la época como médico cirujano. Los Reales Colegios de Cirugía contribuyeron a prestigiar la profesión de cirujano y hacerla confluir con la de médico, aunque esto no se lograría definitivamente hasta mediados del siglo XIX.

En cualquier caso, hasta los profesionales con mejor formación tenían muy limitadas sus posibilidades de curar los casos más graves. La alta mortalidad por infecciones, la posibilidad de gangrenarse las heridas o la falta de anestésicos reducían enormemente el tipo intervenciones quirúrgicas que se podían practicar. Las más frecuentes eran la amputación de miembros, la extirpación de tumores superficiales o la apertura de abscesos. Operaciones más arriesgadas en la cavidad abdominal o en el pecho acaban en la mayor parte de los casos con la muerte de los pacientes por infección de las heridas.

Amputación de una pierna

Esta enorme variedad en cuanto a los tipos de profesionales médicos provocaba malentendidos y acusaciones de intrusismo, que se dieron también en Manzanares. En 1829 fue condenado el cirujano romancista Cayetano Peral por intrusismo al haber tratado a varios pacientes que sufrían enfermedades internas, responsabilidad exclusiva de los médicos. Fue condenado a pagar una cuantiosa multa de 1.100 reales (recordemos que sus rentas anuales en 1820 eran de 1.500 reales) y a una pena de destierro a diez leguas de Manzanares (41,90 kilómetros). El denunciante fue el médico José Valero, que se había asentado en la localidad en 1825. Las pruebas que se presentaron en contra de Cayetano Peral eran unas recetas cuya autoría le atribuían y que no podían dispensar los cirujanos romancistas. Tras recurrir a la Real Chancillería de Granada fue absuelto al no poderse probar que las recetas hubiesen sido expedidas por el acusado.

Continuemos ahora con otra importante profesión relacionada con la sanidad, los boticarios, responsables de elaborar los medicamentos prescritos por los médicos. Al igual que en el caso de la cirugía, no había estudios universitarios específicos de farmacia. Los estudios de farmacia se legislaron en el año 1804 dando lugar a la creación de los Reales Colegios de Farmacia. El primero de ellos se estableció en Madrid en 1806. Estos centros proporcionan los títulos de bachiller, licenciado y doctor. Según la legislación de la época se debía tener al menos el título de licenciado para ejercer la profesión, pero, debido a la corta vida de estas instituciones en 1820, la mayor parte de los boticarios en ejercicio debían carecer de estos estudios. En Manzanares hemos localizado hasta cuatro boticarios que obtenían unas rentas de entre 1.500 y 2.000 reales. Sus nombres era Diego de la Torre, Valentín Ortega, Jose María de España y Cristóbal Peña.

La única partera localizada en los Cuadernos Generales de Riqueza ha sido la viuda de Juan Díaz Madroñero, que obtenía unos ingresos de 500 reales, aunque es probable que más mujeres ejercieran esta profesión ya que el número de partos en Manzanares superaba cada año los 300. Resulta llamativo en los Cuadernos que, como en el caso de esta partera, a las mujeres casadas o viudas se les hiciese referencia en casi todos los casos por el nombre de los maridos en lugar de por su propio nombre, fiel reflejo de la preminencia del hombre en la sociedad de la época.

Grabado que representa un parto.

Es posible que todavía en 1820 en Manzanares los barberos continuasen realizando laboras sanitarias básicas como realizar sangrías, poner sanguijuelas, ventosas, extracción de dientes y muelas, etc. Aunque en los Cuadernos aparecen dos barberos, hay uno de ellos, de nombre Aquilino Corrales, para el que es fácil suponer que realizaba este tipo de actividades. Su trabajo principal era el de carnicero, con el que obtenía una elevada renta de casi 6.000 reales. Completaba sus ingresos con el oficio de barbero. No es difícil de imaginar que disponiendo de las herramientas de un carnicero y acostumbrado a sacrificar y despiezar animales, su principal cometido como barbero fueran la realización de sangrías o actividades similares. Además, con tan limitado número de profesionales sanitarios para una población tan elevada sería necesario el apoyo de los barberos para cubrir las necesidades de salud de los manzanareños.

Llegados a este punto en el que se han repasado los profesionales sanitarios del Manzanares de 1820 es conveniente preguntarse cómo se pagaba el coste de sus servicios. En este aspecto también vamos a encontrarnos con una situación muy diferente a la actual. En el presente es el gobierno central y, sobre todo, las comunidades autónomas quienes asumen la financiación de la mayor parte del gasto sanitario, siendo una de sus principales y más importantes competencias. Por el contrario, a principios del siglo XIX eran los ayuntamientos quienes tenían que gestionar y asumir parte de estos gastos. El gobierno central únicamente ejercía una labor reguladora o de inspección de las profesiones sanitarias a través de las Reales Juntas Gubernativas de Medicina, Cirugía o Farmacia, sin asumir en sus presupuestos el coste de la asistencia sanitaria. Esta falta de importancia de la sanidad en la acción del gobierno se pone de manifiesto en que habría que esperar hasta 1936 para la creación del primer ministerio dedicado en exclusiva a estos asuntos.

Volviendo al Manzanares de principios del XIX, en 1803 el Ayuntamiento recibió autorización a través de una real provisión para subastar los pastos de los montes de La Mancha y Matamediana, pertenecientes a los propios municipales, para que con los ingresos obtenidos se financiasen los salarios de dos médicos que debían ejercer en la localidad. El convenio alcanzado con los médicos consistía en un pago anual de 3.300 reales a cada uno por el que se comprometían a prestar asistencia a todos los vecinos. En el caso de los más pobres (unos 500 vecinos) la asistencia debería ser gratuita y el resto (unos 1.500) podían contratar sus servicios a través de una iguala (pago fijo anual). En 1805 se amplió este acuerdo para contratar a un cirujano latino.

Durante la Guerra de la Independencia los montes municipales sufrieron muchos daños por lo que los ingresos obtenidos por el Ayuntamiento en las subastas de sus pastos se redujeron notablemente. La crisis económica y la deflación de los precios, que ya hemos comentando en otras entradas anteriores, terminaron por hundir los ingresos del Ayuntamiento. Si en 1799 obtuvo 42.780 reales por el arrendamiento de sus propios, en 1829 la recaudación había bajado a los 12.000 reales. Esto provocó que el Ayuntamiento incumpliese sus acuerdos con los médicos de forma sistemática. En 1828 la deuda con Miguel Daura ascendía a 33.000 reales, que representaba un atraso de 10 años en los pagos acordados. Ante esta situación crítica, el Ayuntamiento estudió en 1829 amortizar una de las plazas de médico y bajar la asignación de la segunda en un tercio, dejándola en 2.200 reales. Las autoridades municipales confiaban en que lo recaudado por las igualas compensase a los sanitarios para seguir ejerciendo su profesión en Manzanares.

Otra importante institución de la época que hasta ahora no hemos mencionado eran los hospitales, aunque su función era más la asistencia social que la sanitaria. Los hospitales de Manzanares, hasta finales del siglo XIX, tuvieron como principal objetivo proporcionar alojamiento, comida o cuidados médicos a transeúntes sin medios a su paso por la localidad y a los vecinos más pobres y menesterosos. En la práctica, el abandono, la falta medios y de control provocaba que incluso los manzanareños en peor situación económica evitaran en la medida de lo posible tener que acudir al hospital.

Como ya hemos explicado, en el apartado dedicado al trazado urbano, el único hospital en funcionamiento en Manzanares en 1820 era el de San Cayetano. La Guerra de la Independencia había supuesto la destrucción del centenario hospital de Altagracia y había dejado a la localidad sin ninguna institución hospitalaria. Para paliar esta situación y ante la inacción de las autoridades, un grupo de vecinos[2] de posición acomodada, liderados por Estalisnao Fontes, creó una junta de carácter benéfico, denominada Confraternidad de la Caridad, que consiguió poner en marcha el nuevo hospital de San Cayetano. La junta solicitó la ayuda del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, que les donó un edificio de su propiedad en la actual calle Virgen de la Paz para que sirviese de sede del hospital. Con el apoyo del párroco Alvarez de Sotomayor consiguieron recolectar camas, sábanas y otros utensilios con los que podían atender hasta 24 personas. La atención sanitaria la realizaba uno de los médicos y un cirujano de forma gratuita, suponemos que gracias al convenio firmado con el Ayuntamiento que obligaba a éstos a atender sin coste a los vecinos más pobres. Las medicinas eran suministradas por los boticarios a mitad de precio y las pagaba el párroco Álvarez de Sotomayor. El resto de gastos eran sufragados con las limosnas que recaudaba la junta recogidas de puerta en puerta y con 750 reales concedidos por el rey y que debían pagarse de los fondos de la Encomienda.

La colaboración altruista de tantos manzanareños no consiguió evitar que el hospital sufriera dificultades económicas. En 1830, Estalisnao Fontes, hermano mayor de la Confraternidad de la Caridad, envió un escrito al Consejo de Castilla en el que solicitaba que las rentas, de unos 800 reales, que aún obtenía el desparecido hospital de Altagracia fuesen asignadas al hospital de San Cayetano. En su escrito, alegaba que de los cinco vecinos que fundaron la junta ya sólo quedaban dos y que, además, debido a las malas cosechas, la recaudación por limosnas había descendido considerablemente mientras los gastos aumentaban por la existencia de un elevado número de enfermos.

El administrador de los bienes del hospital de Altagracia respondió al escrito de Fontes negándose a su petición y argumentando que su intención era utilizar las rentas reclamadas para reconstruir el desaparecido hospital. Resulta poco creíble esta respuesta teniendo en cuenta que en 1830 ya habían pasado 16 años desde la finalización de la Guerra de la Independencia y tiempo habían tenido para acometer esta tarea. Tras varias rectificaciones, el Consejo decidió acceder a petición de Fontes y destinar las rentas del hospital de Altagracia a financiar al hospital de San Cayetano. El hospital de San Cayetano consiguió sobrevivir pasando series dificultades, llegando con diferentes denominaciones a estar en funcionamiento hasta 1973, cuando fue sustituido por el actual hospital de Altagracia.

Antiguo hospital asilo de Manzanares, heredero del de San Cayetano.
Situado en la esquina de las calles Virgen de la Paz y Alfonso Mellado

Concluyendo, no sólo había pocos profesionales sanitarios, con unos conocimientos técnicos limitados propios del avance de la ciencia a principios del siglo XIX y de un sistema educativo poco homogéneo, sino que además no percibían sus salarios al incumplir sistemáticamente sus compromisos el Ayuntamiento. Pocos profesionales y mal avenidos, celosos en el mantenimiento de sus competencias y posición, como hemos visto en el caso de las denuncias por intrusismo. El único hospital de la época, con capacidad para sólo 24 pacientes, subsistía gracias a la iniciativa de algunos vecinos, pero no era suficiente para sufragar todos sus gastos. Pobre balance para hacer frente a un panorama desolador de terribles enfermedades y epidemias continuas.


Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, abril de 2020





[1] La información sobre el sistema sanitario de Manzanares se ha obtenido, además de los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820, de las siguientes fuentes:
  • “Manzanares: Guerra de la Independencia”, Antonio García-Noblejas García-Noblejas, Instituto de Estudios Manchegos, 1982, páginas 270-271.


2 comentarios:

  1. Estimado Miguel Ángel. Mis felicitaciones por este interesante artículo. Solo una puntualización; el médico era D. Miguel Daura Jarros (no Dauza).

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    1. Corregido, gracias Antonio por el comentario. Leyendo el nombre del médico en los Cuadernos Generales de Riqueza no terminaba de tener claro si era "Dauza" o "Daura"

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