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jueves, 6 de agosto de 2020

MANZANARES HACE 200 AÑOS: LA AGRICULTURA. La temprana importancia del viñedo.

Siguiendo con la serie de artículos dedicados a describir como era Manzanares hace doscientos años en esta ocasión hablaremos de la economía y más concretamente de la agricultura. La principal fuente de información que estamos utilizando para elaborar estos artículos son los documentos de carácter fiscal, denominados Cuadernos Generales de Riquezaelaborados por el Ayuntamiento de Manzanares en 1820 y de los que ya hablamos detenidamente en otra entrada del blog. Sin lugar a dudas, es en el ámbito de la economía en el que los Cuadernos Generales de Riqueza pueden aportarnos un mayor conocimiento sobre nuestro pasado. Disponemos de las rentas de cada uno de los manzanareños y de los forasteros con propiedades en la localidad. Haciendo una simple agregación podemos conocer con bastante detalle cómo se ganaban la vida nuestros antepasados: qué cultivaban, cuáles eran las principales actividades comerciales e industriales, la relevancia del sector ganadero, etc.

Los Cuadernos aportan información especialmente relevante sobre el sector agrícola al poder disponer de un dato fundamental como es la renta generada por cada cultivo. Los análisis de la agricultura basados en la superficie cultivada han tendido a infravalorar la importancia de la vid por la abrumadora dedicación de las tierras al cereal. En estos análisis se postergaba la relevancia de la vid en la economía de La Mancha hasta el último tercio del siglo XIX, cuando las plagas de filoxera en Francia permitieron una enorme ampliación de los viñedos y la exportación de vinos de forma masiva al país vecino. Los Cuadernos permiten enfocar el análisis en términos de renta y, como demostraremos, la elevada rentabilidad de la viña, y de otros cultivos como el azafrán, permitieron que su contribución a la economía fuese mucho mayor de la que hasta ahora se pensaba para los pueblos de La Mancha a principios del siglo XIX. Otra importante conclusión que se puede obtener a partir de los Cuadernos es relativa a la propiedad de la tierra. Los Cuadernos nos muestran un Manzanares en el que el acceso a la propiedad estaba muy extendido y, por tanto, muy alejado de la preponderancia del latifundismo típico de otras zonas de la provincia de Ciudad Real y, en general, del sur de España. En este caso, también la comparación del tamaño de la propiedad con la renta generada nos aportará relevantes matices que aminoran, en cierta medida, las enormes diferencias entre pequeños y grandes propietarios.

Sin embargo, es importante resaltar que en los Cuadernos sólo se registraban las rentas de aquellas actividades que estaban sujetas a tributación y lo tenemos que tener muy presente para no llegar a conclusiones equivocadas. Por ejemplo, como ya hemos comentado en otros artículos, los jornaleros no tributaban por los salarios recibidos. Tampoco se incluían las rentas de la Encomienda, compuestas en su mayor parte por las dos terceras partes de los diezmos cobrados sobre los productos agrícolas y ganaderos. Las rentas de la Encomienda era una partida especialmente relevante ya que, por ejemplo, en 1816 ascendían a 465.636 reales, equivalentes a un 15,5% de toda la riqueza registrada para el conjunto de Manzanares. Otra importante fuente de ingresos que no aparece en los Cuadernos es el tercio restante de los diezmos, que correspondía a la Iglesia. Si no tenemos en cuenta en nuestro análisis estas omisiones, podría llevarnos a infravalorar la importancia del sector primario.

También había exenciones tributarias que afectaban a otros sectores como el terciario. No tributaban los empleados públicos por su sueldo, incluyendo en este apartado a los sacerdotes, empleados municipales, de la Encomienda, de la administración de Correos y de Hacienda. Para hacernos una idea de la magnitud de estas rentas podemos poner como ejemplo que el párroco Álvarez de Sotomayor y sus dos tenientes cobraban en conjunto 15.000 reales anuales[1]. El monto total de los salarios cobrados por este colectivo debía ser elevado ya que en los Cuadernos hemos identificado 16 presbíteros y 3 ordenandos[2]. También conocemos los sueldos de los trece empleados de la Encomienda que en total sumaban casi 36.000 reales, desde los 11.550 que cobraba el administrador hasta los 300 que le correspondían al guarda de la dehesa de Siles[3].

Tampoco debemos descartar la existencia de errores u omisiones en los Cuadernos, más teniendo en cuenta los limitados medios con los que tenían que afrontar la enorme y compleja tarea de identificar y cuantificar todas las rentas de los vecinos de Manzanares.

Por último, también se debe tener en cuenta que, al ser los Cuadernos un documento de carácter fiscal, los datos recogidas en ellos deben ser seguramente inferiores a la realidad, ya que el contribuyente siempre tiende a declarar menores ingresos para intentar reducir su factura fiscal. Por ejemplo, cuando hablemos de agricultura y mencionemos el número de vides o hectáreas plantadas en Manzanares deberíamos considerar estas cifras como un mínimo y concluir que la cifra real debería ser superior.

A pesar de estas consideraciones sobre la calidad de los datos que vamos a analizar, la enorme y detallada información que proporcionan los Cuadernos permiten obtener interesantes conclusiones. Para empezar, presentamos dos relevantes estadísticas que proporcionan una visión global y muy significativa de la actividad económica de Manzanares en 1820: la distribución de la renta y de la población activa por sectores económicos.

 

Distribución de la renta en Manzanares en 1820[4].


Distribución de la población activa en Manzanares en 1820[5].


Con estas cifras, con un sector primario que supone un 55,51% de la renta y un 67,71% de la población activa, es obvio deducir que Manzanares era un pueblo eminentemente agrícola. Estos porcentajes serían seguramente mayores si conociéramos las rentas que estaban exentas de tributación. Sin embargo, aunque parezca contradictorio, también podemos afirmar que, para los parámetros de la época, Manzanares contaba con una economía razonablemente diversificada.

En primer lugar, no sólo la economía de Manzanares estaba dominada por el sector primario sino la del conjunto de España. Los censos de población de la época arrojan una distribución de la población activa muy similar a la de Manzanares. Desde el censo de Godoy de 1797 hasta los elaborados en 1900 la población activa apenas cambió en España, ocupando el sector primario alrededor de un 65% de los trabajadores, frente a un 67,71% que hemos calculado en el Manzanares de 1820. Hasta la mecanización del campo en los años 60 y 70 del siglo XX la principal ocupación de los españoles continuó siendo la agricultura, la ganadería o la pesca.

En segundo lugar, la ubicación geográfica de Manzanares, junto al Camino Real de Andalucía, en las rutas que conectaban Extremadura con Valencia y punto de cruce de importantes veredas utilizadas por el ganado trashumante, permitió un importante desarrollo del comercio, de actividades de transporte de mercancías realizadas por los arrieros y la existencia de un número considerable de posadas, ventas y mesones.

Otro factor que potenció el comercio fue la relativa cercanía de Madrid, un gran centro de consumo e importador de alimentos. La fuerte demanda de la capital posibilitó el desarrollo de una agricultura orientada al mercado especializada, además de en los cereales como buena parte de Castilla, en productos de mayor rentabilidad como el vino o el azafrán.

Por último, gracias a los Cuadernos también podemos detectar una pequeña industria principalmente dedicada a la transformación de los productos agrícolas y ganaderos producidos en la zona: fabricación de vinos y aguardientes, fábricas de jabón, mataderos, prensas y molinos, etc.

Como ya hemos comentado, en este artículo nos centraremos en describir el funcionamiento del sector agrícola de Manzanares.


LA AGRICULTURA

La agricultura de principios del siglo XIX estaba fuertemente condicionada por factores que en el presente no son relevantes. Debemos comprender estos factores para entender el comportamiento económico de nuestros antepasados. Quizá el más importante de todos fuera la limitada capacidad de transporte, especialmente de productos perecederos, como es el caso de los alimentos.

En la actualidad, hay una gran especialización de los cultivos orientándose cada región a aquellos que por sus condiciones climáticas o por el tipo de suelo sean los más rentables.  Los sofisticados sistemas logísticos y de transporte garantizan que no se produzca desabastecimiento de ningún tipo de alimento, aunque no sean producidos localmente. Por el contrario, nuestros antepasados, especialmente en zonas del interior de la península, debían orientar su producción en buena parte al autoabastecimiento de las necesidades locales. Varios años seguidos de malas cosechas podían acabar desembocando en las denominadas crisis de subsistencias, en las que la gente llegaba a morir de inanición y de enfermedades que se extendían entre una población mal alimentada y exhausta. Por ejemplo, la conocida crisis de subsistencias de 1803-1805 dobló las tasas de mortalidad, ya de por sí elevadas, de la provincia de Ciudad Real[6]. En las zonas costeras, que contaban con las facilidades del comercio marítimo, más económico y rápido que el terrestre, se podían sortear estas crisis recurriendo a la importación masiva desde zonas o países no afectadas por las malas cosechas.

Por todo ello, los agricultores, durante buena parte del siglo XIX, tuvieron que buscar un delicado equilibrio en sus cultivos que fuese capaz de producir alimentos suficientes para personas y animales, proporcionar materias primas para muchas de las actividades industriales o generar combustibles para el funcionamiento de la economía y para las necesidades de los hogares. Un error de cálculo en sus decisiones, unido a una racha de malas cosechas, podía poner en peligro la propia supervivencia de la población.

En este complicado equilibrio, el cultivo de cereales absorbía buena parte de los factores productivos. El pan era la base de la alimentación humana, especialmente en las regiones del interior de España. La dieta, de escasa variedad, se complementaba con legumbres secas (normalmente garbanzos), aceite y tocino, siendo muy excepcional el consumo de pescado u otras carnes. Se estima que el consumo medio de pan por persona y día era de aproximadamente una libra (460 gramos)[7]. Este consumo sería equivalente a que en la actualidad una familia de cuatro miembros comiese diariamente más de siete barras de pan de 250 gramos. Anualmente, una población como Manzanares con 8.400 habitantes, sin considerar los viajeros que se alojaban en las numerosas posadas de la localidad, requería para su abastecimiento algo más de 1,4 millones de kilogramos de pan.

 

Carro cargado con cereal recién segado con destino a las eras para su trilla.
Esta tarea de transporte hasta las eras se denominaba acarreo.


El ganado era otro gran consumidor de cereales, principalmente cebada. Especialmente ilustrativo es el caso de las mulas. Este animal era el utilizado preferentemente en La Mancha para arar las tierras y como animal de tracción para el transporte. Una sola mula podía consumir al año unas 40 fanegas de cebada[8], equivalentes 1.288,2 kilos. Según el Manuscrito de la Merced[9], Manzanares contaba antes de la Guerra de la Independencia con 600 pares de mulas que supondrían un consumo anual de 1,6 millones kilogramos de cebada. Esta cantidad es incluso superior al consumo humano de cereales, sin tener en cuenta además que otros animales típicos de la ganadería de la época, como el porcino, también consumían cebada u otras cereales. Por último, las ovejas también se aprovechaban del cultivo del cereal, aunque en este caso más que del grano, se alimentaban de los rastrojos que quedaban en el campo después de la siega.

Estas circunstancias contribuyeron a que el cultivo mayoritario en Manzanares fuesen los cereales, a pesar de su baja rentabilidad en comparación con otras especias aptas también para el clima y el tipo de suelos de La Mancha, como la vid, el olivo o el azafrán. En cualquier caso, estos cultivos alternativos, aunque no ocupasen grandes extensiones en comparación con el cereal, sí que tenían un peso notable, y ciertamente sorprendente, en la economía local gracias a su mayor rentabilidad. Su desarrollo se vio favorecido por las buenas comunicaciones de la localidad y por la relativa cercanía del gran centro de consumo que suponía Madrid, lo que permitía comercializar fuera de los mercados locales parte de la producción. A continuación, presentamos unos datos que confirman estos planteamientos.


La renta, la superficie cultivada y la producción.

El cultivo de cereales como el trigo, la cebada o el centeno era la principal fuente de ingresos en el sector agrícola de Manzanares en 1820. Generaba una renta de 556.845 reales, que representaba un 38,60% del total de rentas provenientes de la agricultura. Probablemente, esta cantidad debería ser incluso mayor ya que hay una partida muy elevada de 102.250 reales, que en los Cuadernos aparecen simplemente como arrendamientos de tierras, que seguramente corresponderían en buena parte a fincas de cereal[10].

 

Rentas de la agricultura según los Cuadernos Generales de Riqueza (1820).


Aunque el cereal fuese el principal cultivo en Manzanares es destacable el sorprendente peso que tenían otros cultivos como la vid, el azafrán, el olivo o las huertas. Entre todos ellos sumaban rentas que ascendían a 611.543 reales, que suponían un 42,40% del total del sector. Pero antes de sacar conclusiones es necesario comparar estos datos de rentas totales con otras magnitudes como, por ejemplo, la superficie cultivada.

 

Superficie cultivada según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821[11].


La comparación de los datos de renta generada y superficie cultivada muestran aparentes contradicciones. Podríamos considerar que las tres primeras entradas de la tabla (tierra calma, quiñones y tierra de vega) se corresponderían con tierras dedicadas principalmente al cereal y a pastos para la ganadería. Entre los tres tipos suman 35.900 fanegas que suponen más de un 89% de la superficie cultivada. Siendo generosos en la interpretación de los datos podríamos asignar a estas tierras las rentas identificadas como cereal (556.845 reales), arrendamientos (102.050 reales), pastos de la dehesa de Siles (56.578) y aquellas procedentes de tierras en las que no se especifica el tipo de cultivo (63.561). Sumando estas partidas, la renta generada ascendería a 779.034 reales, lo que supondrían tan sólo el 54% del total del sector. Por tanto, con una interpretación muy generosa tendríamos que el 89% de la superficie generaba el 54% de la renta.

En el extremo contrario, la vid con un 4,53% de la superficie suponía un 25,92% de la renta y el azafrán, ocupando tan sólo un 0,42% de la superficie, generaba un 7,07% de todas las rentas del sector agrícola. La explicación a estos datos está en las rentabilidades tan dispares de los diferentes cultivos que examinaremos con más detalle en el siguiente apartado.

En este punto los Cuadernos revelan una situación que hasta ahora había pasado muy desapercibida. Tradicionalmente se ha considerado que la vid fue un cultivo menor en La Mancha hasta el boom de finales del siglo XIX, provocado por la plaga de filoxera en Francia que permitió la exportación masiva de vinos al país vecino. Estos análisis se basaban en la escasa superficie plantada y, en el caso concreto de Manzanares, en fuentes, como el Diccionario Geográfico de Madoz de 1844, que a tenor de estos datos se revelan equivocadas y que infravaloraban la superficie dedicada al cultivo de vid. Según Madoz, en Manzanares únicamente se cultivaban 1.070 fanegas de vid. Esta cantidad representa un 39% menos que las 1.826 fanegas de viñedos recogidas en los Cuadernos dos décadas antes. Además, debemos recordar que al ser éstos últimos una información de carácter fiscal nos hace suponer que, probablemente, la superficie ocupada por los viñedos fuese mayor ya que los contribuyentes intentarían ocultar o infravalorar sus cultivos más rentables para reducir su carga tributaria. Si atendemos a estos nuevos datos de superficie cultivada y, sobre todo, a la renta que generaban debemos concluir que la vid tenía mucha más importancia en la economía, al menos de Manzanares y probablemente en otros pueblos de La Mancha, que la que hasta ahora se le había concedido.

Adicionalmente, buena parte de la producción de vino y azafrán se comercializaba fuera de los mercados locales lo que acentuaba la importancia de estos cultivos en la economía manzanareña, al ser una fuente de entrada de dinero y favorecer el desarrollo de otras actividades como el comercio o el transporte. En el caso del azafrán de La Mancha tenemos constancia de que era exportado fuera de España a través de Cádiz y otros puertos. Para evaluar correctamente el impacto en la economía manzanareña de estos productos vamos a calcular el volumen de las cosechas y que parte de ésta podría ser realmente dedicada a la comercialización, una vez satisfechas las necesidades locales.

En los Cuadernos no hay información sobre la productividad de los cultivos por fanega de superficie, por tanto, para poder estimar el volumen de las cosechas utilizaremos las respuestas al Catastro de Ensenada de varios pueblos de la provincia de Ciudad Real. En general, las productividades que se recogen en el Catastro de Ensenada son muy bajas y hay grandes diferencias entre poblaciones vecinas. Por ejemplo, en Valdepeñas se declara que una fanega de primera calidad de viñedo producía 45 arrobas de vino y, sin embargo, en Manzanares se rebajaba esta cifra a tan solo 30 arrobas. Estas acusadas variaciones de productividad no creemos que tengan su origen en técnicas de cultivo o calidades de las tierras muy diferentes entre los pueblos limítrofes, sino en la picaresca de los vecinos encargados de redactar las respuestas que intentarían, de esta forma, reducir artificialmente la riqueza de sus poblaciones para aminorar su carga fiscal.

 

Arrobas de vino producidas por fanega de viñedo según las respuestas al Catastro de Ensenada.


Calculando productividades medias con los datos declarados en Manzanares, Membrilla, Valdepeñas y Daimiel y considerando que la calidad de los viñedos en 1821 en Manzanares guardaría la misma proporción que la recogida en el Catastro de Ensenada, tendríamos que por cada fanega de superficie plantada de vid se producirían tan sólo 20,075 arrobas de vino (321,20 litros)[12]. Si por el contrario utilizamos la productividad de Valdepeñas, más alta y posiblemente más realista, tendríamos que la productividad por fanega de viñedo en Manzanares ascendería a las 26,5 arrobas (424 litros). Operando con ambas productividades, las 1.826 fanegas de viñedos de Manzanares en 1821 producirían entre 36.657 y 48.389 arrobas anuales, equivalentes a 591.387 litros y 780.660 litros.

Incluso los datos obtenidos utilizando la productividad superior de Valdepeñas arrojan un resultado excesivamente conservador si lo comparamos con las Descripciones del Cardenal Lorenzana. En esta última fuente se estimaba una producción para Manzanares en 1789 de 50.000 arrobas de vino, cantidad superior a las 48.389 arrobas que hemos calculado para 1821. Es necesario matizar que las respuestas de Manzanares al cuestionario del cardenal Lorenzana fueron redactadas por el párroco, sin basarse en ningún trabajo estadístico previo, por lo que deben tomarse con cierta precaución los datos aportados en las Descripciones.

En cualquier caso, aunque tengamos dudas sobre la bondad de los datos calculados, nos van a permitir obtener conclusiones claras sobre la importancia del viñedo. En primer lugar, estimando un precio medio del vino por arroba de 18 reales[13], el valor de mercado de esta cosecha rondaría entre los 660.000 y los 871.000 reales, cantidades muy relevantes para la economía local. En segundo lugar, si comparamos la producción con el consumo concluiremos que buena parte de la cosecha podría destinarse a la comercialización en mercados más lejanos como Madrid, Extremadura o Levante. Según el número de manzanareños en edad adulta (sobre el 50% de la población[14]) y el consumo medio por adulto (55 litros por año[15]) podemos concluir que las necesidades locales sólo suponían entre un 30% y un 35% de la producción[16].

Este es otro argumento más para resaltar la importancia del viñedo en la economía manzanareña. No sólo era relevante el vino por su alta productividad, sino además porque la cosecha cubría sobradamente las necesidades de autoconsumo de la población y podía dedicarse buena parte de la misma a la comercialización. Estos excedentes en la producción de vino propiciaban la entrada de dinero en la localidad y favorecían el desarrollo de otras actividades como el comercio o el transporte. Este flujo de dinero generado por el comercio de vino tendría un efecto especialmente dinamizador de la economía local en un periodo como los años 20 del siglo XIX caracterizado por la escasez de moneda. La falta de numerario estrangulaba en estos años de forma generalizada la actividad económica en toda España. Adicionalmente, en un próximo artículo dedicado al sector secundario, veremos que con los orujos que quedaban después del presando de las uvas, se desarrolló una pequeña industria dedicada a la fabricación de aguardientes.

 

Imagen típica de la vendimia.


En el caso del azafrán, según las respuestas al Catastro de Ensenada, una fanega producía 18 libras[17] en Manzanares o 12 en Membrilla. Hay que tener en cuenta que esta producción sólo se alcanzaba cuatro años de cada seis, obteniéndose una producción mediana en un año y careciendo de cosecha en otro. El precio de la libra de azafrán a finales del siglo XVIII en la provincia de La Mancha superaba los 100 reales[18], aunque en protocolos notariales elaborados en Manzanares en 1820 hemos visto valoraciones de azafrán de hasta 160 reales la libra. Utilizando estos valores como referencia, podríamos calcular que las 170 fanegas cultivadas de azafrán en Manzanares producirían entre 1.530 y 2.295 libras[19], cuyo valor oscilaría, según los precios que utilicemos, entre los 153.000 y 367.200 reales. En este caso es muy complicado estimar la parte de la cosecha comercializada, pero debido al carácter de artículo de lujo del azafrán, consideramos que el porcentaje sería muy superior al calculado para el vino.

 

 Recolección de la flor del azafrán.


En cuanto al resto de cultivos que proporcionaban mayor rentabilidad su aportación a la economía era menor por estar destinados principalmente al autoconsumo. En cuanto al olivo, estimamos una producción de aceite que sería insuficiente para cubrir las necesidades de consumo de los manzanareños[20]. En el caso de las huertas, dado el carácter perecedero de sus frutos, debería dedicarse la cosecha para el consumo de los propios agricultores y para el mercado local o, como mucho, podría comercializarse en pueblos próximos.


La rentabilidad

Hemos mencionado en varias ocasiones las diferencias de rentabilidad muy acusadas entre los diferentes cultivos, pero antes de entrar en mayores detalles es necesario matizar que en los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820 que se conservan de Manzanares no hay información sobre el tamaño de las propiedades, sólo datos de la renta generada. Esto impide obtener la rentabilidad de los diferentes cultivos por fanega de superficie cultivada. Por ello, los cálculos de la rentabilidad que vamos a explicar a continuación se han obtenido del Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821. Los datos de ambas fuentes pueden presentar algunas incoherencias ya que se elaboraron en base a dos legislaciones diferentes de carácter fiscal. Los Cuadernos Generales de Riqueza de 1820 siguen la legislación aprobada por el ministro de Hacienda Martín de Garay en 1817 y el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821 se elaboró según la normativa impulsada por el ministro Canga Argüelles aprobada en ese mismo año. Mientras en los primeros la renta de cada cultivo se calculaba con los precios de venta del último quinquenio a los que se restaba un porcentaje fijo en concepto de los costes del capital anticipado, en los segundos se calculaba la renta como el importe que se obtendría por arrendar las fincas. Estas dos formas de calcular arrojan valores de renta muy homogéneos en ambos años para la vid, pero, sin embargo, en el caso del azafrán y del olivo son muy contradictorios. Esto va a provocar que los datos de renta total y rentabilidad por fanega para algunos cultivos no sean en algunos casos coherentes entre sí, especialmente en el caso de estos dos últimos cultivos. Aún a pesar de estos inconvenientes, los datos son tan contundentes que permiten obtener conclusiones bastante claras. Hechas estas matizaciones empezaremos a detallar la rentabilidad de cada uno de los cultivos.

Las tierras con peor rentabilidad eran aquellas que hemos asociado al cultivo de cereales y las dedicadas a pastos, aunque debemos aclarar que ésta variaba mucho dependiendo del tipo de tierra (tierra calma, quiñones o tierra de vega). Se denominaba como tierra calma a las grandes fincas de secano dedicadas al cultivo de cereal y cuya productividad era especialmente baja. Requerían largos periodos de barbecho, ya que se sembraban un año de cada tres o cuatro. Los propietarios complementaban los ingresos arrendando las fincas para pastos después de la siega y en los años de barbecho. La rentabilidad de estas tierras no llegaba a superar en la mayor parte de los casos, incluyendo los arrendamientos de pastos, los 6 reales por fanega.

Disponemos del cálculo detallado de la rentabilidad realizado en 1821 para uno de los vecinos más acaudalados, Juan Merino. Disponía de 1.778 fanegas de tierras calmas sembradas de cereal en la Casa Grande que producían dos celemines de pan blanco por fanega de superficie[21]. Esto arrojaba una producción total de 3.556 celemines de pan blanco equivalentes a 296 fanegas de volumen. Como el precio de la fanega de pan blanco era de 20 reales se obtenían unas rentas de 5.920 reales. A esta cantidad, había que sumarle 1.778 reales provenientes del arrendamiento de los pastos de estas tierras lo que generaba unas rentas totales de 7.968 reales. Si dividimos esta cantidad entre las 1.778 fanegas de superficie cultivada se obtiene una rentabilidad de tan solo 4,3 reales por fanega. Para hacerse una idea del escaso valor que aportaban este tipo de fincas vamos a compararlo con el sueldo de un humilde sirviente que podía ascender a 200 reales anuales. Esto significa que para pagar a un sirviente se necesitaban 46 fanegas de tierra calma cultivadas de cereal.

Con una rentabilidad muy superior a la tierra calma encontramos a los quiñones y a la zona de la vega del río Azuer. En el caso de los quiñones las rentabilidades por fanega variaban, en la mayor parte los casos, entre los 20 y 72 reales y para la tierra de vega las variaciones de rentabilidad oscilaban entre los 48 y 72 reales.  Los quiñones eran fincas de pocas hectáreas, buenas calidades y, generalmente, más próximas al núcleo urbano. Tradicionalmente estas tierras se dedicaban principalmente al cultivo de la cebada.

Si comparamos las tierras calmas más productivas, que alcanzaban los 6 reales por fanega, frente a los mejores quiñones o zonas de vega, con 72 reales de renta, concluimos que una sola fanega de las segundas generaba la misma renta que 12 fanegas de tierra calma. En cuanto a la superficie cultivada, el predominio de la tierra calma era absoluto, llegando a ocupar 34.721 fanegas de superficie frente 1.179 de quiñones y zona de vega.

En el extremo contrario al cereal, nos encontramos al azafrán, que era el cultivo con mayor rentabilidad. El azafrán, también conocido como el oro rojo, es en la actualidad una de las especies más caras en todo el mundo. Ha sido considerado durante milenios un artículo de lujo y hay constancia de su utilización por antiguas culturas como la mesopotámica, la egipcia, la griega, la romana o los árabes. A lo largo de todo esto tiempo ha sido empleado como condimento, medicina, cosmético o tinte natural.

Como ya hemos comentado, los datos que disponemos de 1820 y 1821 sobre el cultivo del azafrán en Manzanares presentan muchas diferencias entre sí. Mientras que en 1820 era el tercer cultivo por renta generada con 112.005 reales, en 1821 la renta se redujo a unos 52.000 reales, siendo superado por el olivo y las huertas. En cualquier caso, incluso teniendo en cuenta los datos inferiores de 1821, el cultivo del azafrán era el más rentable por fanega plantada. En 1821 la superficie plantada de azafrán era de 170 fanegas y la rentabilidad media llegaba a los 309 reales por fanega. Una solo fanega de azafrán generaba la misma renta que 51,5 fanegas de las mejoras fincas de tierra calma.

El segundo cultivo en cuanto a rentabilidad era la vid con 197 reales por fanega, pero respecto al azafrán contaba con la ventaja de ser menos intensivo en mano de obra y permitir, por tanto, cultivar mayores superficies. Este sería uno de los factores que con el paso del tiempo propiciaría el avance del viñedo a costa del azafrán.

Siguiendo con el olivo, se obtienen rentabilidades muy diferentes dependiendo de si se utiliza la información de los Cuadernos de 1820 o de 1821. Con los datos de 1821, en los que la renta total ascendía a 170.582 reales y la superficie cultivada era de 1.179 fanegas, el olivo ocuparía la tercera posición en cuanto a rentabilidad con 145 reales por fanega. Si por el contrario hacemos el cálculo con la renta de 1820, la rentabilidad descendería a 45 reales por fanega.

Otro importante tipo de explotación agraria de la época eran las huertas. Se clasificaban como huertas a aquellas fincas que eran de regadío, ya fuese porque se regasen con acequias en las vegas de los ríos o porque dispusieran de pozos. En Manzanares existían numerosas huertas, que sin contar las dedicadas a azafranal, ocupaban 1.129 fanegas. Esta notable extensión del regadío era posible gracias a que el río Azuer atraviesa el término municipal y a la existencia de agua subterráneas, actualmente conocidas con el nombre de acuífero 23, que permitían obtener agua a profundidades no excesivas con pozos y norias.

 

Foto de una antigua noria a las afueras de Manzanares.
Tomada entre 1930 y 1936 por el fotógrafo alemán Otto Wunderlich
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La existencia del riego permitía que en las huertas se plantasen una amplia variedad de cultivos como frutas, hortalizas, algunos tipos de legumbres e incluso en, algunos casos, cebada. En los Cuadernos apenas aparecen referencias a los productos obtenidos en las huertas, excepto en el caso de la patata, a la que en 1820 se le asigna 11.030 reales de renta.  Este dato es relevante ya que la patata era un cultivo de reciente utilización, tanto en España como en el resto de Europa. A pesar de que los españoles descubrieron por primera vez la patata durante la conquista de América en el siglo XVI, no se popularizó su consumo por humanos en Europa hasta principios del siglo XIX. Anteriormente, la patata había sido utilizada como alimento para animales, para abono e, incluso, como planta ornamental. Las rentas generadas en 1820 sugieren que los manzanareños ya habían integrado a la patata plenamente en su dieta. No es probable que el volumen de rentas fuese tan elevado si la patata sólo se hubiera utilizado de forma residual para animales o abonos.

Centrándonos en la rentabilidad de las huertas, hay una gran dispersión, posiblemente debido a la variedad de productos cultivados en este tipo de fincas. Aunque la renta media por fanega de huerta era en 1821 de 70 reales, hemos encontrado fincas con rentabilidades de casi 300 reales. 

 

Rentabilidad por fanega según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821.

 

Como última reflexión de este apartado, la baja rentabilidad de la tierra calma respecto al resto de cultivos puede provocar cierta incredulidad sobre la exactitud de los datos. Como veremos más adelante, los principales propietarios de la tierra calma eran los grandes terratenientes que solían ocupar los cargos municipales. Por otro lado, los peritos encargados de elaborar los Cuadernos eran también personas con una posición acomodada. Esto podría llevarnos a pensar que existiría, como poco, cierta predisposición a realizar un cálculo bajo de la rentabilidad de la tierra calma para traspasar parte de la carga fiscal a pequeños y medianos propietarios, que dedicaban mayores porcentajes de sus fincas a cultivos como la vid o el azafrán. En cualquier caso, las diferencias en rentabilidad son tan grandes que, aunque pudiera haberse infravalorado ciertos cultivos de forma intencionada, podremos dar por válidas las conclusiones que se han obtenido a partir de estos datos.


La evolución de los cultivos desde el Catastro de Ensenada.

Comparando la información del Catastro de Ensenada de 1752 con los Cuadernos de 1821 podemos obtener una visión de la evolución de la superficie ocupada por los diferentes cultivos.

En el caso de la vid, en las repuestas al cuestionario general del Catastro se indica que en 1752 en Manzanares había 800.000 cepas plantadas, lo que supone que en 1821 se había producido un incremento de un 228% al pasar a 1.826.444 plantas. Para el azafrán obtenemos aumentos aún superiores de hasta el 425%. Se pasó en este mismo periodo de 40 a 170 fanegas cultivadas de azafrán. Por el contrario, en el olivar se produjo una ligera bajada desde 60.000 a 58.936 olivos.

En el caso del olivo concurrieron circunstancias muy especiales ya que, según nos indica el Manuscrito de la Merced, durante la Guerra de la Independencia se cortaron gran número de árboles. Probablemente, la causa de estas talas fue la necesidad de abastecerse de leña por parte de los diferentes ejércitos que ocuparon La Mancha durante el conflicto bélico. Esto podría indicar que tanto en los años previos como en los posteriores se tuvo que producir un incremento de este cultivo que compensase las talas realizadas durante la guerra.

Podríamos afirmar que, en general, en el periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX se incrementó la superficie de tierra dedicada a los cultivos más rentables. Este aumento es destacable teniendo en cuenta que se produjo en un contexto de crecimiento demográfico en el siglo XVIII y, por tanto, de una mayor competencia por el uso de la tierra para abastecer de alimentos a la creciente población. El aumento de la superficie de vid y azafrán en Manzanares podría haberse acelerado en los convulsos años de principios el siglo XIX, ya que éste fue un fenómeno general en toda España. La guerra, en este aspecto, tuvo un efecto sorprendentemente positivo ya que los agricultores aprovecharon el caos provocado por la invasión napoleónica para ocupar tierras comunales y baldíos o, directamente, los ayuntamientos tuvieron que recurrir a la venta de tierras municipales para hacer frente a los gastos extraordinarios causados por el conflicto bélico[22]. Este aumento de tierras en propiedad contribuiría a la expansión de los cultivos más rentables que requiriesen fuertes inversiones. Por ejemplo, en el caso de la vid, además de la inversión inicial para preparar el terreno y plantar las cepas, durante los tres primeros años la uva no sirve para obtener vino. Para que un agricultor decidiera invertir en viñedo era condición necesaria que la tierra fuera de su propiedad y que, por tanto, pudiera tener la seguridad de mantener las viñas hasta que fueran productivas y pudiera recuperar la inversión.

El cultivo del azafrán siguió en alza durante buena parte del siglo XIX, llegando en 1890 a cultivarse unas 300 fanegas y obteniéndose una producción de entre 6.000 y 8.000 libras anuales[23]. Con el paso de los años, el azafrán fue desplazado por la vid ya que, aunque tenía rentabilidades inferiores, requería menos esfuerzo y trabajo para el agricultor. En 1928 apenas quedaban 9 fanegas cultivadas de azafrán en Manzanares y en la actualidad ha desaparecido completamente este cultivo.

En el caso de la vid, se produjo un incremento continuado de los viñedos que en el último tercio del siglo XIX se convirtió en un auténtico boom. Esta expansión fue posible gracias a las plagas de filoxera en Francia que facilitaron las exportaciones españolas. Manzanares vivó un gran periodo de prosperidad desde finales del XIX hasta los años 30 del siglo XX gracias al vino, llegando a ocupar los viñedos más de 12.000 hectáreas en los momentos de máxima expansión de este cultivo.


Los agricultores y la propiedad de la tierra.

Después de analizar las principales magnitudes económicas del sector agrícola de Manzanares es de justicia que hablemos sobre las personas que con su trabajo y esfuerzo sacaban adelante año tras año las cosechas: propietarios, labradores y jornaleros.

En algunos casos, hay características muy específicas del perfil social de las personas dedicadas a ciertos cultivos. Esto quizá sea más evidente en el caso del azafrán. Este cultivo se realizaba en pequeñas parcelas, normalmente arrendadas por pequeños labradores o jornaleros. Las tareas de plantación y recolección se realizaban gracias al trabajo de todos los miembros familia, aprovechando los periodos de tiempo en los que no tenían otras ocupaciones. Especialmente intenso en cuanto a fuerza de trabajo era la recolección, ya que la flor debía ser desbriznada[24] en el mismo día en el que fuera cortada. Esto implicaba que desde los más pequeños hasta los más ancianos de la familia colaborasen en estas tareas, siendo necesario recurrir en ocasiones a vecinos, amigos o mano de obra asalariada. Después del desbrizne, se debían tostar los estigmas, tarea realizada habitualmente por las mujeres. Esta era una operación delicada ya que el precio del producto final dependía mucho de la calidad obtenida en esta parte del proceso.

 

Escena familiar, con aire festivo, durante el desbrizne del azafrán.


Para estas familias, el azafrán era un complemento fundamental que permitía mejorar su precaria situación económica.  La alta rentabilidad del cultivo permitía que con fincas muy pequeñas se obtuviesen unos altos ingresos. Con una sola fanega de azafrán podían obtener una renta superior al salario anual de uno de los miembros de la familia que trabajase como sirviente.

Los datos de Manzanares corroboran estas afirmaciones. En 1821 la mayor parte de las fincas cultivadas de azafrán no superaban las 3 fanegas de extensión y más de un 90% se explotaba por arrendatarios. Para aquellos vecinos cuya renta era inferior a los 250 reales anuales, el azafrán representaba un 21% de sus rentas y este porcentaje bajaba considerablemente según mejoraba la posición económica de los manzanareños. Para los vecinos más acaudalados el azafrán aportaba poco más de un 2% de su renta total.

 

Porcentaje de la renta obtenido del azafrán en 1820 según el nivel de renta.


El azafrán también era empleado por los grandes propietarios para fidelizar a sus trabajadores. Era frecuente que cedieran pequeñas parcelas a sus trabajadores en arrendamiento, o incluso de forma gratuita, para completar de esta forma su reducido salario y vincularles laboralmente. Otra función social del azafrán era facilitar económicamente el comienzo de nuevas familias, ya que no era infrecuente que los padres cediesen alguna parcela como dote para sus hijos[25].

Si el azafrán era el cultivo por excelencia de los menos pudientes, podríamos designar a la vid como la plantación más característica de las clases medias. Aquellos que tenían una extensión de tierras reducida, pero cierta capacidad de inversión, apostaban por la vid por su alta rentabilidad y menor exigencia en cuanto a mano de obra que el azafrán. La vid representa una mayor aportación entre aquellos vecinos cuya renta estaba entre los 2.000 reales y los 15.000, llegando en algunos tramos a suponer más de un 17% de la renta total.

 

Porcentaje de la renta obtenido de la vid en 1820 según el nivel de renta.


Un buen ejemplo de un vinicultor de clase media lo tenemos con José Gómez Pardo. En 1820 su renta total ascendía a 2.877 reales, obteniendo 800 reales de un oficio que no se especifica. Además, poseía 31,5 fanegas de tierra de las que 20 fanegas se correspondían a tierra calma por las que obtenía 90 reales, también tenía un quiñón de 2,5 fanegas que le generaba 120 reales y, por último, unas 7 fanegas con 4.000 vides y 140 olivas. Esta última propiedad le generaba nada menos que 1.280 reales. Si las 20 fanegas de tierra de calma las hubiera tenido también plantadas de vid y olivo su renta total se habría más que doblado, llegando a los 6.444 reales. Es evidente que José Pardo tendría un gran incentivo económico en convertir progresivamente en viñedos, según le permitiese su economía y las características físicas de sus tierras, las 20 fanegas de cereal que tan bajas rentas le aportaban.

Para los vecinos más humildes, el porcentaje de renta aportado por la vid bajaba a un 1,46%, ya que no podían hacer frente a la inversión inicial y a esperar varios años hasta que la cepa comenzase a ser productiva.

Que el viñedo fuese la opción preferida de las clases medias, no significa que los mayores propietarios no apostasen por la vid, sino que la importancia de este cultivo se diluía por las enormes extensiones de tierras que poseían dedicadas al cereal. Por ejemplo, Donato Quesada, el vecino más acaudalado de Manzanares en 1820 con 44.592 reales de renta, tenía plantadas 20.000 vides, siendo el cuarto mayor viticultor de la localidad. Sin embargo, la vid sólo representaba un 9% de sus rentas totales ya sus extensas propiedades incluían 1.346 fanegas de tierra calma, otras 78 fanegas de huertos y quiñones, ganados, posadas, censos, etc

En general, cuantas menos tierras poseían los manzanareños más las optimizaban con cultivos más productivos. Los grandes propietarios, aunque también invertían en los cultivos de alta rentabilidad, obtenían sus mayores rentas del cereal por la enorme extensión de sus propiedades, llegando a representar más de un 24% de sus rentas totales.

 

Porcentaje de la renta obtenido del cereal en 1820 según el nivel de renta.


En esta época no existía diferencia entre al agricultor propietario de las viñas y el vinicultor productor de vino. No existía el concepto de grandes bodegas que comprasen la cosecha de uva a terceros para elaborar grandes cantidades de vino. Cada agricultor procesaba su cosecha en pequeñas bodegas ubicadas habitualmente en las cuevas de sus viviendas. De hecho, en los Cuadernos no se suele diferenciar en rentas por uva o vino, sino que en la inmensa mayoría de los casos se hace referencia exclusivamente al vino. Podemos imaginarnos que prácticamente en cada casa había una bodega ya que en 1821 había nada menos que 461 propietarios de viñedo, con una superficie media cultivada de 4 fanegas. Sólo había cinco vecinos que llegasen a poseer más de 20 fanegas de viñedo, siendo el mayor propietario Cristóbal Núñez Oyo con 34.900 vides.

 

Típica cueva bodega de La Mancha.


Otra importante estadística que nos permitirá caracterizar a los agricultores manzanareños es la propiedad de la tierra. En 1821 había, entre vecinos y forasteros con tierras en la localidad, 761 propietarios. Esto significa que de los 1.240 contribuyentes con rentas por agricultura en 1820 más de un 61% tenían tierras en propiedad. Sobre este alto porcentaje de propietarios hay que hacer dos consideraciones. En primer lugar, es muy probable que el número de total de personas dedicadas, aunque sea parcialmente, a la agricultura sea mayor ya que en los Cuadernos resulta complicado identificar a los jornaleros y los trabajadores fijos de las explotaciones agrarias. Si dispusiéramos de mejor información en este aspecto el porcentaje de propietarios sería sensiblemente menor. En sentido contrario, no estamos considerando en este porcentaje a aquellos vecinos que también accedían a la posesión de la tierra por la vía del arrendamiento.

Hechas estas consideraciones, y aunque no tengamos un porcentaje de propietarios y arrendatarios exacto, podemos concluir que, sorprendentemente, Manzanares tenía una estructura de propiedad muy alejada del latifundismo presente en otras zonas de la provincia o del sur de España. Por ejemplo, en Andalucía, según el censo de 1797, sólo había un 7% de propietarios y un 12% de colonos y arrendatarios[26]. Por el contrario, encontramos más semejanzas con Manzanares en los datos de La Rioja Alavesa de 1802. En esta zona de llanura del norte de España, con también importante presencia del viñedo, había un 56,2% de propietarios, un 13% de arrendatarios y un 30,7% de jornaleros[27].

Varias pueden ser las causas que estén detrás de ese amplio acceso a la propiedad en Manzanares. En primer lugar, la presencia de cultivos muy rentables como la vid o el azafrán o la existencia de numerosas huertas posibilitaban que las pequeñas explotaciones fueran viables económicamente. Esto incentivaba que los pequeños agricultores mantuviesen o intentasen ampliar sus propiedades.

Desde un punto de vista geográfico, la ubicación de Manzanares en plena llanura manchega, con muy poco terreno montañoso o serrano, impedía la aparición de grandes fincas dedicadas a la ganadería, con la que se explotaba habitualmente este tipo de terrenos.

Otro factor que favorecía el acceso a la tierra de los manzanareños eran los escasos bienes rústicos que poseían la Iglesia u otras instituciones públicas. Al menos desde el siglo XVI tenemos algunos datos que lo confirman y que, además, muestran un claro contraste respecto a otras poblaciones vecinas. En 1579 casi un 50% del término municipal de Manzanares pertenecía a particulares, cuando en el conjunto del Campo de Calatrava este tipo de propiedad apenas superaba el 14%[28].

La información recogida en los Cuadernos de 1820 confirma la limitada propiedad de la tierra en manos de estas instituciones y, además, muestran una clara tendencia descendente respecto a las cifras mencionadas para el siglo XVI. En 1820 las rentas por agricultura de la Iglesia y de otros organismos públicos sumaban 87.138 reales, que representaban tan sólo un 6% del total de las rentas del sector agrícola. La principal institución propietaria de tierra era la Administración de Correos, que poseía la dehesa de Moratalaz y por la que obtenía 56.578 reales. El resto de propietarios institucionales obtenían rentas muchos más modestas, como el Ayuntamiento que por sus propios[29] conseguía 6.300 reales o el convento de religiosas franciscanas que se quedaba en 3.240 reales.

Las propiedades de estas instituciones en Manzanares se vieron reducidas considerablemente en 1821 por la activa labor de la Junta de Crédito Público. Este organismo, precursor de los grandes procesos desamortizadores del siglo XIX, tenía como misión pagar la elevada deuda de la Hacienda española con los ingresos obtenidos de la venta de bienes de diferentes orígenes: de las órdenes religiosas disueltas, de encomiendas vacantes, baldíos, tierras de la Corona, etc. En el caso concreto de Manzanares se vendieron en 1821 las tierras del extinto convento de los carmelitas y de numerosas capellanías secularizadas[30].

Las tierras enajenadas en las posteriores desamortizaciones entre 1836 y 1910 muestran una vez más la escasa entidad del sector público en Manzanares en cuanto a la propiedad de la tierra. En el conjunto de la provincia de Ciudad Real se vendieron en este periodo fincas rústicas equivalentes al 38,3% de la superficie total, llegando en algunas poblaciones como Puertollano a enajenarse al 78,2% del término municipal y en poblaciones más cercanas como Almagro al 43,3%. Frente a estas cifras, en Manzanares sólo se vendieron 4.450 hectáreas equivalentes a un 9% del término municipal, lo que confirma que más de un 90% de la tierra se había convertido tiempo atrás en propiedad privada[31].

Realizadas estas consideraciones sobre el elevado número de propietarios en Manzanares es necesario matizar estos datos con el análisis de la distribución de la tierra. Sobre los 761 propietarios hemos conseguido determinar la superficie de sus propiedades en 702 casos, lo que nos proporciona una visión detallada de la estructura de propiedad.

 

Superficie de tierra en propiedad y rentas medias obtenidas de la agricultura según el Cuaderno para la Cobranza y Reparto de la Contribución Territorial de 1821[32].

 

Si realizamos un análisis de estos datos exclusivamente por la superficie en propiedad llegaríamos a una conclusión evidente de que, a pesar de la existencia de muchos propietarios, habría una gran desigualdad ya que el 45,30% de los agricultores sólo poseían un 1,77% de la superficie, mientras que los grandes terratenientes, que sólo representan un 5,56%, acumulan un 68,93% de todas las tierras. Sin embargo, si en este análisis incluimos las rentas medias obtenidas por cada colectivo comprobamos que el mejor aprovechamiento de la tierra de los pequeños y medianos labradores reducía las enormes diferencias que a priori podrían suponerse respecto a los grandes propietarios. Por ejemplo, la renta media de los labradores con superficies entre 20 y 25 fanegas era de un 47% de la renta de los propietarios que poseían entre 100 y 250 fanegas. Esto supone que teniendo entre 5 y 10 veces más superficie sólo consiguen obtener algo más del doble de la renta. La principal explicación a este fenómeno es la mayor presencia de cultivos muy rentables como la vid o el azafrán en los pequeños y medianos labradores. La enorme extensión de tierra de los grandes propietarios provocaba que la mayor parte de sus fincas se sembrasen con cereales de muy bajas rentabilidades.

Hemos segmentado los datos obtenidos sobre propiedad de la tierra en cuatro grupos que nos permiten llegar a conclusiones sobre la forma en que los agricultores explotaban sus haciendas. En el que hemos denominado como grupo I se engloban a los dueños de superficies inferiores a 5 fanegas y que suponían un 45,30% del total. Para este colectivo, las rentas obtenidas de sus tierras eran un complemento y necesitaban realizar necesariamente otras actividades para sobrevivir. Este grupo es muy heterogéneo ya que nos podríamos encontrar desde un trabajador urbano que por herencia conserva algunas tierras, hasta un jornalero o sirviente que completa sus ingresos con alguna huerta o pequeña parcela cultivada de azafrán. Esta pequeña propiedad contribuiría significativamente a aliviar la situación económica de los más desfavorecidos.

El grupo II, con superficies entre las 5 y las 25 fanegas y que representa a un 31,34% de los agricultores, encontramos a medianos labradores cuya principal dedicación es la agricultura pero que necesitan compatibilizarla con otras actividades: emplearse en momentos puntuales como jornaleros, realizar obradas para terceros en caso de disponer de mulas, cuidar de algún ganado, etc.

El grupo III, con propiedades desde las 25 hasta las 250 fanegas y suponiendo un 17,81% del total, se correspondería con labradores o propietarios que podrían vivir perfectamente de sus tierras, sin tener que dedicarse a otras actividades. Este colectivo debería recurrir a mano de obra asalariada para sacar adelante sus explotaciones agrícolas.

Los grupos II y III, si atendemos las rentas medias obtenidas entre los 850 y 2.830 reales anuales, podríamos considerarlos a grandes rasgos como clase media, aunque con evidentes diferencias entre ellos. Consideraríamos como clase media desde labradores que subsisten con dificultades en los años de malas cosechas hasta aquellos que gozarían de una situación económica desahogada. Hay que tener en cuenta que las cifras de rentas mencionadas se corresponden exclusivamente a las obtenidas con la agricultura, con lo que su renta total sería mayor y se complementaría con otras actividades como la ganadería, propiedades urbanas u otros oficios. Entre ambos grupos suman un 49% de todos los propietarios y pensamos que es un elemento claramente diferenciador de Manzanares respecto a otras poblaciones. La existencia de una considerable cantidad de medianos propietarios y el acceso generalizado a la tierra se mantuvo durante todo el siglo XIX. En el censo de 1911 el número de asalariados agrícolas (gañanes, jornaleros o pastores) en Manzanares era de un 36,76% frente a cifras que rondaban el 70% en poblaciones cercanas como Valdepeñas, Tomelloso o Puertollano[33]. En este mismo censo se identifican hasta casi un 20% de pequeños y medianos labradores y ganaderos en Manzanares frente a cifras inferiores al 5% en Alcázar de San Juan, Ciudad Real o Puertollano y de apenas un 2% en Tomelloso y de un 1,5% en Valdepeñas. Como ya hemos comentado, el escaso impacto de la desamortización en Manzanares contribuyó a no alterar significativamente la relativamente equilibrada estructura de propiedad.

En el grupo IV se englobarían los grandes terratenientes, tan sólo 39 personas, que acumulaban una enorme cantidad de tierra equivalente al 68,93% del total. El mayor terrateniente en 1821, Juan Merino, era propietario de 3.464 fanegas de las cuales la inmensa mayoría (3.357 fanegas) eran tierras calmas, con bajísimas rentabilidades que no llegaban a los 5 reales por fanega y que le aportaban en conjunto unos 15.000 reales. Sus fincas restantes, 107 fanegas, eran quiñones, huertas, olivares (2.890 olivas) y viñas (15.000 vides) que le proporcionaban otros 10.000 reales. En el caso de Juan Merino vemos una vez más un ejemplo de gran propietario cuya principal dedicación es el cereal ya que es la forma más barata, y la que menos inversión requiere, de explotar su enorme patrimonio. En cualquier caso, la preferencia casi obligada por el cereal no significa que no invirtiese en cultivos más rentables como la vid o el olivo ya que obtenía de éstos casi un tercio de su renta.

Otro dato relevante que es conveniente destacar respecto a los grandes propietarios y que rompe los tópicos de terratenientes absentistas que arriendan la mayor parte de sus tierras es que la mayor parte de sus rentas por agricultura las obtenían de tierras que explotaban directamente. En el caso de Juan Merino en 1820 sólo un 20% de sus rentas agrícolas provenía de arrendamientos. En el caso de Donato Quesada, cuarto mayor propietario, el porcentaje era muy similar, del 18%. Si realizamos el cálculo con los diez mayores propietarios el porcentaje de renta provenientes de arrendamientos baja al 12%.

Una vez repasadas las principales magnitudes podemos terminar recopilando algunas ideas principales que resumen la situación del sector agrícola manzanareño. Es cierto que la mayor parte de las tierras se dedicaban a cultivos de secano de cereales con bajísimas rentabilidades, pero también lo es que coexistía con una agricultura de la vid y del azafrán de alta rentabilidad y orientada al mercado. También podríamos lamentarnos sobre la enorme cantidad de tierra que atesoraban unas pocas familias, pero al mismo tiempo existía una masa de pequeños y medianos propietarios. Gracias a su apuesta por cultivos rentables obtenían unas rentas que, en el caso de los jornaleros y pequeños labradores, servían para aliviar su maltrecha economía y que, en el caso de los medianos propietarios, propiciaba la existencia de una clase media poco habitual en la época en el sur de España. También apreciamos una evolución desde mediados del siglo XVIII a cultivos más rentables y esto a pesar de ser una época de crecimiento demográfico y mayor tensión sobre la tierra. Esto implica que existió cierto margen para que los agricultores mejorasen su nivel de vida y demuestra la iniciativa de los manzanareños de la época. En el caso de los grandes terratenientes podemos afirmar que, lejos de los tópicos, la mayoría explotaban directamente sus tierras y también apostaban por modernizarse invirtiendo en cultivos de mayor rentabilidad. La Iglesia u otras instituciones públicas tenían pocas propiedades en la localidad, lo que permitió que los grandes procesos desamortizadores del siglo XIX no tuvieran un impacto especialmente negativo sobre la estructura de propiedad. 

En definitiva, la agricultura manzanareña ya presentaba características apropiadas para aprovecharse del gran boom del sector vinícola del último tercio del siglo XIX, que tanta prosperidad generaría en la localidad. El cultivo de la vid era rentable y estaba plenamente asentado, se habían establecido redes de comercialización, existía una clase media que apostaba claramente por este cultivo y unos terratenientes, con mayor capacidad de inversión, para los que el viñedo también formaba parte importante de su actividad agrícola.


Miguel Ángel Maeso Buenasmañanas, agosto de 2020



[1] “Manzanares: Guerra de la Independencia”, Antonio García-Noblejas García-Noblejas”, Instituto de Estudios Manchegos”, 1982, página 294.

[2] Un ordenando es un aspirante a recibir alguna de las órdenes sacerdotales.

[3] “Los infantes-comendadores. Modelo de gestión del patrimonio de las Órdenes Militares”, tesis doctoral de Diego Valor Bravo, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid, junio 2013, página 674. El resto de los salarios eran: contador 6.225 reales, escribano 1.723, juez de rastra 3.190, oficial escribiente 3.373, fiel hacedor 2.273, alguacil mayor 550, mayordomo de Valdepeñas 4.625, juez de rastra de Valdepeñas 1.000, mayordomo de Daimiel 550, mayordomo de Moral de Calatrava 182 y el mayordomo de La Solana 290.

[4] En el artículo "LA REFORMA FISCAL DE MARTÍN DE GARAY DE 1817 Y LA ELABORACIÓN DE LOS CUADERNOS GENERALES DE RIQUEZA EN MANZANARES DE 1820." se menciona que la renta de Manzanares en 1820 era de 2.999.749 reales. Esta es la cifra calculada por los peritos y recogida en los documentos, pero hemos comprobado que cometieron varios errores aritméticos y que la cifra es ligeramente superior y asciende a 3.003.829 reales.

[5] En 1820 los manzanareños solían compatibilizar diferentes trabajos o fuentes de ingresos. Más de un 5% de los vecinos disponían de rentas en los tres sectores en los que hemos segmentado a la población activa (agricultura, ganadería y sector secundario / terciario). Los vecinos que contaban con rentas en al menos dos de estos tres sectores suponen casi un 37% del total. Con esta actividad económica tan entrelazada, el criterio que hemos utilizado para calcular la distribución de la población activa es asignar a los vecinos en aquel sector que supusiera su principal fuente de renta.

Es interesante completar estos datos comparando el total de personas que trabajaban en cada sector respecto al número de personas para que los era su principal fuente de renta. Un total de 1.240 vecinos obtenían rentas por actividades agrícolas frente a 953 para los que era su principal actividad. En el caso de la ganadería estos números eran de 192 frente a 83. Por último, para el sector secundario y terciario las cifras eran de 691 frente 494.

[6] “La crisis de 1803-1805 en las dos Castillas: subsistencias, mortalidad y colapso institucional”, Enrique Llopis Angelán y Felipa Sánchez Salazar, comunicación del XI Encuentro de Didáctica de la Historia Económica, Santiago de Compostela, junio 2014.

[7] “La alimentación en Madrid en el siglo XVIII y otros estudios madrileños”, Vicente Palacio Atard, Real Academia de la Historia, 1998, páginas 73-74.

[8] “Estructuras agrarias y sociedad rural en La Mancha (siglos XVI-XVII)”, Jerónimo López-Salazar Pérez, Instituto de Estudios Manchegos, 1986, página 283.

[9] “Memoria para la historia de la villa de Manzanares, provincia de La Mancha, hasta el año 1814”. Manuscrito de 1814 que se encuentra en el archivo de la parroquia de Santa María del Prado, en Ciudad Real.

[10] Hay varios motivos que nos llevan a concluir que los arrendamientos de tierras que aparecen en los Cuadernos Generales de Riqueza se corresponderían con fincas cultivadas de cereal. En primer lugar, no hemos encontrado en los Cuadernos arrendamientos de cereales que, sin embargo, sí que aparecen en numerosas ocasiones para otros cultivos como el azafrán, las huertas o patatas. En el caso de la vid o el olivo, sí que se encuentran en los Cuadernos arrendamientos, pero en número muy reducido. Esto último quizá tenga una explicación por la inversión tan alta que suponían este tipo de explotaciones leñosas y los trabajos de mantenimiento que requerían. Es probable que los propietarios no quisieran arriesgarse a que un arrendatario poco cuidadoso pudiera echar a perder las plantaciones en las que tanto tiempo y dinero había tenido que invertir. Excluidos ya, por tanto, el resto de cultivos típicos de la zona, todo parece indicar que estos arrendamientos registrados en los Cuadernos se corresponderían en su mayor parte a tierras plantadas de cereal, aunque quizá comprendan también arrendamientos de tierras para pastos.

[11] La superficie cultivada debió ser incluso superior a los datos mostrados en la tabla ya que en el Cuaderno de 1821 hay rentas por valor de 110.296 reales en las que no se especifica el tipo de cultivo, ni la extensión de las fincas. En el caso de la vid y el olivo no disponemos de los datos de superficie plantada sino del número de plantas. Para obtener las fanegas cultivadas se ha considerado que en cada fanega de vid se plantaban 1.000 cepas y que, en el caso de los olivares, la densidad era de 50 olivos por fanega. Por último, aclarar que en Manzanares la unidad de medida utilizada, la fanega, equivalía a 6.440 m2.

[12] A partir de las respuestas del Catastro de Ensenada Manzanares, Membrilla, Valdepeñas y Ciudad Real se han obtenido estas productividades medias:

                Fanega de primera calidad: 35,9 arrobas de vino.

                Fanega de segunda calidad: 24,3 arrobas de vino.

                Fanega de tercera calidad: 12,1 arrobas de vino.

Adicionalmente, en las repuestas de Manzanares se indica la calidad de las tierras cultivadas con vid:

                140.000 vides en tierras de primera calidad (17,50% del total).

                250.000 vides de tierras de segunda calidad (31,25% del total).

                410.000 vides en tierras de tercera calidad (51,25% del total).

Con las productividades medias y considerando que la calidad de las tierras guardaría la misma proporción en 1821 calculamos la siguiente productividad:

35,9 * 17,50% + 24,3 * 31,25% + 12,1 * 51,25% = 20,075 arrobas de vino por fanega.

[13] Las fuentes con las que se ha estimado el precio medio de la arroba de vino en Manzanares son:

-   En el modelo 1 de los Cuadernos Generales de Riqueza de 1818 de Toledo se establecía un precio durante el quinquenio 1813-1817 de 22 reales.

-      En protocolos notariales de Manzanares de 1820 se valora la arroba de vino claro a 14 reales.

-     En la Gaceta de Madrid del 12 de julio 1827 se publica que el precio por arroba en Manzanares estaba entre los 16 y 20 reales.

[14] En la actualidad países como Malawi o Zambia, que tienen una tasa de natalidad similar y una esperanza de vida superior a la de Manzanares en 1820, tienen alrededor de un 50% de su población mayor de edad. Por tanto, es un cálculo conservador suponer que Manzanares en 1820 también tuviese este porcentaje de población en edad adulta.

[15] “La alimentación en Madrid en el siglo XVIII y otros estudios madrileños”, Vicente Palacio Atard, Real Academia de la Historia, 1998, página 74.

[16] Calculamos el consumo de vino en Manzanares en 231.000 litros anuales (8.400 habitantes * 50% en edad adulta * 55 litros/año por adulto).

[17] La libra era una antigua unidad de medida de peso equivalente a 460 gramos.

[18] En el tomo XVIII de las “Memoras políticas y económicas sobe los frutos, comercio, fábricas y minas de España” de Eugenio Larruga del año 1792 se establece un precio para el azafrán en la provincia de La Mancha de 100 reales la libra. En el “Censo de frutos y manufacturas de España e islas adyacentes”, publicado en 1803 pero que recoge información del año 1799, el precio para esta misma provincia es de 110 reales la libra.

[19] El cálculo de la cosecha de azafrán, con una productividad de 12 y 18 libras por fanega, es:

(170 fanegas * 12 libras * 4,5 cosechas) / 6 años = 1.530 libras.

(170 fanegas * 18 libras * 4,5 cosechas) / 6 años = 2.295 libras.

[20] Según las respuestas de Manzanares y Membrilla del Catastro de Ensenada se han obtenido estas productividades anuales, calculadas en quinquenios en los que se obtenían dos cosechas abundantes, una mediana y dos escasas o nulas:

                Fanega de primera calidad: 6 arrobas de aceite.

                Fanega de segunda calidad: 4 arrobas de aceite.

                Fanega de tercera calidad: 2 arrobas de aceite.

Adicionalmente, en las repuestas de Manzanares se indica la calidad de olivos:

                8.000 olivos de primera calidad (13,33% del total).

                22.000 olivos de segunda calidad (36,67% del total).

                30.000 olivos en tierras de tercera calidad (50,00% del total).

Con las productividades medias y considerando que la calidad de los olivos guardaría la misma proporción en 1820, calculamos la siguiente productividad:

6 * 13,33% + 4 * 36,67% + 2 * 50,00% = 3,266 arrobas de aceite por fanega. 

Con unos olivares que ocupaban 1.179 fanegas se obtendría una producción de 3.851 arrobas equivalentes a 62.133 litros. Esta cantidad nos parece insuficiente para el consumo de una población como Manzanares con 8.400 habitantes, ya que tan sólo correspondería por habitante y año 7,4 litros.

[21] La fanega era una unidad de medida, utilizada tanto para superficies como para volúmenes. Como medida de superficie equivalía en la zona de Manzanares a 6.440 m2 y como medida de volumen a 55,5 litros. Este volumen podía tener diferentes pesos dependiendo del producto medido. Por ejemplo, 1 fanega de trigo pesaba 43,24 kg, en el caso del centeno 41,407 kg y para la cebada equivalía a 32,205 kg. La fanega se subdividía en 12 celemines. 

[22] “El legado del Antiguo Régimen en la agricultura española (1780-1840)”, José Antonio Sebastián Armilla, 2004.

[23] “Manzanares bajo el reinado de Alfonso XIII 1902 – 1931” de Antonio Bermúdez, segunda edición, 2008, página 93.

[24] El desbriznado consiste en sacar los tres estigmas que tiene cada flor del azafrán. El estigma es la parte superior del pistilo destinada a recibir el polen. Estas hebras son lo que habitualmente conocemos como azafrán y que son utilizadas como condimento.

[25] “El cultivo del azafrán como estrategia doméstica en los pueblos latifundistas de La Mancha”, Miguel Lucas Picazo, artículo incluido en “Homenaje a Carmina Useros Cortés”, Instituto de Estudios Albacetenses, 2018, págs. 153-159.

[26] “Pequeña y gran propiedad a finales del siglo XIX: Andalucía”, José Sánchez Jiménez, Cuadernos de Historia Contemporánea, volumen 16, 1994.

[27] “La distribución de la tierra en la provincia de Álava a través del censo de 1802”, José Ignacio Andrés Ucendo, revista Gerónimo de Uztariz, nº12, 1996.

[28] La información sobre la estructura de la propiedad en Manzanares durante el siglo XVI se ha obtenido del libro “El Campo de Calatrava. Sus pueblos” de Manuel Corchado Soriano, Instituto de Estudios Manchegos, 1982, páginas 298 - 319.

[29] Se denominada bienes de propios a las propiedades municipales, normalmente fincas rústicas, que se arrendaban para financiar los gastos del Ayuntamientos. Hasta las desamortizaciones del siglo XIX el arrendamiento de los propios fue una de las principales fuentes de financiación de los municipios.

[30] Una capellanía era una fundación perpetua por la cual una persona en vida o en su testamento segregaba de su patrimonio ciertos bienes como fincas, casas o censos y los destinaba a la manutención de un clérigo, quien quedaba por ello obligado a rezar un cierto número de misas por el alma del fundador o de su familia. Desde el primer decreto desamortizador de 1798 se permitió la expropiación o secularización de los bienes de las capellanías por parte del Estado y su venta para hacer frente al pago de la deuda pública.

[31] La información sobre la superficie desamortizada se ha obtenido del libro “El liberalismo en el campo. Desamortización y capitalismo agrario en la provincia de Ciudad Real. 1855–1910” de Ángel Ramón del Valle Calzado, Instituto de Estudios Manchegos, 2014, páginas 92–97 y 376-378.

[32] En el cálculo de la superficie sólo se han tenido en cuenta las tierras en propiedad, sin incluir las que también cultivasen como arrendatarios. En cambio, se han considerado todas las rentas por agricultura incluyendo las obtenidas por las tierras en propiedad, en arrendamiento e incluso por la realización de obradas en fincas de terceros.

También es importante destacar que en las cifras que estamos manejando sólo estamos teniendo en cuenta las fincas que se ubicaban en el término municipal de Manzanares. Era común, sobre todo en el caso de grandes propietarios y terratenientes, que su patrimonio se extendiese por varias localidades, sobre todo por ventajosos matrimonios con personas adineradas de otras poblaciones cercanas. Por ejemplo, la familia Quesada que en 1821 poseía 1.892 fanegas en Manzanares contaba también con propiedades en otras poblaciones. En 1871 los bienes de esta familia en Almagro, Villarta de San Juan y Valdepeñas representan un tercio de su patrimonio. Seguramente, si dispusiéramos de la información completa de las propiedades fuera de Manzanares habría diferencias aún más acusadas entre pequeños y grandes propietarios.


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